50. ¿Qué tiene de malo?

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Deivi.

Sábado, veinticuatro de marzo.

Eran a aproximadamente las dos de la tarde; y aún podía sentir como mi cabeza palpitaba, produciéndome una gran molestia, cada vez que escuchaba un ruido fuerte. Y por esa razón me reusé a cocinar. Además, había salido de la cama hace poco.

No recordaba con exactitud la última vez que me embriagué, pero sí lo que venía después: la insoportable resaca. Y también lo que pasó a noche, y lo enojado que estaba con Marlene.

Preparé un emparedado, y llené un vaso con jugo. Me senté a comer en la barra de concreto que servía para dividir la cocina y la sala. Mordí mi emparedado. Desde ese lugar podía ver toda la sala, y la entrada del pasillo que conducía a las habitaciones, y para mí era casi imposible no ver el lugar donde se llevó a cabo el delito.

Hubiera preferido no recordar nada de lo que ocurrió, o no haberle dicho a Marlene que deseaba besarla, pero las cosas se salieron de mi control por estar bajo los efectos del alcohol, y ella no hizo nada para detenerme. Y eso era lo que me molestaba tanto, que me utilizara.

Y como si estuviera escuchando mis pensamientos: ella apareció. Y se encontraba mejor que yo, pues quien acabo con casi todo el vino fui yo.

Caminó cabizbaja hacia la cocina, y la seguí con la mirada. Utilizó los ingredientes que dejé en la mesa de concreto en medio de la cocina, y preparó algo de comer para ella, sin mirarme o hablar conmigo. Y supe que estaba escapando, como siempre. Estaba huyendo de nuestra confrontación; y no se lo iba a permitir.

Tomó el platillo donde colocó el sándwich con una mano, y con la otro el vaso de jugo de cereza. Dejé de desayunar, me puse de pie, cuando me di cuenta de lo que planeaba hacer, y sentí el frío piso en las plantas de mis pies que me recordó que estaba descalzo, y debía disminuir la capacidad del aire acondicionado.

—Debemos hablar, Marlene —me paré delante de ella impidiéndole salir de la cocina.

—No hay nada de que hablar, Deivi —expuso cabizbaja—. Ambos somos adultos, y lo suficiente maduros para comprender que lo que sucedió fue solo un pequeño accidente ocasionado por el alcohol —intentó avanzar. Continuaba sosteniendo su desayuno—. Permiteme pasar, por favor —pidió sin mirarme. Solo era unos pocos centímetros más alto que ella, pero al estar encorvada daba la impresión de que era un gigante a su lado.

—Si fue solo un accidente, como dices, ¿Por qué no puedes mirarme? —Interrogué, sabiendo la respuesta.

— ¿Por qué haces esto Deivi? —Retrocedió hasta dejar su desayuno sobre mostrador en el centro del lugar. Sus ojos verdes se encontraron con los míos, y me exigían una respuesta.

—Porque quiero que te des cuenta de que me utilizaste —contesté sin rodeos—. Y no soy una droga ni tu vía de escape —me apoyé de la pared al lado de la entrada.

— ¡Fueron solo unos besos! —Exclamó, agitando sus brazos en el aire—. Y te recuerdo que fuiste tú quien dijo que deseaba besarme —frunció el ceño. Estaba enojada. Me gustaba que fuera capaz de decir todo lo que pensaba, y reaccionar como su cuerpo lo deseaba sin tratar de controlarse en mi presencia. Pero no necesitaba ser sincera conmigo, sino con ella... Y también con Taylor.

—Sí. Dije que quería besarte. Y me hago responsable de eso —me encogí de hombros, restándole importancia—. Pero estaba ebrio, y tú no estuviste en contra de ello —aclaré—. Pudiste haberte negado, y no nos hubiéramos besado durante más de una hora —pasé mi mano por mi rostro—. Pero preferiste utilizarme para olvidar tus problemas, y escapar como siempre, ¿Verdad? —Acusé, y el remordimiento recorrió mi cuerpo durante unos segundos, cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, ya que la estaba culpando de acabar con nuestra relación, cuando yo también tenía algo de culpa.

[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora