Capítulo 4 -Segunda parte.

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“¿Para qué vivir en el pasado si puedes vivir en el presente?»

***

Eres perfecta tal y como eres.

La palabra más usada por mi abuela.

La mujer que me enseñó a amarme y valorarme, desde que era una niña. La que veneraba mi valor, no mis defectos. Creo que aunque fuese un moco la abuela siempre me verá hermosa.

—¡Elizabeth, amor! ¿me está escuchando? —preguntó la abuela en frente de mí. Sonreí y le besé su arrugada mejilla.

—Lo siento abue, me perdí por un momento. —le expliqué ella apretó mi mano y me miró con esos hermosos ojos azules. Joder, ya me descubrió.

—Deje de atormentarse, hija. Dime ahora que te tiene tan perdida. —reí ligeramente, siempre es así. Nunca he podido ocultarle algo a mi abuela porque siempre termina descubriéndolo.

—¿Sabías que mamá volvió con papá? —arrugue la nariz. Ella asintió con una sonrisa.

—Claro que sí, mi niña. Tu madre me llamó ayer para decirme. ¿Eso es lo que te tiene tan perdida? —rió ligeramente, no entendí.

—Sí, abue. Mira entiéndeme, a sido el ciclo por tanto tiempo, siempre la misma rutina. No me gusta ver a mi madre destrozada, no lo soporto. —lloriqueé como nena pequeña. Ella me dió unas de sus agradables sonrisas, esas sonrisas que te alumbran por completo en medio de la noche.

—Mi niña... Entiendo que no quieras ver a tu madre sufrir, pero estas haciendo una tormenta en un vaso de agua. Tienes que entender a tu madre, ella ama a tu padre incluso por encima de sí misma. Así es el amor, cuando de verdad se quiere el corazón es capaz de perdonar incluso la peor traición. Así es el humano, el corazón. Llegará un momento de tu vida en el que te enamorarás tan perdidamente de una persona que actuarás como una completa idiota. —las dos reímos. —las idioteces más hermosas son las que de hacen por amor.

—Le dije todo lo que sentía a mi padre. Y Dios, me siento tan bien, ya no está ese sentimiento que que agobiaba. —le conté y ella sonrió.

—Te dije que llegaría un punto en el que lo harías. ¿Y lo hiciste sin malas palabras, patadas y golpes como dijiste aquella vez cuando tenías diesiseis? —me reí con ganas recordando aquél momento cuando llegué gritando y jalandome de los cabellos diciéndole a la abuela: «¡Lo voy a matar abuela, lo lanzaré de las escaleras y parecerá un accidente!» Sí, en mi adolescencia fui bastante malvada.

—Lo hice, saqué todo de mi sin sacarle la madre a él. —ella se rió y negó con la cabeza.

—Así es como se hacen y dicen las cosas, con la cabeza fría. A veces, decimos cosas cuando estamos molestos de las cuales nos arrepentimos cuando se nos pasa el coraje.

M

iré las olas del mar en un vaivén constante. La brisa marina de Alabama daba una sensación increíble de paz.

—Tienes razón. —suspiré pesadamente.

—Siempre la tengo, querida. —reímos. Me levanté del pasto verde y caminé por el gran manzano, la abuela me miraba con una ceja alzada y una gran sonrisa en la cara.

Miré la escalera y luego a la abuela. Ella empezó a reír al darse cuenta de lo que iba a hacer.

—Como aeroplanos de papel, ¿Recuerdas? —le pregunté y ella asintió. Subí la escalera que daba directo a la casita del árbol, al estar ahí arriba miré a la granja de al lado. Abrí los ojos. Infiernos. —¿Esa es la casa de los Spinelli? —le grité a mi abuela.
—¡Sí! ¡Al parecer el mayor de ellos quiere a sus padres viviendo como reyes! —gritó mi abuela desde abajo.

Jesús.

Era una mansión, blanca de dos pisos y grande. Era jodidamente increíble. Una gran piscina ovalada adornaba junto a las mesas de té que yacían alrededor del jardín. El pasto perfectamente podado y una pequeña valla que separaba la playa de los terrenos.

Woa.

—¡Mi niña te recomiendo que... —dejé del  escuchar a la abuela cuando un montón de gente salió al jardín. Me escondí entre las maderas de la casita.

Una señora mayor parecida a mi abuela, Margareth. Sus cabellos grises casi blanco, sus ojos eran verdes y sus arrugas estaban a la vista. Estaba vestida como toda una reina, su ropa es jodidamente cara.

Miré a su lado, la señora castaña que parecía una modelo. A su lado un hombre bien formado vestido de polo, venían de jugar golf. Podría apostar incluso que venían del Country Club, ahí se reunían las personas de dinero a recrearse jugar golf, quejarse de su millonaria vida, que se yo.

Pero lo que captó mi atención fue ver al hombre que estaba a su lado.

Connor Spinelli.

Jugador estrella del equipo de fútbol americano grandes ligas, ese hombre era una máquina de noqueo, corría demasiado.

Joder, se ve incluso mejor que en fotos.

Por primera vez en tantos años lo ví directamente. Su rubio cabello estaba peinado hacia arriba y caía con elegancia entre sus orejas. Su pálida piel, nada parecida a la mía. Sus tatuajes que se veían claramente en sus brazos, el polo blanco con unas bermudas marrones a juego. Sí, venían del Country Club.

Es precioso ese hombre.

Su mandíbula perfectamente cuadrada, unos labios muy gruesos  rodeados por un poco de barba, cejas esculpidas, sus músculos...

Santo Dios.

Ya hasta parezco una acosadora. Me incliné para mirar bien y una de las maderas crujió muy fuerte. Todos giraron para ver que había sonado. Me escondí entre las ramas del árbol y me agaché. Mala idea poner la casita del árbol casi dentro de su propiedad.

Pero fue en vano porque cuando levanté la vista nuestras miradas se cruzaron...

Y podía jurar que el mundo se detuvo en ese momento.

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