27. Quiero hacerla feliz.

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Taylor.

Miércoles, siete de febrero.

El viento movía las ramas de los árboles entre los cuales transitábamos. Se podía apreciar el cantar de las aves, y la risa de los niños que jugaban llenos de energía, sin importarles que fueran las nueve de la mañana, y apenas estaba empezando el día.

Marlene agarraba mi brazo mientras caminábamos buscando un lugar adecuado en el parque, pues era cuestión de tiempo para que éste se llenara de niños, y que las risas se convirtieran en gritos cargados de euforia, y llantos de parte de los infantes que deseaban subirse a los columpios, pero no podían porque estaban ocupados.

—Eres muy cruel —acusó, Marlene.

— ¿Y ahora qué fue lo que hice? —Su cabello estaba recogido, y debido a esto lograba ver detalladamente como sus ojos verdes brillaban.

Estos eran muy claros, al igual que su dueña. Tan transparentes que si los observabas fijamente durante mucho tiempo, creías ser capaz de divisar el interior de Marlene, y conocer todo de ella, hasta sus más profundos secretos. ¿Era eso posible? ¿En serio la conocía tanto como creía?

—Me invitaste a desayunar; imaginé que me llevarías a un restaurante muy elegante. Por eso me puse esta ropa.

Llevaba puesto un jean ajustado, una blusa blanca de tela fina acompañada de una chaqueta negra, y unos tacones muy altos del mismo color que la chaqueta.

—Podemos dejar esto para otro día e ir a un restaurante. Creo que vi uno cerca de aquí —le sugerí, al recordar lo que había preparado.

—No me refería a eso. Lo que quería decir es que si me hubieras informado que me ibas a traer a un parque, hubiese seleccionado algo más adecuado —hizo una mueca de dolor—. Estos tacones me están matando.

—Te puedo cargar —propuse.

— ¿Qué? —Interrogó confundida—. Eso es imposible.

— ¿Por qué? —cuestioné.

«Según los libros y las películas, eso era algo muy romántico» Pensé.

— No somos unos niños. Todo el mundo nos va a mirar, y seguro van a pensar que nos volvimos locos —trataba de retener la risa.

—Ahora vas a fingir que eres una persona normal —sus amigas eran unas locas, y sabía que ella completaba el trío.

—Sabes que como mucho —se quitó los tacones. Me incliné un poco para que pudiera subir a mi espalda—. Después no te quejes —advirtió, al mismo tiempo que rodeaba mi cintura con sus piernas.

Marlene se sostenía con sus brazos de mi cuello mientras agarraba los tacones con dos dedos, intentando evitar que chocaran conmigo. Yo llevaba la cesta que contenía nuestro desayuno en una mano, y con la otra trataba de sostener a Marlene. Debido a que ella se aferraba con sus piernas a mi cintura, casi no era necesario que la ayudara a mantenerse sobre mi espalda.

«No puedes quejarte. Tú fuiste quien lo sugirió» Me dije a mí mismo. El peso de Marlene no era problema, sino tratar de cargarla al mismo tiempo que llevaba la cesta.

—Nos están mirando raro —su boca rozó mi oreja.

—Te puedo jurar que los raros somos nosotros —le recordé, analizando la situación en la que nos encontrábamos.

No me importaba parecer un loco, si lograba hacerla feliz, cambiar sus lágrimas por sonrisas, y que sus ojos brillarán como estrellas, de manera tan intensa y permanente que su brillo hiciera desaparecer toda posibilidad de que me abandonara. Eso era lo único que deseaba; anhelaba que permaneciera a mi lado.

¿Pero durante cuánto tiempo iba a poder hacerla feliz? ¿Iba a ser capaz de dejar de provocar que su sonrisa se extinguiera? No estaba seguro de si lo iba a lograr, puesto que la culpa se encargaba de recordarme constantemente que yo era el causante de todo su sufrimiento, y por lo tanto no la merecía. Juraba amarla, y la destrozaba una y otra vez.

— ¡Taylor! —Me llamó.

—Dime —aparté los pensamientos que me acusaban sin cesar, ya que lo menos que deseaba era que estos me convencieran de alejarme de ella.

—Ese es un buen lugar —señaló un grupo de árboles alejados de los niños.

Abrí la canasta, saqué un mantel, y lo deposité sobre el césped. Marlene se sentó sobre él, y movía sus pies descalzos.

— ¿Esto es lo que vamos a desayunar? —Indagó, al ver que la canasta solo contenía unos cuantos emparedados de jamón, y un par de manzanas.

—Por eso sugerí cambiar de planes —rasqué mi nuca—. Me he quedado en la casa de mis padres durante casi dos semanas, ayer fue que regresé oficialmente a mi departamento. Esto era lo único decente que había para comer, pero lo olvidé cuando te invité a salir anoche.

—Es mejor que nada.

La miré fijamente durante un largo tiempo. Su cabello estaba un poco despeinado, pero la gran sonrisa que adornaba su semblante, le restaba importancia a los mechones rebeldes que trataban de opacar su belleza.

— ¡Ah! —Exclamó de repente—. Felicidades por conseguir el contrato —me besó sin previo aviso, provocando que apoyara mi espalda en el árbol detrás de mí.

Agarré su cuello suavemente para profundizar el beso y reflejar así mi enorme deseo de retenerla a mi lado. Y si así como nuestros labios estaban entrelazados, nuestras vidas también estaban unidas. Entonces, ¿Por qué destruía lo que me mantenía vivo? Si con tan solo ver a Marlene me llenaba de regocijo.

— ¡Se la está comiendo! —Una tierna voz me hizo fruncir el entrecejo.

—No se la está comiendo. Se están besando —explicó, otra dulce voz.

Marlene y yo nos separamos. Observamos nuestro alrededor, y encontramos a una niña agarrando una pelota, aparentaba tener unos seis años, y a un niño de más o menos diez años.

—Ya terminó el espectáculo —me levanté—. Deben regresar con su madre —les ordené. Suponiendo que ella los acompañaba.

— ¡No! —Vociferó la niña, alejándose de mí para que no tocara su rubia melena.

—No seas miedosa. Ya te dije que no se la estaba comiendo, se estaban be...

— ¿Dónde está su mamá? —Marlene interrumpió al pequeño. Los niños le señalaron a una mujer que buscaba algo entre los columpios—. Deberían regresar con ella, debe estar muy preocupada —les indicó.

Su tono de voz era suave. Le sonrió a la niña, y esta asintió, lo que me hizo sentir ofendido.

—Es un demonio disfrazado de ángel —dije en voz baja, cuando la niña aprovechó que Marlene estaba distraída para mostrarme su lengua, mientras hacia una mueca muy extraña—. Como si sus padres no se besaran —dije en voz alta. Esa niña debía fingir ser demasiado inocente.

—Te aseguro que no lo hacen de la misma forma en que tú y yo nos estábamos besando, enfrente de ella —miró todo el área—. Están prohibidos los besos hasta que nos marchemos —avisó. Hice un puchero, pero sabía que no iba a cambiar de opinión.

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Holis mis amores. 😆😆😆

Ya estoy de vuelta, y con varios capítulos. ¿Me extrañaron?

Ah, y ya estoy bien gracias a Dios. Por si les interesa, mis ojitos están un poquito rojos, mas no es nada grave.

Y regreso con pilas nuevas. Llena de energía (acumule demasiada durante estos cuatro días sin hacer nada), y entusiasmo. Voy a escribir como loca para poder deshacerme de todo (tanto esta novela como mis nuevos proyectos). 😏😏😏 


[Completa] ¿Yo me opongo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora