Anécdota anónima
El colegio en el que estudio es dirigido por las hermanas Oblatas, por lo que en sus comienzos sólo era femenino. No hay baños de chicos, y en conclusión, los baños de niñas son muy antiguos. Resultado: miles de leyendas, historias de terror, rumores y demás.
Que una chica se cortaba en uno, que otra mujer se suicidó en otro, que si atrancas la puerta te quedarás atorada para siempre...
No creía en nada de aquello, por supuesto. Ni usaba los baños constantemente, sólo cuando los días de llevar el uniforme de diario (vestido blanco) coincidían con mis días rojos para joderme la mañana.
Así estaba un lunes. Acaba de terminar una lista de ecuaciones y me sentía incómoda por razones obvias. Por lo que pedí permiso y me dirigí al baño a cambiar antes de que las cosas se agravaran. Recorrí el pasillo de cubículos hasta encerrarme en el último por variar, y porque estaba encantadoramente limpio. Cerré, hice lo que tenía que hacer y cuando iba a salir... una fuerza descomunal me impidió abrir la puerta.
La leyenda era real. Me quedaría atrapada ahí por siempre.
Quité el seguro, empujé y jalé. Golpeé la puerta con los puños e incluso le di con el hombro. No se abría.
Tenía dos opciones: pasar por debajo de la puerta metálica o saltar al otro cubículo para salir. Ambas me parecieron estúpidas y absurdas. Porque llevaba vestido. Me senté en la taza esperando incluso que algún fantasma suicidad me ayudara. Comencé a preocuparme de verdad porque me podrían marcar con fuga y armar una revuelta en el colegio; tendría una B en conducta. Y mis pensamientos no dejaban de volar al futuro.
Sentí que mi corazón dio un vuelco al escuchar pasos, seguidos de una vocecita cantando.
—¡Paty, Paty! —grité —¡Aquí estoy!
Recalqué mi punto aporreando la puerta atrancada. La oí acercarse.
—¿No puedes salir?
—No, sólo te digo dónde me encuentro para que me saludes —dije, con un tono un poco sarcástico.
Podría decir que vino y que con su fuerza me ayudó a salir para así juntas volver a clases. Pero no. La muy desgraciada pegó una carcajada y se fue cantando tan alegre como había llegado.
En ese momento pensé en lo mal que me caían todos.
Y pasó el tiempo. Me mordí las uñas y comencé a dar saltitos inútiles en mi lugar. Me estaba dando algo. Quizás por estar desesperada no escuché los pasos aproximarse. En mi punto máximo de no saber qué hacer, me preparé para correr y tumbar la puerta. Mi hombro chocaría con ella y la destruiría por completo. Sí, señor.
La realidad fue que la puerta se abrió sola sin necesidad de mi fuerza. Y como Julieta cae en los brazos de su amado Romeo, yo caí con gozo y alegría en los brazos...
Del conserje.
Recalquemos que rondaba en los cincuenta y cuatro años. El hombre me miraba como si tuviera otra cabeza. Ah, y Paty estaba detrás de él aguantándose la risa.
Hace días que no veo al conserje. Sólo espero no tener la culpa de ello.
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Anecdotario Público
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