CAPÍTULO 27

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–¿Quieres un café? –Sebas no se ha separado de mi ni un momento, el reloj marca las 6 de la tarde, estamos en el hospital Reagan y mi papá está en la unidad de cuidados intensivos, mis tíos se fueron a las 5:30 p.m. porque tenían que atender a Ángela y mi tío tenía que regresar a su oficina, dijeron que pasarían en unas horas–.  ¿Amor? ¿Quieres un café? –me vuelve a decir de una manera dulce.

-No Sebas, gracias –mi voz, es apenas aire saliendo de mi garganta.

–¿Quieres algún tranquilizante? no has dejado de temblar desde que llegamos –su mano está en mi hombro y mi cabeza está en su pecho, estamos en la sala de espera, aún no nos han dejado ver a mi papá, pero su estado es critico.

–No, no quiero dormir.

–Todo saldrá bien, tranquila –su mano acaricia delicadamente mi cabeza.

–Lo mismo me dijeron cuando mamá estaba en el hospital –mis lágrimas comienzan a salir sin compasión, mis sollozos son silenciosos–. No podría soportar perderlo, es mi culpa, soy una imbécil –me incorporo en el asiento del sillón y pongo mis muñecas sobre mis ojos, Sebas me toma las manos y me abraza, me abraza fuerte, de manera protectora, no he parado de temblar.

–Escúchame, en lo que yo tenga de vida jamás quiero escucharte decir que eres una imbécil, no lo eres y jamás lo serás, grábatelo en tu cabecita –me toma por el ovalo de la cara y me mira–. No fue tu culpa y todo saldrá bien, no lo vas a perder –me acaricia la mejilla y me limpia las lágrimas–. Estaré contigo todo el tiempo ¿de acuerdo? –asiento suavemente y mis lágrimas siguen saliendo–. Vamos a que comas algo, quizá estás temblando por falta de alimento.

–No tengo hambre Sebas y no creo tener la fuerza como para caminar hasta la cafetería –me limpio las lágrimas con la mano.

–Por favor no me obligues a mandarte, odio eso, tú no eres así, eso no va contigo –inhala y se rasca la cabeza–. No te estoy pidiendo que comas, sino que vas a comer algo –se levanta y me tiende la mano en espera de que yo la tome, pero no lo hago.

–Pero de verdad, no tengo hambre.

Sebas voltea la cabeza como buscando a alguien, se rasca la cabeza y me mira

–Perfecto, pues vámonos.

–¿A don... –y antes de que yo termine de preguntar me carga entre sus brazos, caminamos por el pasillo hacia el elevador y después recorre otro pasillo hasta la cafetería, las personas nos miran raro y algunos se ríen, miro a sebas entre lágrimas y está rojo, no sé si porque le da vergüenza o peso mucho, llegamos y se dirige a la mesa de la esquina con 3 sillas, me acomoda en una silla de manera delicada, me acorrala entre la mesa y el respaldo de mi silla, me mira.

–Lo siento, sé que no era la mejor manera de traerte pero no me diste elección tienes que comer, ¿qué quieres?, yo invito –sonríe levemente.

Encojo los hombros e intento sacar una sonrisa pero fallo rotundamente, él baja la cabeza.

–Eso no es una respuesta –levanta el rostro–. Quédate aquí, te traeré algo rico...ammm... ¿Eres alérgica a algo?.

Niego con la cabeza y me limpio las lágrimas.

–De acuerdo... ammm....¿tienes frío?

–No, estoy bien –mi cuerpo parece un sillón de esos que dan masajes, no deja de temblar.

–Ok, vuelvo en un minuto –se da la media vuelta y se dirige hacia una mujer con uniforme de enfermera, le dice unas palabras y ella le entrega algo como una hoja, mientras Sebas está con la hoja me doy cuenta de que la cafetería es un lugar blanco con azul en las paredes, hay como 30 mesas y un carrito como de bazar donde hay muchas verduras y vegetales, cuando mamá estaba aquí, era muy diferente, la chica le entrega algo a Sebas y él se lo guarda en el pantalón, lo agradece y viene caminando hacia mi

¿Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora