Capítulo 8

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«Aunque no pretendas hacerme daño me sigues destrozando»

Connor Spinelli.

Con una copa de Whisky de Bourbon, en mi mano derecha y una muy buena zorra cara del otro lado izquierdo aún su recuerdo seguía en mi mente, atormentandome y agobiándome a cada puto minuto.

Maldita niña tonta, ¿Qué me hizo? ¿Cómo es que me hechizó de esa manera? Perdí la puta razón por ella.

—Connie. —susurró la rubia en mi oído y entonces me llegó el jodido recuerdo.

🎆Recuerdo.🎆

Miré a la pequeña niña que vivía justo al lado de mi casa.

Los Evans, había dicho mi abuela con rencor.

Me tiene completamente enamorado esa chiquilla morena de cabellos largos y ojos oscuros, su sonrisa tiene una manera de ponerte a suspirar que...

Puaj. Amor.

Retrocedí lentamente y con una sonrisa me decidí bajar las escaleras de mi casa, mi padre no había llegado aún por lo que sabía que mi madre se hallaba en la cocina preparando su cena.

Salí silenciosamente por la puerta trasera y corrí al patio trasero de los Evans. Ahí estaba la pequeña morena. Su vestido rosa y las colitas blancas la hacían ver aniñada.

Yo tengo diez años y sé que ella tiene seis. Mis padres siempre nombraban su apellido constantemente con odio y rencor, ese que fue implantado por la abuela tras la muerte del abuelo, esa es la historia interminable así le llamo yo.

Sacudí la cabeza alejando mis pensamientos y caminé hacía ella, ella al verme se asustó. Sonreí, es muy tierna.

Iba a correr cuando le tomé de las manos, su flequillo moreno caía sobre sus párpados, y sus pestañas negras se sacudieron cuando cerró los ojos con temor.

—Por favor, no me hagas nada. Papi dijo que me alejara de ustedes. —susurró bajito con voz tierna y llena de miedo. Al parecer a ella también le implantaron el chip. “No te acerques a los Spinelli”.

Siempre tomé eso como una tontería. Sólo es una niña, no podría hacerle daño.

—Te prometo que no te haré daño, solo quiero hablar. —le dije suave, ella me miró con desconfianza pero terminó asintiendo, la solté y ella se sentó en el pasto, desde ahí me miró.

—¿Qué quieres saber? —me preguntó a lo que yo reí fuerte.

—Muchas cosas, pero la principal sería, ¿cuál es tu nombre? —le pregunté a pesar de que ya lo sabía.

—Elizabeth. ¿Connor, verdad?

—Si, Connor, Connor Spinelli. —le contesté ella asintió, ya lo sabía. —Y... Dime, ¿cuál es tu color favorito? —me senté a su lado.

—El azul oscuro, ¿Y el tuyo?

Y así pasamos toda la tarde.

Los días, las semanas, los meses, los años, el tiempo pasaba y nosotros nos volvimos inseparables, mejores amigos, así catalogamos nuestra amistad. La niña me fue enamorando poco a poco y mi primer amor adolescente floreció. Un completo cliché, enamorado de mi mejor amiga.

Pero todo esto cambió cuando mi padre se enteró de nuestra amistad, ese día me dió la paliza de mi vida, recuerdo que al siguiente día entró diciendo que me iría a vivir con la tía Norma.

¿Pude haberle enviado cartas, emails, mensajes, llamadas? Demonios, sí. La primera semana allá eso era lo único que pensaba, pero mi padre me inscribió en la escuela nacional de fútbol americano y mi mente se dispersó.

Los días eran agotadores, entraba en el colegio en las mañanas y salía al medio día, luego pasaba toda la agotadora tarde en la academia y allí se me iba la vida, llegaba a la casa y hacia las tareas queme asignaban y así se me iba el día. El tiempo pasó y mi necesidad de Elizabeth disminuía, mi mente maduro al igual que yo y mis intereses. Decidí dejar todo tranquilo y en sana paz.

Claro que nunca sabría que eso sería de lo que más me arrepentiría años más tarde.

Mentiría si le dijera que me olvidé de ella, eso es algo que yo veía imposible. Vivía en mi mente, llegó ahí para quedarse y nunca irse. Y probablemente nunca lo haría.

🎆Fin del recuerdo.

Alejé esos estúpidos pensamientos, vamos, soy Connor Spinelli. No tengo porqué después de tantos años sentir remordimientos.

Tomé la mano de la rubia y la llevé hacia la parte de arriba del club, a los baños. Joder, necesitaba un despojamiento de estos estúpidos pensamiento.

Mirad pero si no es nada más ni nada menos que la gordita.

Jodanme.

Al llegar al baño cerré la puerta con seguro y me acerqué como un devorador a su presa. La rubia es jodidamente preciosa toda cabellos largos y rubios, labios grandes y gruesos llenos de bótox, mucho maquillaje de cuerpo de Barbie. Era perfecta.

Y quizás por eso no me ponía. Mi jodida mente estaba muy lejos de aceptar la perfección, le gustaba lo natural, lo imperfecto, lo moreno de curvas de infarto, de trasero descomunal y pechos perfectos, naturales. Sus labios rellenos de carne y no ese raro líquido, su cabello en su color natural. Ella era el ser más imperfectamente perfecto que haya conocido.

La rubia de nombre desconocido sonrió maliciosa y se pegó a mi, acercó su boca a la mía y me alejé. No besaba bocas las cuales no sabía donde habían estado antes.

Y no porque fuese un capullo egocéntrico y narcisista. Sino, porque Elizabeth realmente me había jodido, en todos los sentidos. Besar a otra era alucinar con la fresa de sus labios, la frescura de su aliento y no quería eso.

Hizo una mueca ante mi acción pero entendió. Sonriendo se agachó ante mi y jugó con la hebilla de mi pantalón, la quito y abrió el cierre.

Y lo demás no es necesario que lo sepan...

Pero algo que sí les voy a decir es que pasó lo que nunca en mi vida me imaginé que pasaría. O a quien quiero engañar, esto me pasó tantas veces en mi adolescencia, que no me sorprendía que me sucediera después de viejo y haber visto lo fenomenal que está y lo increíblemente preciosa que se puso.

Me corrí pensando en Elizabeth.

Infiernos.

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