Nunca había pasado por mi mente el fin de mi vida, tal vez porque sentía que la tenía asegurada y sentía que había muchas cosas que tenía que hacer antes de envejecer y morir. En mi mente no existía una posibilidad de morir joven, en ese tiempo no me ponía a pensar en lo cruel que era la vida, si no lo era conmigo lo estaba siendo como muchas personas alrededor del mundo pero era fácil ignorar su situación, no estaba en mis manos poder ayudarles. Era una persona egoísta que pensaba solo en cumplir mis sueños, en ser mejor de quienes me rodeaban, y a mi lado solo había personas que pensaban como yo. Nadie se detenía un momento a pensar que era exactamente lo que pasaba detrás un accidente automovilístico o de una tragedia, solo culpaban a las personas que estaban sufriendo, decían cosas como: ¿Para qué se puso ahí? o ¿Quién en su santo juicio deja a la niña subirse a un auto sin ir su madre o padre? Hasta este momento, yo tampoco pensaba en lo que había pasado antes y me detenía a juzgar sin saber porque había sido que la niña iba en el auto.
Mi madre había dicho que la muerte no era culpa de nadie, era otra cosa del destino, la decisión de Dios o bien una lección de la vida. Yo nunca había sido muy creyente de Dios porque era joven y cuestiona las creencias religiosas. No me importaba la vida de Jesús en la tierra ni el karma o si las estrellas se alinearon a mi favor. No creía en los milagros, no hasta que conocía a mi propio milagro y llore demasiado al enterarme que algún día tenía que perderlo y dolía porque estaba consciente de ello.
Mi vida no dio un giro drástico, yo no lo veía asi. Sentía que estaba en un universo paralelo en que podía apreciar las cosas de un modo diferente. Estaba atento a la muerte consiente en que algún día se lo llevaría a él o a mi primero. Ahora estaba demasiado asustado de morir y el miedo de perderlo a él era mayor.
Lo conocí en el planetario del pueblo, había un grupo de tres muchachos que murmuraban cerca de él bromas sobre su cabello rubio y largo-que claramente era una peluca-, él estaba escuchando todo pero solo permaneció encorvado jugando con un 3D del planeta Saturno. Me pareció muy tierno y pensé que tal vez necesitaba un amigo y podía ser yo. Su nombre es Niall, que significaba campeón y a mí me parecía que lo era aunque la batalla aun no terminara. Su piel era pálida pero mis cumplidos siempre lograban darle color a sus mejillas, era delgado y por alguna razón, que desconocía entonces, siempre se las arreglaba para siempre querer dormir.
Llevábamos tres meses conociéndonos cuando me contó todo sobre él. Recuerdo ese día porque llore como un niño durante toda la tarde y nadie podía consolarme, fue un trece de Marzo.
-Tengo Linfoma no Hodgkin-dijo pero yo no había entendido realmente-, es cáncer.
El intento explicarme todo pero yo no le deje. No estaba listo para escuchar por todo lo que pasaba Niall porque de nueva cuenta no podía hacer nada en eso casos, solo que ahora ignorar la situación era imposible y me hacía sentir impotente. Siendo aquella la realidad, lo único que quería era Niall fuera feliz, dejó de importarme si mi sueño no se volvía realidad porque ahora tenía uno nuevo; hacer que los de Niall se hicieran realidad.
- ¿Qué somos hoy? -pregunte entrando a su habitación de hospital. Había tenido que ser internado una semana atrás.
-No estoy seguro, ¿Qué te parce que soy? - me preguntó mientras movía su peluca rosa que le llegaba a los hombros para que yo pudiera apreciarla mejor.
-La niña de lazy town.
Niall se rió y le sonreí.
-Esperaba que mencionaras a alguien más sensual-sonrió divertido y sentí que su sonrisa me cegaría.