Capítulo 10

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«Tan sólo es el inicio de un maravilloso desastre.»

Connor Spinelli.

—¡Joder! — maldije, antes de enterrar mis manos en su cabello y cubrir sus labios con los míos fuertemente. Tuve que saborearla. No pude controlarme. Necesitaba esto. Estábamos solos  en la parte trasera de esta camioneta y demasiado cerca, y olía como el jodido cielo.

Esperaba que Elizabeth peleara conmigo, pero se fundió fácilmente en mí. Tomé lo que pude cuando aún estaba demasiado conmocionada para abofetearme. Acción que creía que haría.

Su boca se movió debajo de la mía, y lamí la curva de su labio inferior. Deslicé mi lengua entre sus labios, y ella los abrió para mí. Cada oscuro rincón era mejor que la cualquier sabor exótico. Podría emborracharme de su sabor muy fácilmente. Sus manos agarraron mis hombros y los apretó. Yo quería más. La quería a ella. Su lengua empezó a moverse contra la mía. Luego mordió mi labio inferior. Santo infierno.

Agarré su cintura y la puse en mi regazo, no estaba apoyada completamente, su falda se subió mucho dándome una perfecta vista de su jodidamente increíble culo. Necesitaba más. Sólo jodidamente más. Llevé mis manos a su culo y joder, es increíble, jodidamente grande y firme. Me encanta. Lo apreté a mi gusto y llevé mi cabeza al hueco de su cuello, empecé a besarlo de arriba a abajo dejando un camino de besos sobre su piel morena, su perfecta piel morena.

La empujé contra mi y cuando coloqué mi evidente excitación entre sus piernas, ella gimió y echó la cabeza hacia atrás. Mi pulso se aceleró, y sentí mi control deslizarse aún más.

—Perfecta, jodidamente perfecta.—susurré contra su boca, y me di cuenta de que estaba casi hecho. No sería capaz de parar. Pero tenía que hacerlo, es Elizabeth.

Me separé de ella y la alejé de mi regazo, me quedé mirándola. La falda ajustada color negra estaba alrededor de su cintura, y el encaje blanco de sus bragas estaba a la vista, su cabellera castaña y sus ojos oscuros como la noche que ahora miraban hacia la ventana.

—Maldición. —tuve que controlarme para no cogerla duro justo aquí. No puedo, maldición, no puedo.

Era un idiota, lo sabía a la perfección.

Me comportaba como un idiota.

Hablaba como un idiota.

Pero no pensaba como uno. (Al menos no todo el tiempo.)

Podía herirla y alejarla con mis palabras y acciones porque pensaba que actuaba bien, estar cerca de mi le haría daño. Era una persona tóxica y ella no se merecía esto. Pero en el fondo de mi mente, aquél lugar en el cual solo yo estaba no podía alejarla. La quería cerca como siempre la quise, la quería así a mi lado, junto a mi, o sobre mi, pero conmigo.

Podía empeñarme en ser un total estúpido y herirla, podía decirle cosas hirientes, podía tratarla mal, y lastimarla. Pero no quería, no quería hacerle daño a Elizabeth. No a mi Lizzy.

Suspirando negué mentalmente. En eso quedaba, en que podía, pero no quería.

Ella sonrojada se alejó de mi regazo, era adorable ese color en sus morenas mejillas, sabía que no era consciente del sonrojado que delataba cuan avergonzada se encontraba. La miré arreglar su falda e inclinarse sobre si acomodando detalles inexistentes de sus piernas.

Quería decirle que se veía perfecta, hermosa era poco. Perfecta era la palabra que más acertaba a su aspecto en estos momentos, y siempre realmente, siempre estaba perfecta.

Sonreí de lado y miré a la ventana, no quería soltar un comentario estúpido, aunque moría por hacerlo. Moría por decirle que no debía arreglarse porque estaba preciosa así.

Pero solo miré por la ventana, aún pudiendo saborear ese labial brillante de frutillas que me mataba. Por eso, apreté fuertemente mis manos en mi regazo, intentando ocultar cierta campaña de mi cuerpo que estaba muy feliz por su cercanía. El deseo desenfrenado de tirarme sobre ella y saborearla de punta a punta me consumía, moría por besarla de nuevo.

Miré a través del reflejo del vidrio polarizado su mente maquinar a toda velocidad. Podía escuchar los engranajes de esta dar vueltas.

Sabía que Elizabeth saldría con una tontería para cortar el ambiente, la conocía tanto. Cuando se avergonzaba o quería cortar un momento decía alguna tontería graciosa. Cuando se enojaba mordía su lengua y apretaba sus puños intentando no matarte ahí mismo. Cuando estaba feliz, decía tonterías graciosas. Cuando estaba triste comía helado de chocolate viendo películas de amor. Y cuando estaba en esos día en los que uno no se conoce a si mismo, bailaba. Y es que amaba bailar, y lo hacía tan bien, que fácilmente podía ser una bailarina profesional. Pero sabía cuánto le gustaba su carrera, así como le gustaba las leyes y los libros. La señorita correcta y remilgada.

La conocía tanto a ella, que no me conocía a mi mismo.

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