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¿Qué espera? ¡Levante ese teléfono y ordene el suyo!
Válido hasta agotar existencias.
Somos un montón de gente en casa, así que para vivir en paz, tenemos horarios para saber quién usa el baño a qué hora. Yo soy la primera en levantarme, de modo que también me toca abrir la llave de paso del gas para bañarnos con agua caliente.
Y ahí iba yo, medio dormida, descalza, y a oscuras a abrir el húmedo armario donde alguien decidió ocultar la famosa llave del gas. Me alumbraba solamente la linterna del teléfono. En ese momento lo vi...
Ahí, sobre la llave de paso, una araña.
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Y no, no una de esas pequeñitas que espantas con la mano. La condenada media lo que la palma de mi mano. Era malditamente enorme y yo estaba desarmada. Entonces recordé que tenía disponible una solución... me giré para tomar la lata de insecticida que suelo dejar ahí para esos casos, ¿y qué me encuentro ahí?, ¡que la muy maldita no estaba sola!, y a que no adivinas dónde estaba su compañera arácnida. Oh sí, ¡sobre la lata de insecticida!, ¡sobre la puta lata!, que a todo esto, se suponía que era específicamente para matar alimañas de ocho patas.
Casi pude escuchar cómo ambas arañas me decían "Jaque mate, humana"
Y yo las miré. Ellas me miraron. El tiempo corría y tenía que ducharme, así que hice lo que cualquier valiente hubiera hecho en mi lugar.
Cerré la puerta y me fui a duchar con agua fría.
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Después, cuando mi hermano fue a ducharse, abrió de nuevo el armario y de las arañas ni rastro. Jamás volví a verlas, y lo peor es que nadie me creyó cuando les conté. Sólo aparecieron para joderme un poco más un lunes y se largaron.