Sobre nuestro viaje (primera parte).

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- ¿Por quién sufrís? - preguntó Sofía.

- Por mí. - le contesté.

- No, siempre recaen en alguien tus historias - dijo.

- En vos, Sofía.

- No, en alguien más.

- En vos, Sofía. - insistí.

Sobre querer viajar:

Volví un poco en el tiempo hasta ése en el que nos conocíamos por primera vez, a aquel viaje primero que hicimos juntos partiendo desde Buenos Aires en aquellos vagones todavía impulsados por una imponente locomotora tan o más antigua que la misma estación. Habíamos llegado temprano, habíamos sobrellevado el frío, habíamos soportado tantas cosas distantes para hoy estar acá, que el frío se sentía como una caricia algo distante. Y Sofía somnolienta soñaba ingresar a nuestra cabina, soñaba dejar sus valijas <<no sólo las del viaje, también las metafóricas (que incluso pesaban más)>> y recostarse sobre la cama que daba a la ventana que previamente había elegido <<También era un tren metafórico el que andábamos necesitando, y aquel fue más tren para nosotros que este tren en sí>>.

Me enteré tempranamente que a Sofía no le gustaban las esperas, debía contextualizar un poco diciendo que su vida en aquellos pasares comenzaba a levantarse después de haberse desparramado en el suelo. Pero desde la hora exacta en que ingresamos a la estación, entre sueños y reincorporaciones cada tanto se quejaba por las más sutiles cosas, y de pronto el pasamanos estaba frío, la escalera era muy larga, la campera pesaba mucho y las piedritas le molestaban en el suelo. Pero mientras esperaba, también recurría a sus pasatiempos, y de pronto sobre la escalera de mármol empezó a titilar el reflejo violáceo de las luces de neón que emitían los carteles, y Sofía pausaba los titubeos para admirarlos lentamente sabiéndolos una pequeña pausa en su mente algo caótica, a Sofía no le gustaban las esperas, pero sí, le gustaba que la esperen. Y me quedé unos minutos mirando cómo es que se deleitaba con aquel charco de agua en medio del paso; también en su reflejo, y terminé por contagiarme, ésa era una de sus cualidades inexplicablemente maravillosas, Sofía contagiaba, contagiaba siempre.

<< Había un cambio notorio, había bajado algo el agua, la laguna parecía incluso más turbia de lo normal, seguía existiendo el cartel que increíblemente decía "no alimente a los peces", pero ahí no hablábamos de metáforas; entonces aparecí, sentado en aquel banco de madera donde miraba el paseo de las esculturas, intentando ver algo más que simples pedazos de hierro o yeso, y una, una en particular, me había robado el alma. Hecha con piezas de máquinas ya en desuso, una persona formada de todo lo reciclado, le tendía la mano e intentaba rearmar a otra que comenzaba en un torso y terminaba en los mismos pedazos de chatarra con las que todo había nacido. Habría querido hacer eso el artista, me pregunté, o se habría hartado de su obra y terminó por dejarla inconclusa esperando que creyéramos que era ésa la completa >>

Sofía irrumpió mi vida de pronto, en qué pensás, preguntó.

<< Y de alguna forma la incluí en mi relato sin muchos giros, Sofía de pronto estaba en la escalera conmigo, y a su vez, estaba conmigo en algún otro lugar de mis recuerdos. Y el parque era enorme, y la laguna seguía con su falta de agua y su turbio color marrón. Ella tomó mi mano, no supe bien en cuál de los dos planos lo había hecho, pero me quedé únicamente con el distante, con aquel en donde ahora estábamos existiendo, y Sofía también se hartaba de las esperas por estos planos, entonces caminó, abandonó el banco de madera y se fue acercando al agua, a aquella que seguramente alguna vez había tenido peces, pero que hoy, no tenía mucho más que fantasías. Y yo me dispuse a seguirla, también a esperarla, a pisar cuidadosamente en el barro para no caer, para no terminar tan o más turbio que el agua. Sofía en el puente de chapa, en aquel que me daba algo de miedo cruzar, Sofía era un puente metafórico, Sofía conectaba extremos. Pero a diferencia de aquel puente de chapa, Sofía jamás dejaría caer. Y la firmeza del puente Sofía ahora se apoyaba sobre la frágil firmeza del puente real. Y yo la adoraba, y ella no esperaba jamás. Cruzó el puente rápidamente mientras a su mismo ritmo caía la noche, y en medio de la laguna el puente dejaba una pequeña isla con un árbol de cemento y algunas placas de colores donde ella terminó por sentarse. Y ahora comprendí y a la vez recordé, por qué había caído la noche tan abruptamente; crucé el puente frágil sin siquiera analizarlo y lentamente me fui acomodando en una de aquellas raíces donde ambos mirábamos las ramas esperando que se enciendan. La noche, la más abrupta metáfora entre todas las otras. Y cada rama del árbol se encendió delicadamente emitiendo una luz tenue que en medio de la oscuridad nos acercaba algo más el cielo. Todas y cada una de las ramas se encontraban encendidas en un blanco precioso que se difuminaba en el agua haciéndola sentirse menos turbia, haciéndome sentir menos metáfora, haciéndola sentir más Sofía.>>

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora