Anexo irrelevante dos, invocaciones aleatorias.

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Puedo invocarte, puedo decirte todavía que nos tenemos que ver; y me vas a decir, instantáneamente, que me estarás esperando el miércoles en aquella mesa de siempre. Entonces llegará el lunes (porque se sobreentenderá que todo aquello de nuestra locura que nos vuelve a atar sucedió en la noche de domingo), y yo estaré contando los momentos, me distraeré de mis quehaceres y justificaré aquello con tu nombre (por dentro). Caerá el martes con su gran peso, abrupto y cortante dándole al capítulo ante último su increíble tensión. Y nos desesperaremos tanto por vernos como si fuese la primera vez, querremos justo en ese momento agarrarnos y así detener la expansión del universo. Y en eso, mientras dos manos intentan tomarse desde aquellos pensares, entrará la mañana del miércoles en donde recaeremos constantemente en la búsqueda de un motivo que justifique nuestra ausencia, y de nuevo la promesa de que aquel faltar será doloroso, y claramente, no se repetirá. Lo que nos cuesta decir es que vivimos de aquello, que podemos invocarnos, que nos traemos los recuerdos pero ya no alcanzamos la esencia.
Que la mesa nos esperará y no iremos llegando, porque ya no debemos hacerlo pero precisamos que siempre se encuentre abierta. Y la sucesión de nuestras excusas se irá turnando entre tus dolores y mis conflictos. Un amor que se diluye en aquella dilatación universal; que nos excede, que no nos deja más nada que el seguir insistiendo (o quizás, agarrar fuerte a este consuelo que cada vez también es más grande, también doloroso y pesado).

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora