Anécdota anónima
Aquel día me desperté con más flojera que sangre en el cuerpo. ¿Les ha sucedido?
Pero claro, soñar con faltar a clases era demasiado, así que me alisté como cualquier mañana y partí a la escuela. El día me sonrió cuando recordé que a segunda hora me tocaba deportes... wuju. En verdad no tenía ni un comino de ganas de moverme, mucho menos jugar a "Los pañuelos"; una actividad que consiste en meterte un pañuelo en el bolsillo trasero del pantalón y correr hasta que otro te lo arrebate.
Así pues, dividieron mi salón en un equipo rojo y otro verde. Ganaba aquel que consiguiera la mayor cantidad de pañuelos del equipo contrario.
El caso es que, como he venido diciendo, no quería ni caminar, así que me limité a esperar que un buen samaritano me quitara el pañuelo del bolsillo. Nadie se acercó a mí. Ni una mosca. Fue en ese momento que mi instinto me dijo que jugara.
Empecé a correr en cuanto vi a un chico del equipo contrario cerca de mí. Corrí detrás de él un buen rato e incluso llegué a pensar que era tiempo de regresar a mi estado de flojera, pero cuando estaba a punto de coger el pañuelo, él hizo un movimiento extraño y mis dedos terminaron en otro lado.
Mi mano se aferró con todo y uñas a un trozo de carne. Aunque ha sido lo más vergonzoso que me ha pasado en mi corta vida, fue como tocar el cielo por unos segundos, un cielo generosamente carnoso y redondo.
Le había estrujado el trasero.
Él sólo siguió corriendo, tal vez sintió más vergüenza que yo. Y desde ese instante no nos dirigimos la mirada el resto del día.
Pero, chico del pañuelo, si estás leyendo esto... llámame.
ESTÁS LEYENDO
Anecdotario Público
RandomEntre para más información o llame al número que aparece en pantalla. Si marca ya, ¡se llevará totalmente gratis un segundo Anecdotario Público! ¿Qué espera? ¡Levante ese teléfono y ordene el suyo! Válido hasta agotar existencias.