«Me siento tan distante y cerca a la vez.»
Elizabeth Evans.
Toqué y toqué, una y otra vez, y nadie abría la puerta.
—¿Hay alguien ahí? —grité.
Nada. Nadie salía. Así que decidí rodear la casa, mi teléfono empezó a vibrar sonoramente lo saqué de mi bolsillo y revisé la pantalla, era el mismo número privado. Necesitaba saber que pasaba. Contesté pero no dije nada, esperé que hablaran.
⇨
◇-◇-◇-◇-◇
—Te lo advertí, zorra gorda.
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La llamada se colgó inmediatamente y un fuerte escalofrío recorrió todo mi cuerpo de pies a cabeza. Esto no me estaba gustando nada, ya sabía que estaba siendo vigidala y seguida.
Corrí por los alrededores de la casa buscando una manera de entrar.
Entonces como si se tratara de un poco de agua en medio del desierto. Ahí estaba la puerta trasera, corrí y forcé la cerradura hasta que está se abrió. Casi quise gritar de emoción.
Saqué los papeles de mi cartera y busqué la fotografía. Rubia, ojos azules, lunar en la cara...
Decidí entrar a la propiedad, era consciente de que esto era invasión de propiedad privada y posiblemente me metería en un buen lío, pero nadie me vio entrando, y podía alegar que era por motivos personales y venía a ayudarla, lo cual de una forma u otra era cierto.
Caminé por por los estrechos pasillos, las paredes blancas y sucias, el piso negro de mármol pero estaba agrietado, las ventanas cerradas con barrotes, partes de la casa muy sucias y desordenadas.
—Mi bebé, mi bebé, mi bebé... —se escuchaban susurros desde la segunda sala de donde yo estaba, con la piel erizada por los nervios caminé hacia esa sala.
Una imagen muy triste se instaló ante mi visión, una pequeña y delgada rubia se balanceaba de adelante hacia atrás una y otra vez, sostenía su vientre y seguía murmurando.
—Tranquilo bebé, nadie nos va a dañar, nadie lo hará, estamos bien. —ella escuchó mis pisadas y se giró, jadeé al ver semejante cosa. Sus pómulos muy marcados, estaba muy flaca, su dentadura sobresalía debido a su delgadez y olía muy mal.
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? —me preguntó, se levantó del suelo y caminó hacia mí, yo retrocedí. Me sorprendió mucho sus rasgos, ella era una Spinelli donde se parara su cabello rubio largo hasta sus caderas, sus ojos azules, sus facciones finas y delicadas.—Hola... Yo soy Elizabeth Evans... —ella me miró con ojos muy abiertos, podía descifrar sus reacciones, la chica no estaba loca como todo el mundo decía, quizás con traumas pero no loca. Si lo estuviera no me vería con horror.
—¡Una Evans! ¡Pero que sorpresa! Dime, ¿qué haces por aquí, mayor enemiga ante los ojos de mi padre? —ella se sentó en un sillón de mimbre que estaba detrás de ella y cruzó las piernas.
Me enderece y la encaré.
—Me imagino que sabes muy bien quien es Tony Mahfud. —ella imitó mi acción, se enderezó y miró sus uñas.
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Estereotipos
RomanceElizabeth Evans: ella no es más que una mujer como cualquier otra, pero tiene algo que la hace diferente a las demás, ¿su físico? Quizás sí, pero no sólo es eso, son sus sentimientos, su manera de pensar, de actuar, su manera de demostrarle al mundo...