Esa noche no leí la carta, no me sentí capaz. La mañana siguiente me desperté temprano para ir al restaurante. Lily me acompañó. Allí nos recibió su hijo muy amablemente. El restaurante lo llevaban él; Elliot, su mujer; Christine y un amigo de ambos llamado Joe. Habían tenido un hijo hacía poco y necesitaban ayuda. Joe y Elliot normalmente estaban en la cocina mientras Christine servía las mesas. Por suerte, la vacante era de camarera.
- La verdad es que ahora que se acerca el verano siempre tenemos más gente. Así que nos irá bien una ayuda, ya hemos notado la subida de clientela. Hasta ahora, Joe y yo hemos ido tirando solos, pero ahora lo vemos inviable.
- Ya sabes que puedo ayudaros con el niño hijo.
- Lo sé mamá, pero aún es demasiado pequeño y ya ayudas a Christine. Además, que ya tienes tus cosas, no quiero cargarte con más. El restaurante va bien. ¿Qué te parece Gina? El trabajo es duro porque son muchas horas. Abrimos de lunes por la tarde hasta el domingo a las siete. – Empezó a entrar gente en el bar. – Nos vamos turnando, en función del día y la hora. ¿Por qué no te pasas mañana por la mañana y te enseño todo esto con tranquilidad?
- Claro, sin problema.
- Adiós Elliot, iré a ver a Christine y al niño así se los presento a Gina.
- Vale mamá. No vayas hasta media mañana que hoy el crío no se ha dormido hasta tarde.
Lily me enseñó el pueblo: la biblioteca, el ayuntamiento, la iglesia, el colegio, la plaza mayor, unas instalaciones deportivas y un local donde se celebraban fiestas y ceremonias. El restaurante estaba muy bien situado. Teniendo la playa al lado, en verano siempre se veía más movimiento. Mucha gente seguía dedicándose a la pesca. Mientras paseábamos le comenté a Lily que había mandado la solicitud para ir a la universidad de Tasle y que me habían aceptado para cursar el grado de psicología.
- ¡Eso es estupendo!
- Estoy muy contenta Lily aun así quiero comentárselo a Elliot. Me parecería mal que contara conmigo durante el curso y que yo le dejara tirado.
- Ya has oído que ha hecho mucho hincapié en el verano. Supongo que durante el curso necesitará ayuda los fines de semana. Pero háblalo con él de todas formas para que lo sepa, pero tú deberías estudiar.
- Tampoco va mal descansar un año Lily.
- Ya sabes que después cuesta más retomar los estudios.
- Sí, es verdad. Aun no te he dado las gracias por el gran favor que me has hecho recomendándome para este puesto.
- Anda, anda... Si todas las chicas fueran tan agradecidas como tú el mundo sería mejor. - Me puse a reír ante la ocurrencia.
- ¿Qué te pareció Michelle? Una chica maja, ¿verdad?
- Sí, me pareció una chica muy agradable. Por cierto, voy a llamarla que ayer me dijo si quería ir a tomar algo por la tarde.
Después de llamarla, estuvo encantada con la idea de que pudiera ir. Acompañé a Lily a comprar y luego fuimos a ver a Christine y al niño, Schon. Mientras preparábamos la comida, Lily me lanzaba algunas miradas de preocupación y otras que no supe interpretar. Mientas comíamos me preguntó:
- Todavía no has leído la carta, ¿verdad?
- Aún no. No me sentía con fuerzas Lily.
- No te preocupes, debes leerla cuando te sientas preparada.
Llamé a Michelle y quedamos para ir las dos a Tasle. Comí con Lily, tenia ganas de leer la carta para ver su contenido pero sabía que emocionalmente no estaría preparada. Todavía me sentía sensible y vulnerable, la tontería más absurda que pasaba durante el día me afectaba enormemente.
Esa misma semana empecé a trabajar en el restaurante. Los primeros días fueron terribles, no me manejaba bien y siempre había mucha gente. Elliot y su compañero me trataron fenomenal, me animaron y me dijeron que era normal, que simplemente debía acostumbrarme. Poco a poco, aprendí el guión. Era un dejarse fluir, intentar llevar el máximo de platos sin destrozar ninguno, memorizar las mesas y los platos que pedía cada comensal. Las horas que no eran fuertes pasaban mejor, alguien que se pasaba por ahí y pedía algo para beber e ir limpiando mi puesto de trabajo. A veces me pedían hacer horas extras, me sentaba tan bien trabajar... el cansancio no me dejaba pensar en nada más.
