Una taza al otro lado del mundo, Sofía.

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En Zimbabwe, un día, un té se te irá enfriando y vas a analizar tantas cosas que te harán recordar nuestras vidas. Me acuerdo aquella tarde en donde me regalaste el dibujo de una jirafa, donde supe, horas más tarde que aquellas estaban en peligro de extinción (y no era casualidad), entonces pensé, que quizás la única jirafa que quedase viva después de todo, sería en mi dibujo, en mi billetera, en lo que me habías dado que nadie más tendría en el mundo. Apoyé mi taza, arrebatar en té era otro estilo, había aprendido con el tiempo a entender a estas infusiones como lo único de este mundo en lo cual podía yo ser paciente, y aquella tarde de la jirafa interviniste aquella espera, revolviste el saco, apuraste un té negro que manchó el agua rápidamente en una expansión sin forma de tinturas negras en aguas cristalinas; y ambos pares de ojos miraron el agua, de pronto también dejaron de hacerlo, tomaste un poco y entendiste mi calma mientras vivías tantas cosas al otro lado del tiempo. Un extraño, en un idioma que alguna vez me será extraño, te dijo cosas extrañas en relación a cómo habías bebido aquello, un extraño como alguna vez nos fuimos el uno para el otro (pero hoy, al otro lado de una taza, al otro lado del mundo, al otro lado de unas vidas, nos habíamos conocido casi por completo). Y miraremos atardeceres inciertos ambos tirados con desconocidos (en el hoy, mañana serán vida), y caerán también las noches donde pensaremos y divagaremos sinsentidos perdidos en nuevas culturas y épocas, pero evocaremos incansablemente nuestras diferencias, nuestro desentendimiento, y en la diferencia y en el desentendernos estaremos encontrando aquel pedazo de vida que siempre quisimos tener al fin. Y notaré, melancolicamente, que las jirafas estarán extintas en todos lados menos en mi billetera para ese entonces.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora