44. Realidad alterna.

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Marlene

Domingo, once de marzo.

La brisa chocaba contra mi rostro haciendo volar mi cabello ondulado. El día anterior, antes de acostarme, había deshecho el espectacular moño alto que el estilista tanto se había esmerado en hacer; provocando que mi cabellera castaña poseyera unas espectaculares ondas que llegaban hasta la mitad de mi espalda.

Estaba sentada sobre la arena admirando como salían los primeros rayos de sol. Podía sentir la calidez de la arena a través de mi piel, ya que el pantalón negro que llevaba puesto solo cubría la mitad de mis muslos. Sin embargo, esto no me impidió querer apreciar las olas desde esa posición, y como el sol hacía notar su magnífica presencia. Además, se podía sentir la presencia de la sal en el aire, y cada vez que con suavidad se encontraba con mi rostro y despeinaba mi cabello, podía sentir como mis miedos y todas mis cargas se volvían más ligeros. Era como una realidad alterna de la cual no quería escapar... Me daba miedo hacerlo.

Después de un tiempo, los rayos del sol se volvieron más intensos hasta el punto de sentir que quemaban mi piel, y mi estómago comenzó a rugir. Me puse de pie, retiré la arena de mi pantalón y mis piernas, y recogí mis sandalias. Caminé descalza sobre la arena para mantener alguna clase de conexión con el área, después de subir los escalones volvería al mundo real, y de alguna forma una parte de mí se aferra a ese momento, donde al sentarme en la arena mirando hacia el punto donde daba la impresión de que el extenso mar acababa y empezaba el cielo, unidos, formando una ilusión perfecta, todo lo demás desaparecía, era la única en el mundo. Al sentarme ahí dándole la espalda a las diferentes viviendas.

Todas mis ataduras, penas y amarguras daban la impresión de haber desaparecido. ¿O solo estaban esperando el momento perfecto para abrumarme? No lo sabía con exactitud, pero prefería esa falsa paz e irrealidad que todo lo demás.

Mis pies descalzos sintieron la textura gruesa y tibia del primer escalón. Y ese calor que recorrió la planta de mis pies; fue lo que me trajo de vuelta a la realidad. Subí la escaleras con las sandalias en mi mano izquierda, y sosteniéndome con la derecha de la barandilla de hierro. Cuando me encontré con el jardín de la vivienda, me puse las sandalias.

Entré a la casa. La sala estaba vacía, la atravesé y llegué a la amplia cocina, aunque a parte de su tamaño, todo era modesto, y solo se encontraban cosas primordiales.

—Buen día —saludó Diego, provocando que me sobresaltara, no esperaba que estuviera ahí, y aún estaba perdida en mis pensamientos.

—Buen día —me senté, y quedé enfrente de Diego en la ordinaria mesa de madera, ya que ahí estaba colocado un plato.

La casa era una mezcla maravillosa de lo anticuado y moderno, y eso me gustaba, era acogedora.

— ¿Cómo quieres tus huevos? ¿Fritos o revueltos? —Cuestionó Deivi colocándose enfrente de la estufa, haciéndome notar su presencia.

— ¿Qué? —Pregunté confundida, al no ver a ninguna mujer de servicio.

— ¿Cómo quieres tus huevos? ¿Fritos o revueltos? —Volvió a interrogar, encendiendo la estufa colocando un sartén a continuación.

— ¿Tú vas a cocinar para mí? —Cuestioné atónita, al verlo tomar unos huevos de una vasija con forma de gallina colocada encima de la mesa.

—Sí —contestó como si nada, y mostrándome los huevos para que eligiera. Nunca pensé que un hombre como él pudiera cocinar , cosa que ni yo sabía bien hacer, mucho menos encender una estufa sin supervisión.

[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora