Anécdota de @paolargz_frozen
Era un día soleado de agosto cuando mi madre decidió que necesitaba ir a con un ginecólogo. No era que estuviera embarazada ni nada parecido, simplemente que, por cuestión de herencia, mi primer periodo no me había llegado a pesar de estar a punto de cumplir los quince años, así que mi madre pensó que sería mejor una revisión. Imaginen a una niña de catorce años que no sabe nada sobre ginecólogos y con una gran imaginación; no es muy buena combinación, ¿cierto?
El punto es que ahí me encontraba yo, sin saber a qué me enfrentaría después de esa puerta. Fue entonces que el ginecólogo me llamó y yo entré a su consultorio tratando de demostrar valentía. Él simplemente se sentó al otro lado del escritorio y me hizo unas cuantas preguntas sencillas: ¿por qué estaba ahí? ¿Cuántos años tenía?
Poco a poco fui agarrando confianza, y me dijo que me haría una ecografía para revisar que todo estuviera bien. Me acosté en una camilla y después de unos minutos me dijo que había terminado. Volvió a su lugar detrás del escritorio y yo me senté frente a él esperando el diagnóstico. De pronto me miró muy seriamente y dijo...
—No tienes vagina.
Juro que sentí cómo la sangre se me iba a los pies, quería echarme a llorar en el escritorio. Estaba a punto de salir para llamar a mi mamá, cuando el doctor dijo que era una broma, que todo estaba bien y no tardaría en menstruar.
Aún no entiendo la parte divertida de casi causarle un infarto a una niña de catorce años.
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Anecdotario Público
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