Capítulo 5

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«Hay momentos en la vida en lo que lo más importante es sonreír.»

Connor Spinelli.

—Próximamente la arquitectura tradicional se reestrablecerá por una más moderna.  —habló mi padre. Asentí de acuerdo con él.

Una mano se coló entre mi trasero y lo apretó disimuladamente.
Le dí una mirada coqueta a Alexa y me apretuje a su lado. Toqué su operado trasero y ella soltó un gemido. Sonreí egocéntrico.

Sabía quién era, lo que hacía y el poder que tenía sobre las mujeres y todas las personas en general, cuando uno se acostumbra a tener atención encima su ego se alza. Te sientes importante, sientes que puedes tomar el mundo entre tus manos y jugar con él.

Era rico de cuna, siempre lo había sido, fuí popular en el instituto tuve a la chica que quise cuando y donde quise, tenía lo que quería una familia perfecta y estatus. ¿Acaso podía pedir algo más?

—¿Quieres que te joda duro? —hablé roncamente en su oído. Ella asintió mordiéndose el labio, una acción mediocre de su parte. Habían mujeres a las cuales esa acción de les veía divina, pero la suya fue muy fingida, cosa que no logró calentarme.

—Si... Bebé. —gimió muy alto por lo que todas las miradas se dirigieron hacia nosotros. La fulminé con la mirada y me alejé.

La abuela me dió una mirada de desaprobación. Mi padre y mi madre negaron con una sonrisa. Sabían como era por esa razón no se enojaban.

Bastantes veces salí en la prensa con muchas mujeres, todo tipo de modelos. Mi vida no era nada privada, era bastante pública y no me enojaba, era un narcisista y me encantaba tener personas al pendiente de mi.

—Vamos afuera, ya terminaron de remodelar la piscina. —me dijo mi madre, sus ojos negros me miraron emocionados. Asentí y nos dispusimos a ir a la parte trasera de la casa de mis padres. Aquí viven con la abuela.

Alexa me miraba con ojos suplicantes, según la prensa Alexa es mi novia lo cual es falso. No es más que una buena follada pero mi madre se encaprichó con ella cuando llegó a nuestra mesa en el club.

Joder, ahora la tendría encima de mí todo el puto día con su mierda de pareja.  Odiaba eso, desde el principio les dejaba en claro que era un jodido rollo de una noche nada más, nunca metería a una mujer a mi vida sentimental.

Porque ya había dejado entrar a una, una que tuvo, tiene y tendrá mi corazón entre sus manos. Por muy marica que sonara.

Estabamos de pié en el patio trasero de la mansión, miré la piscina, las mesas, las palmeras. Todo estaba perfectamente arreglado.

La cabeza de Alexa se posó en mi hombro. A esta mierda me refería.

Detestaba con toda mi vida a las mujeres empalagosas, eran jodidamente irritantes.

O no sabía si era aquella vocecita de mi conciencia que sabía que esto la hería, a ella. Solo sé que actuaba por instinto, no las dejaba pasar porque ese jodido lugar era solo de ella. De nadie más.

Me hice a un lado y ella me fulminó con la mirada, me encogí de hombros indiferente. Mi padre hablaba como un jodido loro de lo bien que había jugado a noche. No le presté atención, estaba viendo la vieja cerca que conectaba con nuestra propiedad. Estaba desgastada y sin pintura. Una casita pequeña estaba del otro lado, era blanca y de un solo piso. Se veía muy humilde a simple vista. Entonces capté.

La casa de los Evans.

O bueno, la abuela Evans.

Miré el gran manzano donde debajo había una silla con una señora mayor, sus cabellos rubios con canas y sus ojos azules deslumbraban, era una mujer muy hermosa en sus tiempos. Había oído decir a la abuela.

Traía una bata sencilla color azul y un bastón en su mano, parecía que hablaba con alguién en el árbol.

¿Acaso estaba loca?

Mi curiosidad despertó y quise saber más. Así que empecé a moverme más cerca del gran árbol, viendo de cerca a la abuela quien hablaba y hablaba pero no parecía recibir respuestas.

-Hijo, ¿Me escuchaste? -preguntó mi padre en un tono borde.

Ni mi entrenador me hablaba así cuando perdía un partido, por que supe que estaba cabreado por haberle ignorado.

Iba a contestar cuando un fuerte ruido de ramas crujió e hizo que todos vieramos hacia el árbol. Ví como algo amarillo pasó y sentí demasiada curiosidad. Mi corazón se volcó contra mi pecho y mis palmas sudaron.

¿Qué demonios?

Miré hacia arriba y me topé con una casita del árbol muy ocultada entre las hojas. Miré fijamente y pude ver unos ojos color café.

Me sorprendí. Ojos completamente cafés, estaba idiotizado viendo aquellos ojos cafés. El árbol no estaba lejos, para nada. Por eso podía verlos completamente. Parpadee.

Los ojos cafés ya no estaban.

¡Jodanme! ¿Qué ya las drogas me estan haciendo daño? No recuerdo haber consumido ninguna esta mañana. Pero muy en el fondo sabía a la perfección que para mí, no existía ninguna droga más letal que ella.

Todo fue, era y siempre sería ella.

Mi mente parecía colapsar mientras tanto mi familia hablaba, al parecer nadie se dió cuenta.

Y jodidamente sabía a la perfección a quien le pertenecían esos ojos chocolates tan oscuros y profundos. Más de una vez me quedé admirandolos como un tonto.

Jamás olvidaría los ojos que tanto amé.

Y que por mi culpa, perdí.

—Oh vamos Connor no seas aburrido, prometo que volveremos temprano. —sus ojos cafés me miraron tan profundamente que fue imposible negarme, no podía negarle nada a ella.

—¿Y qué me darás de recompensa por cumplir tus caprichos? —pregunté coquetamente, ella me dio una pícara mirada, nos entendíamos tan bien.

Y así se acercó lentamente a mí y se sentó en mi regazo rodeando mi cuello con sus brazos besó lentamente mi mejilla, beso que me dejó deseoso de probar esos labios carnosos con los míos.

—No puedes hacerme eso princesita... —suspiré como un tonto mirándola sonrojada levantarse de mi regazo. Me tendió la mano y la tomé levantándome con ella.

—¡Venga ya gruñón! —hizo un adorable puchero y esa fue mi perdición. Sonreí y besé su mejilla tomando su mano caminamos hacia el parque.

—¡Connor! ¡¿Qué demonios te sucede?! —gritó mi padre furioso. Lo miré indiferente, dando una última mirada a la casita del árbol donde sabía quién se escondía.

—Eso no es asunto tuyo. —dije cortante, de repente enojado conmigo mismo.

Porque nada, se le asemejará nunca a la plenitud que ella me brindaba.

EstereotiposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora