11. No me dejes.

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Deivi.

Sábado veinte de enero.

Estaba estacionado del otro lado de la calle esperando que Walkiris saliera de la casa de Perla, una de sus mejores amigas. Me había llamado quince minutos antes para que pasara a recogerla. Ella no tenía auto, y se había quedado sin dinero para tomar un taxi.

Eran las nueve de la noche. Las calles del vecindario estaban desoladas. Tocaba con mis dedos sobre el volante al ritmo de la música para aligerar la espera.

—Tardaste mucho —entró al coche y apagó la radio.

—La estaba escuchando —encendí el coche.

—Me duele la cabeza —acarició su sien.

—Has perdido muchas horas de sueño en estos días, seguro es por eso. Estás saliendo mucho con tus amigas —desde que le di la invitación para fiesta salía muy temprano y llegaba después de la medianoche.

— ¿Te molesta que salga con mis amigas? —La miré incrédulo un instante, y luego volví a prestar atención a la carretera.

—Deja de mal interpretar lo que trato de decirte.

—Entonces, no digas cosas que se pueden mal interpretar —demandó furiosa.

—Esa no fue mi intención. Yo sólo me preocupo por ti.

— ¡Nadie te pidió que lo hicieras! No necesito que me cuides, yo puedo hacerlo sola —exclamó, haciendo que su voz resonara dentro del pequeño espacio.

Ella fijó su vista en la carretera, yo decidí no contestarle para no alargar la discusión. Estaba conduciendo y no quería distraerme, también dudaba que el nudo en mi garganta me dejara articular una sola palabra.

Recordé la conversación que tuve con Diego ayer en el gimnasio. No estaba de acuerdo con su punto de vista, pero entendí por qué el limitaba sus sentimientos y nunca se entregaba a nadie por completo: miedo. Sí, miedo. Esa era la verdadera razón.

La mayoría de la población humana cree que enamorarse es lo mejor que les puede pasar, algo maravilloso. Por otro lado, mi amigo veía las grandes desventajas de enamorarse. Y es que, tal vez él creía que el amor te hacia entregarle el poder a alguien de herirte, y que en casos extremos tu existencia dependa de esa persona.

Reí con amargura. Diego nunca se había enamorado y sabía más del amor que yo. Existía la posibilidad de que yo haya influido en la creación de sus hipótesis.

—Ya llegamos —me quité el cinturón después de estacionar el carro, y ella imitó mis movimientos. Entramos al edificio y tomamos el elevador sin dirigirnos la palabra. Ella ordenó su cabello castaño, mientras yo la miraba por el rabillo del ojo.

Era increíble como las cosas podían cambiar durante un noviazgo. Al principio: no parábamos de hablar y todo el tiempo estábamos juntos. Y ahora vivíamos peleando por cosas insignificantes. Rogaba todos los días para que pasáramos esa etapa lo antes posible.

Cuando salimos del elevador, Walkiris buscó en su cartera la llave. Se percató de que tal vez no la había tomado antes de salir, y murmuró—: Abre tú, no encuentro mi llave.

Saqué mi llavero del pantalón y abrí la puerta.

—Me duelen los pies —se quitó los zapatos cuando entramos a la alcoba.

—Walkiris —la atraje hacia mí, coloqué mis manos en la parte baja de su espalda, y quedamos frente a frente—. Olvidemos lo que pasó —rocé su nariz con la mía.

—Okay —me regaló una sonrisa tierna y me besó—. Creo que debería hacerte caso, necesito descansar. Mañana es la fiesta y no quiero tener unas enormes ojeras.

—Todavía es temprano, podemos divertirnos un rato —sugerí con descaro.

—Por supuesto —le quité la blusa blanca y estaba a punto de desabrochar su pantalón negro, cuando escuché su voz.

—Necesito que me prestes algunos billetes.

— ¿Para qué? —Alejé mis manos de ella. Continuábamos de pie.

—Necesito arreglarme el cabello, las uñas y comprar unos tacones qué vi hoy en una tienda que combinan con mi vestido —explicó sin dejar de sonreír.

—Tienes muchos tacones —las ganas de hacerla mía desaparecieron.

—No es cierto —sentí las palmas de sus manos sobre mi mejillas—. Recuerda: lo que es tuyo es mío —de un manotazo rompí el contacto entre nosotros.

—Eso no quiere decir que vas a derrochar mi dinero —empecé a buscar mi pijama para controlar mi rabia—. Diego y mi padre tienen razón —confesé sin meditar mis palabras.

— ¡Eres un maldito idiota! —Vociferó—. Muchas veces he querido irme de esta casa y tú siempre me lo impides. Cuando Alberto y el entrometido de tu amigo empezaron a divulgar que estaba contigo por beneficio, quise terminar contigo y tú tampoco me dejaste. Y ahora te atreves a decir algo como eso —sacó sus maletas del armario—. No te preocupes, me voy a ir de aquí la semana que viene.

—Diablos Walkiris, ya cálmate —agarré su antebrazo, y soltó las maletas.

—Que me calme, ¿En serio? —Me dio una cachetada—. Es muy fácil para ti decirlo, ¿Verdad? Me ofendes y quieres que continúe como si nada ha pasado.

—Lo lamento —apreté su antebrazo cuando se movió para que la soltara.

—Deivi, suéltame —sus ojos marrones estaban humedecidos por las lágrimas—. Suéltame o no respondo —exigió con determinación.

—No pienso soltarte —expuse decidido. Quería golpearme por ser tan estúpido y haberle dicho algo como eso. Odiaba verla llorar.

— ¡Libérame ya, maldito! —Golpeó mi pecho con su mano libre unas cuantas veces. La abracé para impedir que se moviera, y ella mordió mi hombro y tuve que soltarla. Froté el lugar que atacó para luego perseguirla cuando salió de la habitación.

—Si te me acercas, juro que te voy a matar —me amenazó con golpearme con el cucharón de madera que sostenía. Estábamos en la cocina.

—Walkiris, suelta eso —di unos cuantos pasos hacia ella.

—Deivi, te lo advierto —secó una lágrima que recorrió una de sus mejillas—, estoy hablando en serio.

—Por favor, termina con este drama —estaba a dos pasos de ella—. Tú no puedes conmigo —traté de arrebatarle el instrumento de cocina.

—Te lo advertí —se abalanzó sobre mí para descargar toda su furia. Me golpeó en un brazo, y decidí huir hacia la sala al sentir el dolor que provocó el impacto. Fue entonces cuando atacó mi espalda con más fuerza y sentí un gran ardor.

Era impresionante lo que podía hacer una mujer cuando estaba enojada. Antes sus ataques no me afectaban, pero en ese momento su fuerza se triplico.

—Te voy a matar —se escuchó el sonido del florero al romperse—. Eres un mentiroso —gritó mientras trataba de alcanzarme para darme con el cucharón que ya estaba un poco roto—. Dijiste que no te importaba mantenerme y ahora me ofendes.

—Lo siento, perdóname —supliqué cuando pude quitarle el arma y la rodeé con mis brazos desde atrás, haciendo que mi pecho se juntara con su espalda—. No me dejes.

—No puedo respirar. Si me sigues apretando así, me voy a morir —informó con la voz entrecortada.

—Te amo —besé su cabeza y aflojé mi agarre.

—Yo también te amo —Sonreí como tonto al escucharla.

—Te voy a dar el dinero y no vas a tener que pagarme. Esa va a hacer mi disculpa. Walkiris, tú eres todo para mí —dejó de llorar y la alegría se reflejó en su rostro.

Suspire aliviado. Trataba de hacerla feliz y complacerla, pues mi felicidad dependía de la de ella.

[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora