Anécdota anónima
Resulta que un día me dejaron a cargo de mi sobrino. Él tiene cinco años y yo quince.
De pronto una araña apareció en el sofá donde yo estaba sentada, y desde mi alma afloró un gritó acompañado de un brinco.
—¡Verga!
Luego de una pequeña crisis, canalicé toda mi valentía y maté a la araña. Pero segundos después, mi sobrino tiró de mi manga.
—Tía, ¿qué es verga?
Me quedé en blanco, esperando que la respuesta llegara por intercesión divina. Lo cual, evidentemente, no sucedió.
—Una golosina.
Unas horas más tarde, creyendo que el peligro estaba fuera de mi zona, llegó mi hermano (el papá de mi sobrino) y el niño se le acercó corriendo.
—Papá, ¿me compras una verga?
Los ojos de mi hermano se abrieron como dos platos y yo no aguanté la risa. Él sometió a un interrogatorio a su hijo preguntándole quién le había enseñado esa palabra, hasta que el muchachito echó la sopa con un alegre "¡Mi tía!"
Adivinen quién se ganó un buen castigo. ¡Esta chica! ¡Me castigaron un mes! Y la condena sigue creciendo cada vez que van al supermercado y mi sobrino le ruega a su papá que le compre una verga.
Cuiden su lenguaje delante de los niños pequeños.
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Anecdotario Público
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