10. Perdida I

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Sorpresa!! Me he adelantado a publicar el siguiente capítulo, es algo más corto. Espero que lo disfrutéis!

Permanecí en esa piedra sentada durante mucho rato o eso me pareció.

Leí la carta dos veces más, intentando descubrir más detalles. Sin embargo, cada vez entendía menos cosas. Mi cabeza no era capaz de integrar nada.

Guardé la carta y dejé que mis emociones fluyeran libremente. Mi madre estaba muy convencida de que la perdonaría, pero ahora mismo sentía una rabia y una tristeza que no sabía describir.

Odiaba a mi madre por no haberme dicho nada. Me había hecho creer durante tanto tiempo que mi padre no existía... Bueno yo lo había percibido así. De repente tenía uno y le había visto el sábado pasado. Todo esto era demasiado...

Me puse a dar patadas hasta que me golpeé demasiado fuerte con una roca del río. Aullé de dolor. El dolor físico me despertó de ese paréntesis terrible que vivía y me permitió darme cuenta de lo que me rodeaba.

El paisaje había cambiado por completo, no se veía el sol por ninguna parte y las nubes cubrían el cielo. Eran densas y de un color oscuro y supe que no tardarían en empezar a descargar.

Entonces me di cuenta que tenía los pies congelados. La parte positiva era que me calmaban el golpe que me había dado con la piedra.

Me entró el pánico al pensar que podría haberme lesionado y por tanto, eso significaba, no poder bailar. A veces era realmente estúpida. Revisé mi pie y me quedé tranquila, era solo un golpe.

Medio coja, con la cara hecha un mapa por las lágrimas decidí descender hasta el coche y largarme de allí.

Quizás no había sido buena idea. No llevaba el móvil encima, no sabía qué hora era exactamente y todavía me quedaban horas hasta llegar a Seur.

Después de media hora descendiendo por la montaña, llegué a mi coche. Todavía no había caído ni una gota de agua. Esperaba que no hubiera tormenta. Juntar las palabras tormenta y bosque daba terror.

Me subí corriendo al coche, cogí el móvil y guardé la carta en la guantera. Encendí el motor. Intenté encender el motor. Volví a intentarlo mientras empezaba a ponerme nerviosa. Otra vez y el coche no respondió.

Entonces el pánico amenazó con instalarse en cada célula de mi cuerpo.

Eran las seis y media de la tarde, estaba en medio de un bosque, mi coche no funcionaba y había empezado a llover.

Tenía pocas opciones: la primera que se me ocurrió fue llamar a alguien, la descarté de inmediato porque todas las personas a las que conocía estaban a dos horas como mínimo de distancia y no quería molestar tanto.

La otra era ir andando hacia el pueblo y quedarme ahí a ver qué se me ocurría, quizás había algún autobús o a malas algún motel. No era mala idea porque el pueblo estaba a 4 km, por lo tanto, tardaría una hora como mucho.

Jadeé. Lo malo era que el tiempo era horrible. Sollocé. Mil pensamientos negativos cruzaron mi mente. Había sido un día terrible y este desenlace era demasiado.

El coche nunca me había fallado y decidía hacerlo precisamente ahora. Los astros se habían alineado en mi contra, genial.

Suerte que llevaba un buen calzado y un impermeable en la mochila. Así que cogí el móvil, que tenía un miserable 8% de batería y estaba sin cobertura y empecé a andar por el camino señalizado.

Tres cuartos después estaba empapada, cubierta de barro por las caídas y todavía iba medio coja. Parecía que ese pequeño infierno no iba a acabarse nunca.

Por suerte, la tormenta aún no había empezado a descargar su lado más salvaje. Llovía mucho. Seguro que cogía como mínimo un buen catarro. Ver las luces del pueblo fue como una bendición.

Encontré un bar, debía de ser el único del pueblo, intenté quitarme algo de barro de encima y entré. Era un local bastante estrecho, en ese pueblo encajaba bien, pero en Tasle nadie hubiera entrado porque desentonaría de lo antro que era.

