Anécdota de @GirlOfGreenEyes
Comenzaré por decir que a los once años Andrés ya era parte de mi vida.
Resulta que en ese entonces con el colegio nos fuimos de viaje para festejar a los egresados de primaria, a una provincia en mi país donde hay mucha nieve (Mendoza). A decir verdad, nunca había estado en contacto con la nieve, así que la emoción estaba que se me salía del cuerpo —igual que el flujo menstrual—, tanto que sólo me llevé cinco toallas femeninas para una semana entera. Los primeros días las cosas transcurrieron bien, hasta que me quedé sin reservas y la preocupación comenzó.
Sin embargo, me tranquilizaba que llevaba ropa muy gruesa y oscura... de modo que pensé que el flujo sería incapaz de traspasar la tela. Pobre chiquilla. Ni siquiera me molesté en pedir toallas a mis compañeras de cuarto.
Al día siguiente estábamos jugando en la nieve cuando me tiré a hacer angelitos en ella. Fue entonces que al ponerme de pie noté una mancha rosada en el lugar donde había estado mi trasero. Miré a todos lados buscando espectadores, y nada; tapé disimuladamente el sitio rosado con más nieve. Pero si creen que aquí acaban las cosas, están equivocados.
—¡Guerra de nieve! —gritó un niño.
De un instante a otros todos comenzaron a lanzar bolas de nieve, incluyéndome a mí. Aunque en ningún momento pensé que le lanzaría a mi crush una bola con mi sangre menstrual.
Bendito el cielo que nadie se enteró de que aquello era sangre, y mucho menos mía, pero aun así pasé mucha vergüenza.
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Anecdotario Público
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