Capítulo 49

5.2K 410 17
                                    

«El verdadero amor se basa en querer a alguien sin esperar que te quiera de vuelta pero ¿Cuál es el fin de querer a alguien que no te quiere?»

Elizabeth Evans.

—¿Onde ta' bebé? ¡Aquí ta'! —grité y Matías seguía sin reírse mientras que Stella, literalmente, se carcajeaba. —Vamos, mi amor, muéstrame una linda sonrisita babosa. —él me volvió a ignorar y soltó un bostezo. —Vale, te dejaré tranquilo pero en algún momento me tendrás que dar una sonrisita, pequeño amargado.

Lo tomé en mis brazos y empecé a mecerlo de un lado a otro, sus ojitos se cerraban lentamente y yo tarareaba una canción de cuna muy bajito, sus ojos se cerraron completamente y se quedó dormido en mis brazos. Sonreí ante la ternura que emanaba. Lentamente lo acosté en la cuna que estaba al lado de mi cama, le di una mirada a Stella quien jugaba con la almohada de mi cama. Reí bajito y terminé de arropar a Matías.

Caminé hacia mi cama y me senté al lado de una muy entretenida y risueña Stella. Ella parecía ver un universo en esa pequeña parte de la almohada, sonreía y hacía pucheros mientras intentaba tomarla. Como no le había dado de comer la tomé en brazos y bajé mi camiseta y saqué mi pecho jodidamente he incómodamente grande. Stella muy cómodamente tomó mi pecho entre sus labios y empezó a succionarlo. Gemí de dolor, mis pechos estaban adoloridos debido a que no tenían descanso, cuando Matías los soltaba los agarraba Stella.

Stella terminó de comer y yo acomodé mi pecho dentro del brasier y subí mi camiseta, me volví a levantar y le saqué los gases. Ella empezó a bostezar al igual que su hermano y se quedó dormida en mi hombro. Besé su mejilla y la acosté en la otra cuna al lado derecho de mi cama. La arrope y encendí las estrellitas que le gustaban tanto y alargaban su sueño a la hora de dormir. Ya muy cansada debido a que no dormía bien me recosté un rato en la cama. Me estaba durmiendo cuando unos recuerdos llegaron a mi mente privandome de nuevo de mi sueño.

Una última vez.
Ambos sabíamos que hacerlo estaba mal, ¡pero carajo! cada encuentro era más intenso. Después de prometer no llamarle, no pude resistirlo, ahí estaba de nuevo con el celular en mano marcando.

»-Hola ¿Podemos vernos?
-Pero habías dicho...
-No me importa lo que dije, dime si puedes o no.
-Yo siempre quiero. Nos vemos en tu casa  y a la misma hora.
-Hasta entonces.«

Colgué.

Llegó como todos los encuentros, después de mi. En mi casa, como siempre. La habitación era la misma, todo estaba en orden como a él le gustaba.

No podía negarlo, estaba mojada. Mi mente volaba y mi sangre hervía esperando el encuentro. Dos meses sin vernos aseguraba que esa noche las sabanas arderían.

Miré como la puerta abría. Se detuvo y me escaneo con la mirada, desnudándome de pies a cabeza.

Me lancé a él.

Me besó sin pensarlo, su lengua entraba hasta mi garganta y nuestra saliva suavizaba aquella intensidad, la desesperación nos envolvió y la respiración de ambos aumentaba cada segundo.
“Te extrañe, mi hermosa”. murmuró mientras jaló de mi cabello hacia atrás y de un tirón me rompió la blusa.

¡Dios! Jamás lo había visto así, era un animal hambriento y sí, su comida era yo.

Me aventó contra la cama y bajó los pantalones junto con la tanga que vestía. Sacó su pene y de una me monto sin piedad.
Sentí todo su miembro dentro. Me fascinaba porque era grueso y de la medida exacta para mi cavidad húmeda.

EstereotiposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora