10. Eres un idiota.

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Diego

Viernes, diecinueve de enero.

Logré captar como el sudor empezó a brotar de mi cuerpo. No era de la clase de hombres que se obsesionaba con el gimnasio y tener un cuerpo musculoso, pero no podía negar que me encantaba sentir como la adrenalina recorría mi sistema.

—No deberías correr tan rápido —Deivi estaba a mi lado.

—Guau, dichosos los ojos que te ven —bromeé, mirándolo por el rabillo de uno de mis ojos.

—Por supuesto, no todo el mundo puede admirar mi belleza —dijo con tono petulante. Nos conocíamos desde hace mucho tiempo, y ya sabíamos que roles poseía cada uno en nuestra amistad: él era el chico bueno y sensible, y yo el bromista, y algo sobre protector. Y en raras ocasiones un poco egocéntrico.

Y por eso sabía que estaba exageradamente feliz, y Walkiris era la única que podía lograr eso con sus artimañas.

Ella no me agradaba. La toleraba porqué era la novia de Deivi desde hace un año. Siempre que estaba a su lado mis alarmas se activaban, y me notificaban que ella no era lo que aparentaba ser.

— ¿Y por qué estás tan contento? —cuestioné para confirmar mis sospechas.

—Confórmate con saber que casi no dormí anoche —resumió. A pesar de ser amigos durante años evitamos abundar mucho en el tema de nuestra vida sexual, y deseaba que continuara siendo así.

Los dos estábamos trotando en nuestras respectivas máquinas de correr.

— ¿Y Walkiris? ¿Te dio permiso para salir? —Bromeé. Ella se iba a sus largos viajes de trabajo, y eran muy pocas las veces que se contactaba con Deivi. Y lo peor era que cuando regresaba se apoderaba de él y de su tiempo. Y mi amigo no se oponía. Si no fuera porque estudiábamos juntos, seguro duraría semanas sin verlo.

Era consciente de que el amor existe, aunque me negará a hacer atrapado por sus redes. Reafirmé la idea de abstenerme a involucrarme a profundidad con una chica al ver como mi mejor amigo era controlado por ese sentimiento. Estar enamorado de alguien no quiere decir que le vas a otorgar el derecho de controlar tu vida o que tu mundo giré en torno a esa persona, porque cuando tu existencia depende tanto de alguien, cuando ese alguien a quien tanto amas se marcha, tu mundo se cae a pedazos.

Sin embargo, Deivi no entendía eso. Y deseaba que no lo experimentara en carne propia porque esa era la manera más eficaz, pero muy dolorosa.

—Diego, no empieces —advirtió molesto.

—Ya, cálmate —dije entre risas—. Es que es demasiado extraño que salgas cuando ella está sola en el departamento —concluí con tono dramático, y ojos tristes. Esa era la excusa que presentaba mi amigo para no despegarse de ella.

—Walkiris salió de compras con sus amigas —informó. Después tomó su botella de agua, y bebió.

— ¿Con tu dinero? —Indagué. Mi sonrisa desapareció.

—Tuve que prestarle un poco —respondió volviendo a colocar la botella en su lugar, y comenzó a correr de nuevo.

— ¿Prestado? Ella nunca te paga —le recordé, alterado. Cuando se trataba de ella su inteligencia se iba de vacaciones. A veces quería golpearlo con todas mis fuerzas para hacerlo entrar en razón, pero ese no era el método adecuado, solo terminaría arruinando nuestra relación.

—No podía negarme esta vez —explicó. Aunque nunca me hacía caso, todavía le importaba mi opinión—. Va a ir a la fiesta de Carmen.

— ¿Por qué? —Interrogué confundido. Walkiris parecía inocente ante los ojos de Deivi, y cualquiera que no fuera muy astuto. Pero yo veía a través de su máscara; sabía que las mujeres como ella no dan un paso en falso. Todo lo que hacen es por una razón.

—No lo sé —contesto dudoso—. De repente la tenía encima de mi suplicándome que le diera mi invitación, y luego que le prestara dinero para comprar un vestido de acuerdo a la ocasión —terminamos de correr, nos dirigimos a los casilleros para buscar nuestras cosas—. Tiene que ver con su trabajo. Necesita conexiones, y a esa actividad van a asistir muchas personas importantes —expuso.

Y supe de inmediato que debía comprobar si la justificación de Walkiris era cierta. No podía bajar la guardia. Esa mujer era capaz de vender a Deivi al mercado negro.

Ya entendía por qué decían que el amor te vuelve ciego y estúpido. Su padre y yo lográbamos ver las intenciones de Walkiris. Pero Deivi continuaba con una venda en los ojos. Y todo el mundo sabe que no existe peor ciego que el que se niega a ver.

Él ignoraba mis consejos. Estaba cansado de persuadirlo diciéndole que no se entregara tanto y que limitará sus sentimientos, ya que en una relación siempre uno de los dos ama más que él otro. Y a la hora de ponerle fin a un noviazgo, el que más enamorado está, es quien más sufre. Pero era obvio que mis intentos para proteger un poco su corazón, y evitar que se demoliera cuando ella decidiera partir, no estaban dando frutos.

Ya alcanzaba a divisar a Deivi padeciendo por su causa. Éramos amigos desde la infancia, pero no podía obligarlo a terminar con ella o que aceptara que estaba enamorado solo. Ya había cumplido con mi parte como amigo, y si él decidió seguir con ella a pesar de los consejos de Alberto; entonces tenía que pagar las consecuencias en su debido momento.

— ¿Qué te pasa? —Me arrojó una toalla para que me secara el sudor.

—Nada —pasé la toalla por mi cara—. Estaba pensando que eres un idiota —me encogí de hombros, y Deivi me fulminó con la mirada.

Observé la fecha en mi teléfono: era viernes diecinueve de enero; y la fiesta de Carmen era el domingo veintiuno del presente mes. Y no me la iba a perder por nada del mundo.



[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora