Capítulo 21

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«Es ahí donde está el error del ser humano, el error de no aceptar sus sentimientos.»

Connor Spinelli.

Podría decir que he estado con un montón de mujeres mientras no me acordaba que ella existe. Podría, ahí estaba el problema. Me acosté con un montón de mujeres, sí, pero Elizabeth Evans nunca salió de mi cabeza.

Y odiaba esa mierda, odiaba malditamente demasiado que Elizabeth no saliera de mi cabeza aún cuando hacía todo lo posible por olvidarla.

¿Modelos de Victoria secrets? Las había.
¿Despampanantes rubias? Las había.
¿De cuerpos de infarto? Las había.
¿Pero sabéis que no había? Otra morena de ojos oscuros tan brillantes en sueños y anhelos como los suyos, no había otra mujer igual a ella, porque ella es única en todos los jodidos aspectos.

Desde pequeño tuve el control de mis sentimientos, sabía lo que hacía, lo que decía, todo. Pero cómo no, tuvo que llegar ella desde pequeña a descontrolar mi vida. Así si fuera yo quien se había acercado. Ella se encargó de mostrarme parte de su mundo, quien era y como actuaba. Creo que eso es lo que más me gustaba de ella, desde pequeña fue así, no temía decir lo que pensara, era muy sencilla, dulce, inteligente, bondadosa.

A diferencia de otras chicas Elizabeth podía poner tu mundo de cabeza con un solo chasquido de dedos. O al menos mi mundo.

Joder, eso me frustraba. Tenía ese tatuaje en mi pecho, lo hice en un momento de estupidez cuando estaba ebrio en una fiesta de universidad, siendo un crío hormonado de 20 años no podía olvidar a la tonta morena de brackets que vivía cerca de su casa.


Eso me llevó a la jodida estupidez de tatuarme su nombre rodeado de un corazón. ¿Menudo capullazo, eh? Venga que estaba jodido.

Estaba ebrio hasta la mierda, tenía a muchas mujeres a mi disposición, como aún las tengo. Pero aún así lo hice. ¿A quién coño se le ocurre hacer eso? Oh si, a mi.

Yo nunca me había enamorado, nunca, siempre había creído que el amor no es más que una mierda, una pérdida de tiempo, ¿Quien puede querer tener a una sola chica teniendo a más de cincuenta? Es una estupidez, ni que fuera un coño mágico.


¿Que el mujeriego cambia? Sí, pero de mujer.


Así de sencillo.

Pero entonces tenía que meterme la lengua al fondo de mi trasero porque no me explicaba por qué esa diosa de mentalidad y cuerpo que me encantaba me hacía cuestionarme sobre lo que sentía. Sabía como la mierda que no era amor, pero si estaba muy claro que me gustaba muchísimo, tenía mucha atracción hacia ella.

Una llamada en mi celular me hizo fruncir el ceño. Hoy era miércoles y no quería a nadie molestándome. Solamente apagué el celular y suspiré.

Tenía todo el fin de semana y parte de la semana pensando. ¿Que haría si Elizabeth no aceptaba? Joder, la deseaba, la deseaba jodidamente demasiado. Y ahí es donde salía la espinita a la luz.

¿Por qué la deseaba a ella? ¿Por qué tenía que ser ella entre tantas mujeres?

¿Qué tenía ella que no tuvieran otras mujeres? Había conocido a muchas mujeres, modelos, empresarias, comerciantes, strippers, prostitutas, un montón de mujeres. Todas con mejor cuerpo que Elizabeth. ¿Qué tenía ella que me hacía desearla tanto?

A pesar de que Elizabeth era altanera y peleona hasta la mierda tenía algo que me traía como un puto loco. ¿Yo esperar porque una mujer me dijera si quería estar conmigo? Nunca habría pasado por mi mente, incluso me reiría de mi mismo en otro tiempo, pero aquí estaba, esperando tan ansioso su respuesta...

Mirando al Golfo desde el balcón de mi mansión me puse nervioso.


Quería esto, quería follar como nunca antes con Elizabeth. Quitarme esa pequeña obsesión que tenía con ella.

Quería convencerme que era eso, una obsesión. Obsesión por sentir sus curvas sobre mis manos, de acariciar ese cabello sedoso, de besar esos rodeados labios, de esculpirla como si fuese un escultor.

Con Elizabeth todo es difícil. La jodida mujer tiene un culo espectacular, uno como ninguno otro que yo había tocado antes. Grande, duro, me encanta. Sin olvidar sus pechos. Esos que pude ver el viernes de cerca.

Puta mierda, ya me sentía duro con el pensamiento.

Los pude ver de cerca, tenía unos pezones oscuros que te inspiraban a tomarlos en tus labios y no soltarlos nunca. Su gran tamaño, definitivamente era un hombre de tetas y las de Elizabeth eran fantásticas.

Distrayéndome de mis pensamientos mire el reloj. Mierda.

Eran las seis y Elizabeth no llegaba. Un pequeño, mínimo, pinchazo se sintió en mi pecho, luego unos nervios terribles me atacaron.

Elizabeth no llegaría.

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¡Corto! ¡Lo sé, y lo siento!

Bueno acá les deje un poco. Sobre la mente de Connor. ¿Que opinan?

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