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Válido hasta agotar existencias.
A los doce años, un día como cualquier otro, llegué a clases. La única diferencia era que había llegado tarde y por alguna extraña razón, todos estaban riéndose de mí. Me dio una vergüenza terrible darme cuenta que traía el pantalón puesto al revés.
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¡¿Cómo puedes ponerte mal un pantalón?!
No tuve de otra más que ir al baño a cambiarme; entré apresurada a uno de los váteres y me dispuse a ello. El sitio era estrecho, así que dejé apoyado un zapato en el filo del váter... ¿adivinen qué?
Sí, se cayó dentro.
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Así que me veías caminando y dejando unas huellas de pipí a cada paso. Estaba mojado de pipí; olía muy mal. Fue horrible. Tuve que estar diciendo "No, nada, que bebiendo agua en la fuente se me ha mojado el zapato".
Y mi pobre zapato, empapado de pipí de Dios sabe quién.
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