47. Confesiones, desahogos y despedidas.

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Taylor

Martes, veinte de marzo.

Estaba desesperado. Era la segunda vez que tocaba el timbre y nadie atendía. Estaba corto de tiempo, había aprovechado que era la hora del almuerzo para salir de la empresa, y poder hablar con ella. Además, no era capaz de saber cuándo volvería a reunir el valor suficiente para charlar de manera sincera con ella.

Estaba a punto de llamar a la puerta de nuevo, cuando esta se abrió. La chica de cabello rubio me miró sin ocultar la sorpresa que le ocasionaba verme enfrente de su entrada. Su vestimenta era casual, y me recordó los días en que solía ser una chica tímida y tranquila. Tragué en seco, fui el causante de que tal inocencia se esfumara.

—Hola —dije para romper el silencio. Era mi deber hablar primero, puesto que, era quien solicitaba su presencia—. Necesito hablar contigo, Damaris —informé. Esa frase provocó que dejara de pensar en cuál era la razón que me impulso a buscarla.

Suspiró varias veces. Y con esto dejó dicho sin utilizar el habla que ya conocía lo que me motivó a acudir a ella. Inhalaba una y otra vez para prepararse. Yo tragaba para deshacerme del nudo que se formó en mi garganta al verla así, pero no servía de nada; solo ocasionaba que la molestia incrementara, ya que cada vez que lo hacía sentía que vidrios diminutos circulaban por mi garganta.

—Hola —correspondió mi saludo—. No imaginé que volveríamos a vernos tan pronto —se cubrió la boca, y se deshizo del nudo que provocaba que su voz sonara diferente—. Discúlpame por dejarte esperando, no fue mi intención —aclaró—. Me corté el dedo con un cuchillo y lo estaba desinfectando —me mostró el dedo para lograr apreciar la sangre en el algodón.

Cerré los ojos para tranquilizarme, respiré, mas no logré impedir que mi cuerpo se tambaleara un poco. Intenté mantenerme estable. No me podía desmayar, deseaba decirle muchas cosas.

— ¿Te sientes mal? —Cuestionó preocupada Damaris. Rodeó mi cintura, y colocó unos de mis brazos alrededor de su cuello para ayudarme a permanecer estable—. ¿Taylor? —Interrogó mientras entrábamos a su departamento. Me dejó sobre un sofá, abrí un poco los ojos para verla dirigirse a la cocina, y apagar la estufa.

No respondí ninguna de sus preguntas porque solo me concentré en respirar y mantenerme estable para prevenir un desmayo. No podía ver sangre, y mucho menos la mía, y aunque mis padres trataron de hallar una causa lógica aparte del miedo, nunca encontraron una respuesta. Solo le temía, y gracias a las técnicas de respiración, y ver sangre en varias ocasiones, había logrado controlar mi fobia.

— ¿Ya te sientes mejor? —Indagó Damaris brindándome un vaso con agua—. ¿Estás enfermo? —Interrogó angustiada—. ¿Quieres que llame a una ambulancia? —Preguntó, y me percaté de que se estaba desesperando.

—No —exhalé como si de esa forma recobrara la vitalidad—. Recuerda que no puedo ver sangre —busqué su dedo herido, y respiré aliviado al ver que se había colocado algún tipo de vendaje.

—No conocía esa parte de ti —admitió decepcionada.

Hice memoria, y me acordé de que Marlene era la única persona aparte de mi familia que poseía conocimiento del tema.

— ¿Qué haces aquí? —Inquirió recuperando la compostura.

—Yo... —sentí como volvía a formarse un nudo en el medio de mi garganta. Odiaba cuando la gente balbuceaba o no estaba segura de lo que iba a decir, pero cuando lo experimenté, y comprobé lo difícil que era decir algunas cosas, fue que puede entender y comprender.

[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora