Capítulo 4

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«Todas las personas en el mundo tienen su media naranja... Supongo que yo soy un limón salvaje.»

***

—Papá, mamá. —les dije a modo de saludo con un asentimiento de cabeza. Papá se levantó rápidamente de la mesa y vino hasta mi.

De la nada me abrazó.

Abrazos hipócritas. Tanto como él.

Sonreí incómoda y me alejé, mi madre me miró con sus hermosos ojos verdes cristalizados. Quería abrazarla y besarla. Es mi madre, joder. Pero me encontraba tan molesta con ella. Y es que no, pensándolo bien, no era molestia era decepción. Porque fue ella la primera persona en permitir que ese ser volviera mierda mi corazón.

—¡Elizabeth! —Nate bajó corriendo y se tiró hacia mí. Reí. No pesaba nada por lo que podía cargarlo como un bebé. Me abrazó y besó mi mejilla. Un bebé de veinte años.

—Sacame de aquí. —murmuró en mi oido.

Me carcajee y asentí. —Ya nos vamos. —él asintió y se alejó de mi.

—Voy por mis maletas. —subió corriendo escaleras arriba y desapareció en el segundo piso. Miré a mis padres.

¿En qué momento nos convertimos en desconocidos?

Sentía melancolía de ver en lo que se convirtió mi familia.

No sé si era egoísta querer lo mejor para mi mamá. Sabía que ella ama a mi padre, a pesar de todo lo hace, pero él no es bueno para ella.

Su amor es tóxico.

—¿Y como te ha ido en tu trabajo, hija? —preguntó mi padre. Hice una mueca ye me obligué a sonreir de la manera más educada posible.

Si algo que me enseñó muy bien mi abuela fue la educación y el respeto, podía escuchar su voz repitiendome en el odio: «Mátalos con amabilidad.» «No existe mejor bala que la educación.» «Recuerda siempre, que las mentes vacías son las que hacen más ruido»

—Bastante bien, mucho trabajo. —él movió la cabeza de acuerdo. Iba a decir algo pero mamá lo interrumpió.

—¿Irás a la fiesta de tu abuela? —habló mi madre tímidamente. La miré a los ojos notando cuan rojos estaban y como ese hermoso verde estaba muy claro, al punto de volverse agua marina. Su color cambiaba depende su estado de ánimo.

—Sí. —fue lo único que contesté. Ella suspiró y se volteó a la cocina.

—¡Vamonos! —Nate ya estaba aquí. Sonreí. Al fin.

—¿Y a quien le pediste tú permiso? —preguntó mi padre cruzado de brazos. Rodé los ojos y caminé hacia la salida.

—¿Acaso tiene que pedirle permiso con veinte años a un padre temporal? ¿A un padre ausente? ¿A quien le pide permiso el tiempo que tú no estás? —solté todo mi veneno. Porque si algo me caracterizaba es que podía ser muy víbora cuando me lo proponía.

—¡Elizabeth Evans! —gritó mi madre horrorizada mirándome furiosa. Lo lamentaba por ella, pero debía sacar esto aunque sea un poco o me iba a consumir.

—Elizabeth, se que no lo comprendes, y dudo que lo hagas pero... —lo interrumpí.

—¡No, claro que comprendo! ¡Mi coeficiente es bastante alto! ¿Te explico lo que comprendo? Comprendo a un padre sin pantalones, a un hombre que no tuvo el valor suficiente ni la hombría para llevar la carga de una familia. Un hombre cobarde que huía ante cada problema. Un hombre sin sentimientos, que no se daba cuenta que cada vez que se iba no hacía más que romperle el corazón a la mujer que tanto lo ama y a sus hijos que tanto lo querían. Comprendo a un hombre sin escrúpulos que no le importaba pasearse con sus amantes por el país, dándole a las personas de que hablar y dejando a mi madre por el piso. Comprendo a un padre que nunca estuvo ahí para nosotros. Eso es lo que comprendo, padre. Comprendo a un cobarde que pensó que podía arreglar todo con dinero. Comprendo que tú amante se haya conseguido a un hombre más joven y te haya deshechado y por eso estás aquí. Te comprendo, pero no te creo. —dejé salir mucho aire de mis labios al tiempo que les daba la espalda.

—Yo nunca... —lo volví a interrumpir, porque su tiempo fue hace años, cuando era una niña y lloraba por una explicación, ya no.

—¿Tú nunca pensaste que nos sentíamos así? Lo sé. ¿Nunca pensaste en el daño mental que nos hiciste? Lo sé. ¿Nunca pensaste en el daño sentimental? Lo sé. ¿Te digo que nunca vas a saber? Lo que es sentirse insuficiente, pensar todas las noches que hiciste mal, juzgarte y señalarte pensando que tú eres la de el problema. Eso, papá, nunca podrás sentirlo. Aunque deseo que lo hagas, quiero que sientas tan solo un poco, de todo lo que sintió esta familia con tu asqueroso juego. — tragué el nudo  en mi garganta y miré a Nate —Me voy, te  espero afuera.—le dije. El suspiró y asintió. —Hasta luego, padres.

Sin esperar respuestas salí de esa agobiante casa.

Harper ya estaba en la camioneta con su teléfono y unos lentes oscuros puesto. Reí sintiéndome más ligera, sentía que decir todo eso me ayudó a cerrar esa herida.

Ya había sufrido mucho por ese pasado. Era hora de dejarlo ahí, donde pertenecía y vivir el futuro al máximo.

La brisa fresca de Alabama me golpeó las fosas nasales. Se sentía espectacular estar aquí, todo era tan fresco y tan puro. Me subí a la camioneta y suspiré.

Harper me miró y no dijo nada, ella me entendía, razón por la cual nos llevábamos tan bien, sabía cuándo debía hablar o callar según el caso.

Minutos después salió Nate y caminó hacia la camioneta. Bajé el vidrio y lo mire.

—Me llevaré la moto por lo que subiré el bolso en tu camioneta. —me explicó. Miró a mi lado y bufó. —¿En serio? —hizo una mueca y caminó hacia la parte trasera de la camioneta. Subió el bolso y cerró. Caminó hasta su moto y la encendió. Decidí bajar los vidrios de la camioneta. Encendí y arranqué.

Le hize señas particulares avisandole que iríamos donde la abuela Olimpia, el gritó que okey.

Miré a harper quien estaba rojisima. Reí a carcajadas sin despegar la vista del camino.

—¿Qué pasó? —le pregunté entre risas. Ella bajó sus lentes y me miró.

—Está guapísimo el muy nalgon. Digo, em...  Condenado. Si, condenado.

Reí mas fuerte.

¡Hola!

Capítulo corto, lo sé.

¡Pero calma!  Pronto subiré la otra parte, decidí dividirlo en dos.

Aprovechando que estamos acá les quería preguntar que les va pareciendo la novela. ¿Os gusta? ¿Algo que deba mejorar?

¡Próximamente sorpresas!

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