Capítulo 34

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«Me soltaste, cuando más necesitaba aferrarme.»

Elizabeth Evans.

—Abuela, tengo miedo. —susurré afligida. Ella me dió una de sus tranquilizadoras sonrisas. Tomó mis manos entre las suyas y las besó.

—Mi niña, no va a pasar nada, mi cielo, perro que ladra no muerde. Todo va a estar bien, te lo prometo, yo misma me encargaré de eso. —la miré a los ojos y negué.

—¿¡Qué!? ¡No, abuela! No te quiero ver cerca de Douglas Spinelli, tenemos que aceptar que ese hombre tiene poder, lo tiene en sus manos, en su dinero. Nosotras no podemos ponernos en peligro, no te puedo poner en peligro, abuela, eres lo único que tengo en esta vida, lo único que amo. —me acerqué y la abracé fuerte. Estaba aquí desde esta mañana, ayer Sergio me llamó para darme la noticia de Natasha, quedó en pasarme el informe completo con toda la información contenida este mediodía, así que decidí pasar un rato por casa de mi abuela, ya había visitado a mi madre y a Tony por eso vine aquí por uno de los increíbles consejos de la abuela.

—Tu también eres lo que más amo mi niña, por eso quiero verte feliz, segura, y no solo yo soy lo que tienes en la vida, tienes a tu mamá, que te ama a su loca manera, a tu papá, quien a pesar de todos sus errores lo he visto muy distinto, muy cambiado, y yo creo que esta vez sí sea para siempre. Tienes a Nathe quien daría su vida por tí, y a esa muchacha loca de cabello de hombre. —reimos. —Y sé que hay alguien más, tú mirada me lo dice, se ve tan pura, tan brillosa y llena de vida.

Suspiré y la miré a sus azules ojos.

—Connor, Connor Spinelli. —ella sonrió encantada y se colocó a dar pequeños aplausos, la miré sin entender.

—¡Santo Dios! ¡Lo sabía!

—¿Como que lo sabías? —pregunté y ella volvió a tomar mis manos entre las suyas, ya que las había soltado para aplaudir.

—¿Sabes la leyenda del hilo rojo? —me preguntó.

—Cierta parte, no toda la historia.

—Vale, escucha. Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá. Este hilo lleva contigo desde tu nacimiento y te acompañará, tensado en mayor o menor medida, más o menos enredado, a lo largo de toda tu vida. Así es que, el Abuelo de la Luna, cada noche sale a conocer a los recién nacidos y a atarles un hilo rojo a su dedo, un hilo que decidirá su futuro, un hilo que guiará estas almas para que nunca se pierdan...

—¡Wow!, ¿todo es cierto? —ella asintió.


—Eso dice la leyenda. ¿Quieres escucharla?

—Sí...

—Hace mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo : «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza. Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda. Y en el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente... Al levantárselo, vio que ese hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente.

—Oh, santos cielos. Es increíble. Eso quiere decir que la bebé era su alma gemela, no la campesina. —chillé. Ella asintió riendo.

—Así es, ¿lo ves? El destino se encargó de unirlos aún por encima de todas las cosas. Es lo mismo que pasó con Connor y contigo, los alejaron de pequeños, pero se volvieron a encontrar de grandes.
El hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá. Y si nacieron para estar juntos se podrán perder una y mil veces, pero en esas una y mil veces se volverán a encontrar.

Jadeé impactada.

—Increí... —el vomitó que subió de repente a mi garganta me hizo salir corriendo hacia el baño donde me tiré frente al inodoro y expulsé mi desayuno.

Entre vómitos sentí como alguien tomaba mi cabello desde atrás y lo alejaba de mi cara.

—Ay, pequeña zorra, no me asustes. —un chillido salió de Harper quien estaba detrás de mí. —Santa virgen de la papaya. No vomitas el corazón porq... —la empujé y me levanté para lavarme la boca.

—¿Que haces aquí? ¿Como entraste? —le pregunté mientras me secaba la cara.

—Venía con Nathe y apenas crucé la puerta te ví salir corriendo como un cohete hacia el baño, así que aquí me tienes. Ay, Eli, dime qué estás enferma del estómago pero no es lo que yo creo que es.

—¿Según tú qué es?

—Que estás embarazada. —abrí los ojos como platos, levanté mi camisa y miré mi estómago, empecé a sacar cuentas en mi cabeza, siempre fuí de las mujeres que tienen el periodo muy descontrolado, desde pequeña. Pero el mes pasado no me bajó, pero ya abril iba a terminar y seguía sin bajar.

—Creo que estoy embarazada. —susurré.

—No lo creas, cariño, lo estás. —me dijo la abuela desde la puerta. Me tendió una caja y la tomé. —Siempre supe que las iba a necesitar. —apuntó hacia la caja. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

—Hazla y nosotras te esperamos afuera, le diré a Nathe que me vaya a buscar unas cosas en mi casa y así lo despistamos. —asentí ellas salieron del baño y me dejaron con la cajita en manos.

[...]

Esperé paciente, la abuela me miraba con una sonrisa y Harper también.

Una rayita se hizo presente en el aparato que estaba en mí mano. Luego la otra que estaba más clarita empezó a oscurecer.

Positivo.

—Estoy embarazada.

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Tenemos un trato. Ustedes lo están cumpliendo y yo también, si seguimos así seguiré actualizando.

EstereotiposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora