Después de varias semanas, todo se puso en su sitio. Mi vida se volvió una rutina: universidad, clases de baile, estudiar, salir con los amigos y trabajar algunos fines de semana con Elliot.
Lily no se tomó muy bien mi decisión de irme pero la aceptó. Me repitió mil y una veces que si no estaba bien en el piso o con esa chica que volviera. Cada domingo comía con ella y algún día me quedaba a dormir. Cuesta reconocerlo pero la echaba de menos... Bueno, solo a veces.
La convivencia fue muy difícil al principio, Vicky era un auténtico caos y lo arrasaba todo a su alrededor. Sus estados de ánimo eran muy fluctuantes. Había días que ni me hablaba y otros que me trataba como su amiga del alma.
Hubo una semana que fue horrible. Quería irme de allí. Se lo comenté a Jack y me desahogué con él. Él simplemente estuvo ahí, consolándome y dándome ánimos. Había intentado convencerme de mil formas para que me largara, pero ya había desistido.
Pero poco a poco y con muchos enfados de por medio, en los que amenazaba con echarme del piso, supimos encontrar un equilibrio. Ella respetaba las zonas comunes y el resto lo tenía patas arriba.
Creo que me gané su confianza un viernes. Llegué de trabajar a las tres de la madrugada, había sido un día agotador. Me quité los zapatos, me duché y me senté en el sofá mientras comía algo. De repente, se abrió la puerta y entró Vicky sin su usual vitalidad y euforia.
Su aspecto era lamentable; sus ojos estaban hinchados, supongo que de llorar, el rímel corría por sus mejillas, estaba tiritando y prácticamente no se tendía en pie. Su aliento apestaba a alcohol. La senté en el sofá y la tapé con una manta mientras le preparaba un baño caliente. Al conducirla al baño, vomitó estrepitosamente.
− ¿Qué? ¿No te vas a reír de mí tu también? ¿No te ríes de lo penosa que es mi vida?
− No suelo reírme de la gente en general - le dije - Será mejor que te quites la ropa y te metas en el baño para no congelarte.
Ella empezó a reírse y luego volvió a llorar.
− Esto es horrible. Me duele mucho la cabeza...
Tuve que ayudarla a vestirse y a irse a la cama. La mañana siguiente parecía una alma en pena deambulando por casa. Yo la miraba de reojo. No sabía si decirle algo o esperar a que ella lo hiciera, pero temía que lo enterrara todo en su memoria...
− ¿No vas a preguntarme qué me pasó ayer? - me dijo por la tarde, a la defensiva, como siempre.
− Esperaba que tú me lo contaras. No voy a molestarte con preguntas que no quieres contestar. No soy tu madre ni nadie por el estilo, ni siquiera somos amigas. Pero quiero que sepas que estoy aquí por si necesitas cualquier cosa. No es necesario que sea ahora, sino cuando creas que puedes hablar o nunca si así lo deseas. Pero debes cuidar de ti misma...
− Lo sé, no volverá a pasar. Siento todo el espectáculo que tuviste que aguantar ayer.
− Solo estaba preocupada por ti.
− Gracias.- me dijo mientras me daba un abrazo.
− ¿Es por ese chico? ¿Tu ex? - Me fulminó con la mirada.
− Algo así... No vuelvas a nombrarlo en tu vida. - Me dijo con un tono que no admitía más preguntas por mi parte.
A partir de ese día, me respetaba más y aunque no éramos como aquellas compañeras de piso que iban juntas a todas partes y celebraban fiestas en el piso; la convivencia mejoró.
Ella se limitaba a montar sus propias fiestas con sus colegas y yo hacía mi vida. No es que no nos lleváramos bien, al contrario, había tardes que nos poníamos una película mientras comíamos palomitas pero su mundo o más bien, su estilo de vida no conectaba con el mío.
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Caminar Juntos
RomansGina se ha enfrentado al mayor reto de su vida: la muerte de su madre. No le ha quedado más que sobrevivir. En su ciudad solo encuentra los fantasmas de su vida con su madre. No tiene nada. Decide mudarse y recomenzar para que su tristeza no la hu...