Explícitamente me pidió que paremos el mundo (el tiempo, y la vida también). Y de alguna magnífica e inexplicable manera, lo consiguió.
Supe esa tarde que venía de otro mundo, en ésa misma que en los túneles del metro nos refugiamos delicadamente, en la que cada tanto algún estruendo de la guerra civil que nos bailaba encima nos hizo estremecer. Arriba se mataban, abajo, estábamos viviendo. De pronto me miró a los ojos y vuelvo a citar mis primeras palabras, se heló todo a nuestro alrededor, lo único que continuó su rumbo fue el agua que acariciaba a nuestros pies con su delicado paso. Me observó tímidamente y lo admitió, ella no era de acá, jamás lo había sido, y aunque no quiso decirme de dónde y para qué había venido, supe que fue por algo importante y que realmente estaba lejos de casa.
¿Cómo habíamos llegado a estos túneles fríos y aislados? Buscando algo de calor lejos de los civilizados, curiosa forma, ya lo sé. En medio de la balacera tropecé abruptamente, quería algo de pan, un mísero pan que casi me cuesta la vida, pensé en la última vez que había comido y con algo de esfuerzo llegué a regresar tres días en el tiempo, una orden lejana, una balacera que me recorría sedienta y me atormentaba. Una estatua fue mi cobertura, y ella mi salvación (de dónde salió fue incluso más incierto que de dónde vino), me tomó violentamente del brazo, me empujó por la alcantarilla, luego corrió, y mientras yo rodaba por aquel pequeño espacio de no más de treinta centímetros me creí algo muerto. Caí al las cloacas, ella me estuvo esperando. Y ahora, como si nada hubiese pasado (quizás una guerra, una balacera y una caída forzosa), estábamos acá contándonos algunas cosas como que yo seguía con hambre o ella venía (probablemente) de algún otro extremo del universo. Los para qué, los por qué, los cuándo y dónde no servían de nada, ella sólo sonreía y me limpiaba alguna que otra herida que encontraba, yo intentaba comprender lo incomprensible (ni en época de caos el humano es saciable).
- Tengo miedo, -dije- siento que voy a morir.
Fue lo único que pude contarle, fue lo único que pensaba, pero ella no respondió, tan sólo mostró interés. Y en las horas siguientes nos fuimos comunicando a intereses, y me enteré algo más curioso que su extraño e incierto origen, ella era inmortal. Me encantaría poder comunicar cómo fue que llegué a comprender estas cosas, pero no tengo palabras, estar al lado de ella era la única comunicación que tenía, y al tratarse de tan asombroso ser, las palabras me quedan vacías. Caminamos un rato, ella me insistió, y mientras el mundo continuaba helado seguimos al agua que corría hacia el norte; en algún punto del camino tropecé y terminé por gritar de una forma increíble, esta vez no me curó, más bien se abrumó un poco en el eco y en la acústica envolvente, sus ojos desentendidos, abiertos, dilatados en la admiración de algo que pudo conquistarla por dentro. La miré y le dije <gritá si querés>, primero sintió algo de vergüenza, luego emitió un tibio gemido, y progresivamente lo incrementó hasta que empezó a correr como una niña sin frenos chapoteando y cantando formas y colores incomprensibles, ver como ven tus ojos <pensé>, cuánta magia tendría eso.
Era fría, curiosa, distante y difícil de comprender, pero nos fuimos conociendo con el pasar de los días. Dijo algunas palabras antes de partir, pero no quiero compartirlas <prefiero seguir afirmando que ella no hablaba, y dejar ese pequeño regalo como una contradicción narrativa, prefiero un error literario a tener que compartir mi gran tesoro>, entiendan que es mi más preciado recuerdo. ¿Si respondió alguna de mis preguntas? No, no respondió ninguna. ¿Si la pude comprender? Íntegramente.
Pasaron casi veinte días viviendo por debajo, notábamos los cambios y el paso del tiempo por los tragaluces en cada esquina que nos cruzábamos. En lo que debió ser el décimo día cesó el fuego, y saben, no quise volver. Comimos musgo y bebimos agua, no precisamos más, y yo que algún día me había obsesionado con las calorías y los nutrientes, se subsistía de cosas mucho más complejas, che, me detengo en el día del cese por algo en particular, fue aquel el único de todos éstos en que se me acercó más de lo normal, se paró de frente y me envolvió repentinamente entre sus brazos. Mi cabeza en medio de sus pechos, un corazón que latía de a tres, daba tres golpes seguidos, luego callaba, cuando volvía a latir insistía en aquel trío, pero lo hacía en otro tono y a otro tiempo. Después de tres repeticiones comenzaba nuevamente el ciclo. Curiosa forma que tuve de conocer al cielo.
Al día número quince explotó una esquina sin alguna razón, el fuego había cesado pero no las trampas <humano incansable che>. Quedé inconsciente un tiempo y nuevamente ella me salvó, mientras creí que agonizaba, a ella no se le movía ni un pelo. No había aprendido a temerle a morir, ella no sabía de muertes.
Al día décimo octavo me lo confesó, a preguntas y a entendimientos y algunos gestos curiosos fue contando sin hablar. Venía de muy lejos, era verdad, era imposible que muera, eso también, y entonces, para qué había venido a hurgar entre tantos mortales sin sentido y más aun en este momento particular, donde se arrancaban las vidas como si fuesen flores.
Al día veinte, antes de despedirnos yo lo entendí. Vino a volverse mortal para sentir, para entender las cosas, había viajado desde tan lejos para entender lo que era perder, lo que era realmente el tiempo, lo que era la guerra y la incongruencia de lo violento. Una guerra eterna entre inmortales tendría tan o menos sentido que una guerra finita entre mortales sin razón.
Que la quise, no tuve dudas, que me quiso, lo intentó con lo más profundo de su ser. Que la voy a extrañar, no quedan dudas, que me va a extrañar, no lo creo, pero no pasará un único día en la eternidad en que ella no piense en caminar este túnel frío junto a mí, y seguramente se la pasará buscando otros planetas o dimensiones donde pueda encontrar algo parecido <al final no éramos tan diferentes de los inmortales, sólo que ellos tendrían más tiempo> que le haga recordar, que alguna vez alguien que no comprendía cómo hablarle le robó una sonrisa, le enseñó lo más valioso que se puede guardar entre brazos, le susurró lo incomprensiblemente hermoso de aquella sístole y diástole tan o más preciosa que una sinfónica, y que quiso más que nada intentar enseñarle para qué servía el corazón << y por más que los inmortales no comprendan mucho más que de biología, siempre entenderá que la locura, el amor y todo lo que ella buscaba se guardó en medio de aquella incesante insistencia >>.
ESTÁS LEYENDO
Para Sofía
Poesia¿Quién era Sofía? Esta pregunta costaba responderla, resumir a Sofía a unas pocas líneas sería limitarla tanto; y si tuviese que plasmarla por completo no podría terminar por algunos años, y sería una pérdida de tiempo, Sofía en los años en los que...