Paradoja de un asesino, para Sofía.

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 El gordo caminaba, indeciso e incierto como cualquier gordo encapuchado lo haría a las 6 de una mañana cualquiera, aunque dramáticamente, voy a hacer uso de un remate hiper carente de originalidad, antes que nada pido perdón, pero para el enorme David, aquella no sería una mañana cualquiera.

 Llevaba no más que unos anteojos, un abrigo y su mochila llena de boludeces como algunos comics y su libreta de historias a escribir (algún día). Se dirigía al tren, a la misma estación donde tantas veces tarareaba bajos insostenibles de una electrónica tan oscura como su barba prominente, tan en su mundo, tan sanamente perdido. ¿Pero si te digo, Sofía, que después de aquella mañana, David no sería el mismo (quizás cayendo en alguna paradoja), ¿qué podés llegar a pensar? Y más aún, Sofía, cuando te cuente que mi gran amigo, enorme, barbudo y siniestro, tarareando un bajo insostenible, se encontró por la calle a una joven de tu edad.

 Suelo contarte historias sin sentidos o con remates carentes de contenido, o de algo narrativamente incorrecto, pero hoy no tengo intención de que te comas mis detalles. Hoy quiero hablarte de la vida, de la vida de verdad; cuando David caminaba temblaban las baldosas, los perros callaban sus ladridos, los que andaban cerca cruzaban las veredas, ¿prevenían, So? ¿Aquello realmente pudo haberse evitado de una forma tan simple? Me pregunté tantas veces si una marca imborrable tan sólo hubiese dependido de una vereda... David caminó, lentamente, a su destino entre la frialdad de un otoño temprano y una niebla impenetrable, cruzó la avenida casi sin mirar, David era un semi dios de las calles desiertas, no precisaba jamás mirar dos veces para cruzar aquellos asfaltos, pero aquella mañana algo lo perturbó, y quizás un ruido, o quizás fue ella. Un metro ochenta y tres, ciento dos kilos, todo tras los pasos de un cuerpo minúsculo que él mismo no quiso describir, es real, esto pasa, esto pasó, y el gordo caminó como siempre, y ella, cual presa lejos de su manada, lo sintió venir. Y qué hacer, qué hacer cuando el miedo comienza a hacernos transpirar, cuando nos sentimos vulnerables, indefensos, qué hacer cuando la vida rota sobre un eje tan injusto, me da incluso miedo contarlo. Un palazo, tan sinsentido como cruel, un manotazo tan pesado como las palabras que caían de su boca, una mancha de sangre que mojaba el piso, que a nadie importó, y qué hacer, Sofía, qué hace alguien tan vulnerable. Como el árbol en medio del bosque sin testigos, como aquel, cayó, calló, y no se escucharon más que algunos ruidos desgarradores.

 Como aquel árbol, Sofía, como aquel árbol, David cayó.

 Recorrí tantas veces aquellas calles que me costaba hoy escribir esta historia, David recorrió aquel largo camino entre la estación y su casa, pero en medio, casi imperceptible, una nena de quince años se cruzó en su camino. Nunca supe realmente si él la registró, pero David cayó, la niña corrió, y aquellos tres pares de manos sosteniendo sus palos, llegaron a recorrerlo. Lo visité en una cama, en un hospital algún tiempo después, e incluso en ese estado, David no dejó de ser siniestramente correcto, me vio llegar, y me dijo, la pagamos nosotros, che, pobre piba, pero siempre la pagamos los que estamos al margen.

 Qué pasó, gordo, qué pasó. La nena lo vio, gritó, corrió ante aquel oso que caminaba en dos patas por la avenida, sin saber que el oso, únicamente cantaba (¿acaso ser un oso cantor es motivo suficiente?) y como por arte de magia, apareció la policía a averiguar sus antecedentes.

 Lo correcto, ¿no? Averiguar antecedentes de un hombre ensangrentado en el piso.

 No hablo de moral, de ética, ni de política. No hablo de países, ni de religiones, yo solo te cuento historias que ocurren, pasan, e inevitablemente David, cinco meses después, se la volvió a cruzar una madrugada.

 Causa y efecto, el aleteo de mariposa que levanta un tsunami en alguna otra parte del mundo, David rió, y con algunos implantes metálicos en su cuerpo, continuó su tarareo diabólico, camino a la misma estación de siempre.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora