Capítulo 14.

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«Vivimos esperando a que reaccione primero el otro y así es como nos quedamos: con mil cosas por decir, por hacer, por sentir, por disfrutar.»

Elizabeth Evans.

Aparqué justo frente a mi puerta, solo en caso de que tuviera que salir corriendo.

Soy una macha pecho peludo, se los dije.

Miré por todos lados buscando a mi asesino serial, pero no había nada, ni coches aparcados, ni personas, solo la viejita de al lado viéndome como una loca por buscar algo en la oscuridad.

Apagué la camioneta y bajé con mi bolso en manos y las llaves de la casa. Ahora sí tenía miedo, el departamento estaba todo oscuro cuando abrí la puerta. Tomé el jarrón de la repisa, solo por si acaso.

Encendí las luces y caminé por la casa, suspiré de alegría. No había nada.

Al parecer todo fue una broma.

Joder, malditos sin oficio.

Dejé el jarrón en la repisa y me quité los tacones, moría por quitarme la ropa. ¡Mierda! Salí a la calle completamente descalza y me volví a subir en la camioneta, le dí retroceso y la metí en el garaje.

Me salvé de una multa muy grande.

Saltando para no ensuciarme los pies, cosa que era estúpida volví a entrar a mi casa. Miré mis pies completamente negros, jodanme tenía que darme un baño urgente.

Caminé hasta mi habitación donde empecé a cambiarme, me quité el vestido rosa quedando solamente en bragas de satén blanco y un brasier a juego con las bragas. Miré mi estómago, una tres estrías yacían en la parte de arriba de mi ombligo.

Bueno al menos eso quiere decir que he bajado de peso.

Tomé la toalla de baño y la enrolle a mi alrededor, caminé al baño y ahí me dispuse a bañarme.

🕐...

Luego de más de una hora duchandome me sequé el cabello y salí a mi habitación, era tarde. Pero soy de esas personas que no se pueden ir a dormir sin darse una ducha primero, considero que la higiene es lo primordial en la mujer.

Dejé el paño tendido en la silla del tocador y caminé desnuda hacia el closet, para sacar mi pijama. Después de haberme puesto la gran camisa de pijama me dispuse a ponerme la braga azul.

—Jesús. —se oyó un gran suspiro de mi cama. Salté del susto y cogí una de mis camisas.

¿En serio?

Sin importarme nada caminé hasta mi cama, tenía miedo, joder incluso estaba temblando.

—¿¡Quien está ahí!?—oh vamos, ¿no se me pudo ocurrir algo mejor? Como si el asesino me fuera a decir:

"Estoy en la cocina, ¿te preparo una tarta?"

–El amor de tu vida... —gritaron. Esa voz...

Levanté las sábanas de mi cama y grité.

—¡Maldito hijo de perra! —empecé a pegarle con la camisa. Él se intentaba cubrir de mis golpes mientras reía.

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