Me gustaba observar los clientes habituales del local. Charlie llegaba a las 8:20 en punto, cogía el periódico mientras me pedía que le sirviera un café solo, se sentaba en la mesa justo a la izquierda de la barra. En el mismo sitio, los mismos minutos, cada día de lunes a viernes. Sus rasgos de personalidad habían hecho que empezara a serle fiel al restaurante o quizás era la forma en qué le servíamos el café. La primera vez que le atendí, me hizo hacérselo tres veces porque no lo había hecho bien. Por supuesto, no le cobré los tres, pero al llevarme la cuenta, muy amablemente me dio algo de propina. Supongo que ser amable siempre sienta bien, aunque la clientela a veces te quite las ganas de serlo. Quizás en esa mañana necesitaba que alguien fuera amable con él... cuantas veces le habrían contestado mal... y con razón. Luego estaba Sabina, siempre llegaba corriendo, con prisas, con el pelo y el maquillaje perfectos para llegar al trabajo. Pedía un cortado para llevar, se retocaba mientras se lo preparaba y se iba tan rápido como había venido mientras gritaba: ¡que tengas un buen día Gina! Al principio le contestaba, pero creo que nunca llegó a escucharme.
El verano pasó así, en medio de una nueva rutina. Todo estaba calmado, igual que las olas del mar constantes y sin pausa, pero sin prisa. Solo hubo un altercado un día, estábamos sirviendo ya los postres de los últimos clientes de la cena cuando un hombre sentado en la barra pide una bebida. En cuestión de unos pocos segundos, consigue entablar una pelea con otro hombre que estaba cenando con su pareja y unos amigos. Ambos habían bebido. Suerte que yo no atendía esa mesa y estaba ocupada, aunque supongo que Elliot hubiera venido a socorrerme de todos modos. Según me explicó después, ese hombre no era la primera vez que empezaba una pelea y que siempre habían tenido cuidado con él. Supongo que al haber tanta gente ese día era más complicado controlarle. Tuvimos que llamar a la policía para que viniera a buscarlo porque no razonaba de ningún modo y el otro atacante se estaba empezando a calentar más. Elliot tuvo que prohibirle la entrada al restaurante, algo bastante desagradable sea lo que sea que se haya hecho. Había coincidido alguna vez con ese hombre, me había parecido insignificante. Un desgraciado que no sabía cómo quitarse las penas más que con el alcohol, no pude evitar sentir pena, pero también vi malicia en esos ojos y una forma peculiar de mirar a las mujeres, no solo a mí. Se negó a irse, por suerte ya era casi hora de cerrar el local y los clientes también se pusieron nerviosos. Me disculpé con todos ellos por la situación, suerte que la mayoría eran clientes de confianza. Invitamos a los cuatro comensales que habían recibido más directamente el perjuicio. Se fueron con ganas, aunque en parte agradecidos. Cuando llegó la policía casi no quedaba nadie mientras que Elliot y Joe seguían medio conteniendo al buen señor para que no volviera a descontrolarse la cosa. Abrí la puerta a la policía y les expliqué brevemente el pequeño problema y que al pedirle que abandonara el local se había negado. Entonces le hicieron algunas preguntas a Elliot ya que él lo había visto todo de primera mano. Le pregunté a Elliot por él y me dijo que había tenido una vida muy triste y que se había ido dejando, poco a poco.
El verano se terminaba y yo ya empezaba a pensar en la universidad, sin muchas ganas. Había ahorrado bastante dinero ya que el horario a duras penas me permitía salir, además conocía a poca gente. Logré quedar con Michelle varias veces, con sus amigos unas pocas veces menos, aunque sí lo hice bastante con Jack, en el Spero. El Spero era un bar de Tasle, rústico y acogedor. Los trabajadores eran agradables y siempre había mucha gente. Pero todos se trataban como en familia.
Jack me invitó a ir de excursión un día, decía que tenía que empezar a conocer algunas preciosidades de los alrededores. Se lo agradecí profundamente. Me enseñó una pequeña cascada por los alrededores de Tasle y Seur. Estuvimos todo el día al aire libre. Fue bonito aunque yo sintiera nostalgia de mi hogar. Creo que sintió mi estado de ánimo y lo comprendió. No me preguntó ni dijo nada. Simplemente estuvo allí a mi lado, contemplando el precioso paisaje. Esa complicidad y comunicación sin necesidad de palabras me gustó.
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Caminar Juntos
RomanceGina se ha enfrentado al mayor reto de su vida: la muerte de su madre. No le ha quedado más que sobrevivir. En su ciudad solo encuentra los fantasmas de su vida con su madre. No tiene nada. Decide mudarse y recomenzar para que su tristeza no la hu...