Anexo a un atardecer de verano, anochecer de invierno, para Sofía.

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Había estado lo suficiente dándote la espalda mirando al río como para empezar a dudar si aún seguías detrás. Llegamos, no podría estimarte el horario, pero llegamos al fin de un día donde el sol se escurría en el horizonte, y a esta altura, ya era de noche. Y como tantas veces, ahora queriendo convencerme de que escuchabas, comencé a relatarte, Sofía. - Es egoísta, es egoísta - insistí -. Cuando pensamos en la muerte nos entendemos a nosotros muriendo, pero es mucho más. - Callé un ratito mirando una barcaza con una tenue luz amarillenta que iluminaba las aguas oscuras, luego de unos suspiros, continué. - Es una extinción masiva, nosotros, vos, yo, el de la barcaza, el que nos vendió el agua ayer, las promesas que nunca hicimos, las que no cumplimos también, toda persona que alguna vez se nos cruzó. Todo aquel pedazo que hizo mover al mundo mientras nosotros existimos, todo se va a extinguir, no va a quedar ni una sola de esas miradas. Y mientra tanto, nosotros solamente nos preocupamos porque vamos a estar muriendo, dejando de lado que morimos a cada instante; no ves que hay problemas mucho más importantes que se nos van de las manos, So, somos tan sólo una extinción en medio de tantas otras, de las que se fueron, de las que vendrán, somos un inequívoco viaje hasta la aniquilación de una etapa. De un todo. Y sabiendo aquello nos enloquecemos con detalles ínfimos, como éste, en donde ni siquiera sé si me estás escuchando - la duda que mata -. ¿Pero alguna vez me escuchaste? Mirá la barcaza, tenía luz verde, tuvo amarilla blanca y roja, tuvo tantas fases en tan poco río. Lo importante es que te siento, algo me dice que estás, y aunque puedo darme vuelta es probable que tampoco puedo verte, pero no me resumo tanto, no. Sé que estás ahí porque nací para saberlo, sé que te vas a ir, sé que me voy a ir también. Pero no sé de qué nos sirve saber tanto. - Terminé volteando para no verte y confirmar mis dudas, pero no verte, Sofía, no verte no me era determinante, y ahora se me contradecía el no verte con el sentir que todavía eras la costa del río, yo sólo veía oscuridades, pero al sentirte de forma tan violenta toda aquella negrura se me había vuelto vos. Vos y una pequeña porción de anti vos-es porque no te gustaban los gritos que irrumpían en el aire. Y ya habíamos estado acá hablando de todo esto, también lo sabía, pero en ese entonces todavía dudábamos por no haber volteado de frente a lo oscuro y hoy ya estábamos empantanados. Mundana, hoy ya sabía que no eras maravilla, hoy eras un pedazo de costa, una negrura, una estrella apagada, y ya que vamos al caso extinta, y todas las veces que habías brillado probablemente había sido a causa de otros. La negrura comenzó a subirme por la pierna, temblé un poco, sentí algo de frío pero era inevitable; y todo tu desastre, qué me llevaba a andar buscando toda la bondad y virtud que siempre había visto en vos, si más allá de lo que pudieses otorgar en superficie seguías el mismo destino que la barcaza y la vida, extinguirte, apagarte, ser este punto resumido a la orilla de un río que pasado el tiempo suficiente nadie ya navega. Y me preguntás que es la barcaza por dentro, pero ya no está, si no me creés buscala. No está porque todos aquellos barcos que se veían surcando en tu vida eran todos mentira. Entre vos y los que gritan de noche no hay distancia, vos sos ellos, ellos son vos. No entiendo ni puedo explicar con simples palabras cómo pude haberte endiosado. La negrura tocaba mi pecho, extendía sus manos a mi garganta, y yo seguía sin verte y poco a poco ya no te sentía. Tiraste una piedra al agua, golpeó en las rocas, le erraste al río. Y siempre habías sido una máquina de tirar piedras a los ríos que rebotaban en otras piedras haciéndote fallar. Y aunque el río era lo suficientemente grande como para sentir pena por vos yo recaía en la ternura. Era todo no mucho más que mi mérito. Sólo quedaban mis ojos fuera de la negrura que trepaba como enredadera, y antes de perderme, los cerré en aquel punto donde me había convencido de que estabas sentada todavía. Nunca fuiste más que esto, y mi deprimente y a su vez magnifica manera de andarte endiosando. - Y si llorabas en este momento yo no correría a consolarte -. A esta altura, estábamos extintos.

Vos y yo en lo mundano, habíamos tocado fondo, nos habíamos desconocido. Y una luce-cita viniendo desde la costa este trajo consigo la madrugada. Unos rayos, una chica durmiendo en un banco de plaza tapada con una campera, le habían caído algunas hojas. Una parte de mí te conocía, otra no tenía idea de qué hora era, dónde estaban, qué había pasado, y otra sólo quería despertarte. Volteé hacia el río, una barcaza vieja de madera algo podrida iba humeando lentamente, volteé hacia la orilla, exhalaste un humo igual de espeso entre el frío. Y eras tan patética durmiendo en aquel banco húmedo y oxidado, eras la simpleza, eras el descontento, el dolor, la incertidumbre, eras el vaivén de un despertarte que va reingresando al previo extinguir que le tocó, y te frotabas la cara, tan pálida como siempre. Y yo te miraba curioso. Y vos me saludabas con miedo. Una flama se encendía, una extinción estaba naciendo.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora