Apartado Libertad, para Sofía.

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 Quería verte voraz, persiguiendo tus sueños o una hiena que hayas dejado escapar en alguna de aquellas noches donde te encantaba jugar con sus debilidades, te sabías suprema, te sabías demente y poderosa y por eso dejabas que juegue el destino un poco y retrasabas algunos minutos aquellos momentos en los cuales arrancarías su cuello. Era tu debilidad hacerles creer un poco, y a mi me gustaba verte animal salvaje, me sentaba en un jeep cerca de aquellas praderas. Tu horror encarnado era tu simpleza, tu frialdad, tu cinismo, habías nacido para ser cantora de canciones violentas que suenan en pocas casas oscuras de algún suburbio. Y no deberías haber sido enjaulada jamás en tu vida.

Te conocí en medio de tu reinado, te vi también entre rejas negras de una ciudad que coreaba tu nombre en un fervor desconocido para todos aquellos entes que se paraban del otro lado del foso, y lo más cruel y hasta irónico era ese foso de mierda, como si en verdad fueses a escaparte, como si pudieses, o incluso más cruel, como si quisieras. El fervor que siempre habías tenido se fue diluyendo en noches abarrotadas que miraban entre los espacios a una luna negligente, a una luna descuidada que miraba para otro lado con tal de no compartir tu sufrimiento. Y la excusa para todo esto era protegerte, los escuchaba por los pasillos hablar de preservaciones, y susurraban cada tanto alguna risa siniestra, cómo podés preservar a una bestia dejándola encarcelada en un espacio mínimo donde no podría asustar a nadie. Donde relamía sus uñas y ni siquiera ya emitía gruñidos que pedían a gritos los mundanos. Qué era de la bestia sin el miedo, tristemente vos me dabas la respuesta.

Quiero que sepas que siempre estuve de tu lado, que si fuese por mí no hubiese sido este nuestro destino, me acerqué esa noche nublada para que aquella no tuviese que disimular, crucé aquel chiste con agua algo helada, me acerqué lo suficiente como para que tus garras pudiesen atraparme; pero tus ojos fueron la perdición para mí, el reflejo que me encontró desde aquel espejo donde ya se había perdido todo. Y tuve cada tanto algún recuerdo de aquellos destripares que tanto disfrutabas, pero cómo juzgarte, cómo pudo alguien decir alguna vez que todo aquello estaba mal. Y a pesar de que me dormí prácticamente sobre las rejas, ni siquiera me rasguñaste.

Nos despertó la gente ingresando, sacando fotos, gritando porque me veían muy cerca de una fiera que a esta altura todavía dormía, mientras yo me fui desperezando, nos miramos a los ojos, tiré el puente del foso cerca del mediodía y entre caras y caretas que no entendían nada me fui acercando a tu jaula. Agarré la llave, la introduje en la cerradura. Y como si fueses un pequeño perro de apartamento que espera a que lo saquen a pasear alguna vez en la semana tus ojos encendieron un mundo, te erguiste, te espabilaste, me hipnotizaste en aquel momento en el cual quedé aterrado, entré en un miedo tan paralizante que casi anula mi principal objetivo. Giré la llave de golpe, rompiste el suelo, estremeciste el mundo, bocas calladas mientras aquella jaula se habría y pasabas a mi lado sin siquiera mirarme, y yo no entendía. Yo me creía un libertador, yo rotaba mi vista hacia tu paso que ahora se abalanzaba sobre un turista francés, que arrancó al paso a un gordo alemán arrancándole el cuello y mientras volvía tu alma al cuerpo saqué de mi mochila un revolver. A la quinta víctima entendí que estábamos del mismo lado y fuiste gritando, rugiendo y desgarrando mientras yo te perseguía, y éramos dos nenes con sus juguetes, dos perros paseando, la primer pareja de enamorados adolescentes paseando por una plaza teñida de sangres y gritos, la seguridad emergía, un violento disparo que efectué al medio de sus ojos. Apareció otro guardia, al medio del pecho cuando intentó dispararte. Volteaste, me sonreíste, te sonreí de la misma forma y nos unimos en un pacto. Corriendo entre la muerte disparando y desgarrando, yo con mi arma y vos con tu boca, paseando entre otras jaulas y el serpentario, arrastrándonos cada tanto, revolcándonos por doquier como solías hacer sobre la bosta de los caballos salvajes. Y estábamos rodeados, ambos dos lo sabíamos, llegamos a un punto donde habíamos por primera vez comprendido a la vida, nos encerramos en una sala donde todos los guardias esperaban fuera. Nos habíamos llevado no menos de veinte idiotas, nos miramos, nos compenetramos, y pensé, en aquel mediodía que ibas a hablarme. Te acercaste lentamente, algo agazapada, te acercaste susurrando canciones que yo no debía escuchar, me agaché, apoyé mis rodillas en en suelo y fue justo ahí que te me abalanzaste. Y tus dientes hundiéndose en mi cuello, vos siendo tu real versión, era la primera vez que sentía felicidad en un largo periodo de tiempo, y mientras se helaba el aire de aquel lugar se escuchó un disparó que alejó a todas aquellas aves en libertad que rodeaban el recinto, que habían venido desde edificios muy lejanos para ahora verte feliz. Entraron los guardias, caímos destruidos, caímos desarmados, caímos como dos cuerpos inertes habiendo alcanzado sus sueños.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora