29. Acepto vivir en el infierno.

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Marlene.

Sábado, diez de febrero.

El almuerzo había finalizado. Y todavía no entendía por qué había tantos miembros de mi familia, o peor aún, por qué motivo los padres de Taylor y sus hermanas mayores con sus respectivos hijos estaban en mi casa.

—Todavía se notan tus ojeras —susurró, mi madre.

—Hice todo lo que pude para cubrirlas —mentí.

Antes de que llegaran mis familiares, y los demás invitados a la reunión familiar; Mercedes se alarmó al ver lo horrendo que estaba mi rostro, según ella. Y me ordenó mejorar mi apariencia con un poco de maquillaje. Traté de hacerlo, pero no contaba con suficiente fuerza para esmerarme maquillándome.

—No soy tonta, Marlene.

Estábamos sentados en el jardín. Los sobrinos de Taylor jugaban y reían alrededor de nosotros.

—Lo sé —no quería discutir. Me sentía agotada, y sin motivación para hacer algo.

—Te informé que Nicolás y Claudia iban a venir, debiste esforzarte un poco más para verte mejor. Aún no son tus suegros oficialmente, pero no dudaron en hacer espacio en su agenda para estar aquí hoy —Mercedes los miró. Ambos estaban hablando con Carlos, mi padre.

—Hay cosas que por más que lo intentemos, simplemente no podemos ocultarlas —dije sin pensar. Me puse de pie, y comencé a caminar por el jardín. No quería hablar con nadie.

Observé todas las flores y rosas que adornaban el lugar. Las hermanas de Taylor se veían felices al lado de sus esposos. Sus sonrisas eran tan sinceras, y eso las hacía muy bellas. Era exactamente lo que necesitaba: sonreír sin miedo a lo que podía pasar después. Sin miedo a que esa simple sonrisa me costara miles de lágrimas.

Busqué a Taylor entre los presentes, ahora él estaba hablando con mi padre. Ambos reían, y hasta la sonrisa de Taylor aparentaba ser sincera. Yo era diferente a todos, mientras los demás disfrutaban, yo solo estaba ahí sintiendo que había perdido algo valioso, pero no sabía exactamente lo que era.

« ¡Dímelo mirándome a la cara!», por alguna razón extraña, no lograba que las palabras de Damaris dejaran de inquietarme. Su apariencia débil y destrozada, más sus ojos rojos, y la forma en que le exigía a Taylor que le dijera las cosas en su cara.

Mis emociones eran un total caos. Sentía pena por ella y la comprendía, pues era consciente de lo feliz que podías llegar a ser al lado de Taylor, y al mismo tiempo ser invadida por el dolor, y destrozada a causa de sus acciones. Por otro lado, la ira y los celos me corrompían, y lograban que me alegrara de su sufrimiento. Eso era lo que se merecía por estar con un hombre ajeno.

—No soy tan buena —expuse en voz alta. Todos tenemos un lado oscuro, y el mío ya se estaba haciendo notar.

—Aquí estás —dijo, Claudia, la madre de Taylor—. Ya es hora —agarró mi mano, y me llevó hasta donde estaban todos.

Taylor estaba sentado, y pasaba sus manos por sobre sus muslos varias veces. Aparentaba estar nervioso, y su cara se estaba poniendo roja.

—Por fin aparece —comentó, Nicolás. Todos reían y me miraban de forma extraña.

—No tengas miedo, camina —Claudia me empujó. Era igual, o más infantil que Taylor.

— ¿Qué está sucediendo? —Indagué, cuando estuve cerca de Taylor. Nuestras familias se agruparon enfrente de nosotros.

[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora