«Las cosas pasan por algo.»
Elizabeth Evans.
Sentada en el balcón mirando fijamente al Golfo suspire. Una sensación de agonía se apoderó de mi mi pecho al decidir que no iría corriendo a los brazos de Connor.
No acepte su propuesta porque no soy un objeto que se presta a satisfacer las necesidades de otros. No quería jugar de esa manera conmigo misma. Saber que me daría la oportunidad y luego él rompería mis esperanzas fueron las cosas que me llevaron a tomar esta decisión.
Valgo mucho más que eso.
No soy una puta como para arrevolcarme con Connor a escondidas, y aunque una mínima parte de mí me decía que debía aceptar me lo negué.
Tenía que pensar muy bien las cosas. No meter la pata y caer en un hoyo del cual ni yo misma podría salir.
Me levanté de la ventana y cogí un libro de la maleta, nunca salía sin uno en mi bolso. Mi vestido playero largo cayó al suelo, mis pies descalzos sintieron el frío piso de la casa. Mi cabello estaba suelto y no tenía nada de maquillaje en la cara.
Decidida salí de mi habitación y caminé hacia la cocina. Solo se escuchaban los grillos cantando. Harper, José y Nate se fueron esta tarde a una fiesta en la playa, yo no quise ir así que me quedé en la casa.
De la nevera saqué unas frutas picadas en un tazón, eran fresas, bananas, kiwi, duraznos, moras y algunos trozos de manzana. Tomé un tenedor, con el tazón y libro en mano salí afuera de la casa. Caminé hacia la playa del frente.
Estaba completamente sola, supuse que todos los turistas estaban en la fiesta del muelle. Me alejé bastante, la fría arena se deslizaba entre mis dedos causando una de las sensaciones más agradables que pudieran existir.
Ya lejos de la casa me pose entre unas rocas marinas. Era mágico, era como una mínima cueva escondida de rocas marinas, a mis pies descalzos llegaban las olas de la playa, y las algas alrededor de las rocas hacían todo más bonito.
Ahí me quedé, me senté cómodamente en la arena, coloqué mi tazón de frutas a mi lado y el libro lo puse en mi regazo. Llevé un trozo de manzana a mi boca y abrí el libro dispuesta a leer.
Y así lo hice. Me relajé junto a la brisa marina y el aroma a mar en mis fosas nasales.
«Oh, señor Darcy.»
[...]
—Elizabeth. —dijo Connor en frente de mi. Lo miré atónita. Tenía unas bermudas beige y una camiseta blanca, sus pies estaban descalzos al igual que los míos y su hermoso cabello rubio estaba completamente hecho un desastre.
—¿Que haces aquí? —le pregunté y sonreí irónica. Siempre la misma pregunta. Él sonrió y se acercó a mí, se sentó cómodamente a mi lado y tomó un poco de mi fruta picada.
Mis ojos se desviaron hacia la manera en la que se metía en la boca el mismo tenedor que yo tenía en mi boca hace unos minutos. Mordió el kiwi con extrema lentitud. Sus labios rosados y gruesos fueron rodeados por su lengua limpiando los residuos.
—Me quedé esperándote. —me dijo y asentí como si no me importara, mi vista se desvió hacia el mar.
—No quiero ser tu juguete sexual. —hablé con franqueza. No lo miré, mi vista estaba puesta en el hermoso mar oscuro.
—No eres mi juguete sexual, Elizabeth. Somos adultos y podemos actuar como tal, basta de juegos y boberías ¿Qué crees que sea mejor? ¿Que te hablé con la verdad directamente o que finja amor sólo para llevarte a la cama? ¿Acaso estoy siendo un capullo por no jugar contigo? —su voz estaba ronca tan masculina como sólo él.
—No lo sé, Connor... Venga, que tienes razón y lo entiendo. Sabes que te deseo, no hay por qué negarlo. Pero joder, en estos jueguitos alguno siempre sale herido, y no quiero eso, valgo más que eso. —seguía en dudas, quería esto. Pero tenía miedo. Connor tomó mi mano derecha entre la suya y me obligó a mirarle.
—Vamos a intentarlo, solo una vez, si no te gusta está bien, me alejaré de ti y no te molestaré más nunca, pero... Quiero esto, Elizabeth. Y sé que tú también lo quieres.
Sus ojos azules transmitían tantas cosas. Tantos secretos, tantos misterios, tantas dudas.
—¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Digo, puedes tener a la modelo más famosa en estos momentos en tu cama, pero estás aquí, conmigo. ¿Por qué? —Y ahí van las malditas inseguridades que tenía guardadas hace tanto.
—No lo sé, no tengo una respuesta decente para eso. Ni yo mismo tengo una jodida idea de donde sale esto, esto que me hace desearte tanto. —apreté su mano y volví a mirar el mar.
Pensé, pensé, pensé y pensé. ¿Estaba bien o estaba mal?
—Soy virgen. —le dije, aunque él lo sabía, quería recordarselo.
—Lo sé, déjame hacerte mujer. Déjame cuidar como si fuese lo más preciado que tengo. —pero él no explicó de qué cuidaría...
Y después de tanto tiempo pensando lo decidí.
—Voy a arder en el jodido infierno por esto —sonriendo se acercó a mí y me besó.
Y quizás, tan solo quizás Connor Spinelli me tenía más en sus manos de lo que yo pensaba.
ESTÁS LEYENDO
Estereotipos
RomanceElizabeth Evans: ella no es más que una mujer como cualquier otra, pero tiene algo que la hace diferente a las demás, ¿su físico? Quizás sí, pero no sólo es eso, son sus sentimientos, su manera de pensar, de actuar, su manera de demostrarle al mundo...