Capítulo 46

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«La vida es una cárcel con las puertas abiertas.»

Elizabeth Evans.


Septiembre pasó y otoño ya estaba presente.

Caminé de un lado a otro. Mientras hacía respiraciones profundas, inhala, exhala, inhala, exhala, uno, dos, tres.

Tomé mi teléfono y marqué el número de Harper, tomé varias respiraciones, ya sabía que estaba sucediendo, solo debía mantener la calma.

Sugar de Maroon five sonaba de fondo y eso parecía poner a mi bebé aún más revoltosa, al parecer le gustaba su música.

Maldita sea, Harper, responde.

⇨◇-◇-◇-◇-◇

—Amor de mi vida, ¿qué pasó?

—Ya viene.

—¿Qué?

—¡Ya viene maldita sea!

—¿La bebé?

—¡Si Harper, la bebé!

—¡Mierda, ya mismo volamos para allá!

¡Nateeeeeee!

⇨◇-◇-◇-◇-◇

Me colgó, genial.

Acaricié mi abultado vientre, volví a respirar, uno, dos, tres, uno, dos, vamos. Caminé como un pingüino hacia mi habitación y tomé el bolso que había preparado hace tiempo.

—Uhhhhh, calma pequeña futbolista. ¿Quieres conocer el mundo, eh? Tampoco es como que te pierdes de algo extremadamente bueno. Rayos no debí decir eso. —caminé rápidamente a la camioneta y subí, calma, ya había practicado mucho este momento, era hora. Empecé a manejar.

—¡Vamos hijo de puta! ¡Muevete que el semáforo está en verde! —grité y golpeé el volante, el hombre me mostró su dedo de corazón y avanzó

Una embarazada a punto de dar a luz al volante es muy peligroso, no intenten esto en sus casas.

Bajé de la camioneta cuando estacioné en el hospital y caminé rápidamente como un pingüino hacia adentro, la gente me miraba y algunos reían. Decidí ignorar eso porque no estaba de humor.

—Elizabeth Evans estoy a punto de dar a luz y el seguro está asociado con la clínica, toma, toma, toma. —le dí los papeles del seguro, mamá preparada.

Ella asintió riendo, llamó a alguien por el comunicador y automáticamente vinieron unas enfermeras con una silla de ruedas y un doctor atrás.

—Señorita Evans soy el doctor Marcelo Brown y me encargaré de usted mientras da a luz. ¿Natural o por cesárea?

—Completamente natural, quiero dar a luz a mi hijo por mí misma. —el doctor asintió sonriendo.

—La dilataremos y tendrá que durar unas pocas horas aquí mientras las contracciones vienen.

Suspiré y asentí, aquí vamos solecito.

[...]

—¡Ya solecito, ya es hora! —grité a todo pulmón y los doctores entraron corriendo.

—¿Lista? —dijo el doctor, puse la boca en forma de pez y empecé a intentar respirar. No debía maldecir a todo lo que se moviera, no podía, calma, calma.

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