La camarera me miró un poco mal pero supongo que ya estaban acostumbrados a turistas medio perdidos por estas tierras. Pedí un batido de chocolate caliente mientras me quitaba el impermeable. Me había escurrido el pelo antes de entrar pero estaba empapado.

Se escuchaban risas y conversaciones de fondo. Me saqué la otra capa de ropa para ver si se secaba un poco. Me atreví a sacar el móvil una vez estuve un poco seca. No tenía ningún mensaje ni llamada. No sabía qué hacer y tenía poco tiempo para decidirme. La chica me trajo la bebida y le pregunté si había algún autobús que saliera hacia Seur.

− Hoy ya no. Sale un pequeño autobús que va a un pueblo de aquí al lado, y ahí tienes que coger otro autobús a Seur. Creo que el último salía a las cuatro del mediodía. Pero aquí hay un albergue y alguna casa rural por si necesitas quedarte. - me dijo con una sonrisa comprensiva.

− Muchas gracias. - le dije mientras intentaba simular una sonrisa. Creo que no me salió muy bien porque la rabia empezaba a adueñarse de mí.

Decidí relajarme y tomarme el batido primero. Total, por más nerviosa que me pusiera no iba a solucionar el problema. Era más fácil decirlo que hacerlo.

Tomé un sorbo largo y cerré los ojos, apoyándome en el respaldo de la silla. Quería sacarme las bambas pero no sabía si quedaría muy mal... Apoyé la cabeza en mi mano, estaba agotada.

No paraban de pasar imágenes en mi cabeza de John el otro día en casa de Lily, Olivia preguntando si Lily era mi abuela y su reacción que ahora comprendía a la perfección.

Todo esto se le había escapado a mi madre de las manos... Intenté imaginarme y compartir la alegría que tenía ella por el regreso de mi padre. Todavía dolía todo demasiado .

Me asombraba que estuviera relativamente calmada, estaba segura que era consecuencia de la situación en la que me encontraba. Ahora mismo lo prioritario era no quedarme tirada en estos montes.

Podía volver al coche y dormir ahí... pero me daba demasiado miedo la tormenta. Mientras intentaba calmarme acariciándome las sienes para que el pánico no me invadiera, escuché los pasos de la camarera acercarse. Levanté la mirada y vi que me traía otro batido.

− Perdona, creo que te equivocas. No he pedido nada más. - le dije forzando una sonrisa amable. Después de todo, la chica se había portado bien conmigo.

− Lo sé, pero parece que tienes un admirador. Ese chico de ahí me ha pedido que te invitara a otro. - alcé las cejas intrigada.

Lo último que me faltaba para rematar el día de hoy era un admirador pesado. Con las pintas que llevaba no podía atraer a nadie, seguro que estaba desesperado. Aún mejor, sí señor.

− ¿Qué chico? - me señaló una mesa, no había reparado en ella al llegar, en la que había tres chicos bebiendo cerveza.

Estaban mirándonos y el del centro levantó la cerveza en señal de saludo. Había visto esos ojos verdes un par de veces y eran imposibles de olvidar.

Tragué saliva. En ese pedazo de mundo tenía que encontrarme, mucha suerte la mía, al hermano de Olivia. Le di las gracias a la camarera y desvié la mirada.

No sabía qué hacer. Me había entrado vergüenza, otra vez, como el día que le vi en la academia e iba toda andrajosa. Creo que en esta ocasión me había lucido.

Debería darme igual lo que pensara la gente de mí, pero la verdad que no pensé que iba a encontrarme a nadie conocido. ¿Debía ir a darle las gracias? ¿Era lo mínimo que él esperaba? Tragué saliva, otra vez.

Tomé un trago de la bebida caliente. Mi cabeza no funcionaba bien, habían sido demasiadas emociones en un día.

Estaba a punto de levantarme cuando escuché el ruido de una silla, la de mi lado. Levanté la vista y me lo encontré ahí, con una sudadera gris, unos pantalones negros y una sonrisa perfecta en los labios.

Caminar JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora