21. Un final inapropiado.

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Deivi.

Domingo veintiocho de enero.

Entré a mi antigua casa. Desde hace cuatro meses no visitaba a mis padres, pero sentía que habían pasado siglos. Odiaba esa desagradable sensación.

Recordé los reproches de Diego. Sabía que pasaba mucho tiempo con Walkiris, y deseaba estar siempre a su lado, pero tal vez eso no era lo correcto.

—Deivi —dijo, mi madre caminando hacia mí. La edad no le impedía ser una mujer muy energética.

—Hola... —sus labios posados sobre mis mejillas, impidieron que terminara la frase.

—Estoy tan feliz —confesó al terminar una larga sección de besos y abrazos. Luego analizó mi cuerpo de arriba abajo—. Parece que estás bien. ¿Y Walkiris? —Interrogó, buscándola detrás de mí.

—Prefirió quedarse en casa, no se siente bien —mentí.

Caminamos hacia la sala. Todo a mí alrededor aparentaba ser más grande de cómo lo recordaba. Detestaba sentirme fuera de lugar en mi antiguo hogar.

—Alberto aún está trabajando, pero no va a tardar mucho en llegar —informó, cuando nos sentamos uno al lado del otro. Colocó mis manos sobre su regazo, y las acarició con delicadeza como cuando era pequeño—. La cena va a estar lista en unos minutos. Vamos a aprovechar ese tiempo para hablar un poco —avisó, sin dejar de sonreír. Sus ojos eran verdes como los míos, y brillaban como dos diamantes, llenos de vida y amor. Eran completamente diferentes a su piel, a la cual los años le habían pasado factura.

—Se nota que estás feliz.

—Por supuesto. Cualquier madre se alegra de ver a uno de sus hijos después de mucho tiempo.

Llamaba a mis padres dos veces a la semana, y obviamente eso no era suficiente. Matilde no demostraba tanto regocijo cuando hablábamos por teléfono. Tenerme a su lado era mil veces mejor. En ese aspecto me parecía mucho a ella. Prefería tener a la persona que amaba a mi lado, y no conformarme con escuchar sólo su voz. Sin embargo, por culpa de Walkiris había cambiado mucho.

Se iba de viaje sin avisarme, y regularmente regresaba dos semanas después. Casi nunca contestaba mis llamadas, y cuando lo hacía me sentía el hombre más feliz del mundo. Por más enojado que estuviera con ella; escuchar su voz después de un largo tiempo, lograba hacerme olvidar todo lo que me atormentaba.

Diego siempre se enojaba conmigo por lo mismo, ya que según él, me entregaba sin restricciones a la persona que amaba. Nunca escuchaba sus consejos, pues al entregarme en cuerpo y alma a mis antiguas parejas, ellas hacían lo mismo. Pero con Walkiris era diferente, por más que daba, no recibía ni el cinco por ciento de parte de ella.

Mendigar amor me hacía sentir miserable, y a pesar de eso no podía dejar de amarla. Una llamada podía apaciguar el dolor de mi alma, y consolar mi corazón roto, pero nunca iba a lograr que la soledad y el sentimiento de miseria que me atormentaban desaparecieran.

—Que mis tres hijos me visiten el mismo día es un milagro —continuó, Matilde. Acarició mi cabello castaño. Seguro se percató de lo distraído que estaba.

—Ya es un hombre —mi padre apareció de repente—, deja de tratarlo como a un niño —se acercó a nosotros.

Matilde comenzó hablar con una de las sirvientas acerca de la cena, y otros asuntos de la casa.

—Hola, papá —saludé.

— ¿Dónde está? —Cuestionó, refiriéndose a Walkiris.

—Está enferma —me limité a contestar. Su semblante se suavizó, y eso ocasionó que me enojara. Por su culpa ella se negaba a ser pública nuestra relación.

— ¿Y cómo te va en la universidad? —Continuaba parado enfrente de mí.

—Muy bien —respondí orgulloso. Diego y yo estábamos en la lista de los que tenían mejores notas. Me había esforzado bastante para ser uno de los mejores. Terminar mi carrera era el primer paso para poder dejar de depender de mis progenitores.

—Ya es hora de cenar —dijo Matilde tomando mi mano para guiarme hacia el comedor como en los viejos tiempos.

Cenar con mis padres logró hacerme sentir a gusto en mi viejo hogar. Esa noche decidí que iba visitarlos más.

***

Abrí la puerta de mi departamento. No podía ver nada a causa de la oscuridad. Encendí las luces, y caminé hacia mi habitación. Lo único que deseaba era darme una ducha, y dormir.

Entré a la alcoba, y noté que Walkiris no estaba. Desbloqueé mi celular; eran casi las doce de la noche. Suspiré para poder calmarme, ya me estaban cansando sus salidas misteriosas.

—Necesito un vaso de agua —expuse en voz alta.

Era incapaz de ir conmigo a visitar a mis padres, pero si podía irse de fiesta con Perla y sus demás amigas. Estaba a punto de abrir la nevera, cuando mis ojos captaron la enorme hoja pegada en la puerta de la misma.

—Por lo menos dejó una nota para avisarme donde está —tomé la hoja entre mis manos. Leer la primera línea hizo que mi cuerpo se paralizara.

«Lo nuestro llegó a su fin ».

***

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[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora