El fin de mi camino.

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La cura mía;

Habían pasado las suficientes idas y vueltas como para sobrellevar otro tipo de apuesta que supe dejar alguna vez en el camino.

Me acerqué una tarde Victoriense hasta ella, sabiendo que iba a encontrarla.
Primero quise creer en el azar, después intervine obligatoriamente en el mundo.

Llegamos hasta acá, me dije por dentro sin decir nada mientras caminábamos los adoquines algo húmedos y resbaladizos, llegamos hasta acá, me replanteé. Ésta nuestra historia era merecedora de un desenlace.


Qué te pasa, dijiste por lo bajo, y yo me dispuse a retrasar los tiempos, ahora presencialmente, para poder pensar cada línea en mi mente. Atentar contra mí, comenté, es más difícil de lo que parece. Me miraste con cautela, te estresaba un poco cada vez que se adueñaba de mí aquella manía de enreverar las cosas cuando éstas me pesaban.

Qué te pasa, insististe. Y a mí me pasaba tanto en tan poco momento que no encontraba camino viable, tender a ignorarte, resaltando el arte de hacerlo.

Tu estrés, mi inseguridad, la tarde Victoriense tendiendo a mi derrota. Frené en aquella baldosa algo quebrada, tomé tu mano desde atrás, te traje hasta mi cuerpo de un tirón, llevé ambas manos a tu cintura, que bien se sintieron, viví en mi mente, apoyé mis labios en los tuyos como si fuesen la llave correcta, soñando que podrían abrir la puerta que todos saben que jamás irían a abrir, pero encontrar la llave incógnita delante de la puerta que nos separa de aquello que tanto amamos nos fuerza a intentar ingenuamente, denoto ingenuidad, jamás diría inútilmente.

Los despegué al segundo sin girar la cerradura, habían entrado y me bastó en la vida durante aquel segundo, sin saberla vida mía o vida nueva, quedé a un centímetro de la tuya, apegados ojos a ojos, -vos me pasás, dije- y tomándome una pausa por saber lo que seguía esperé tu movimiento, giraste la cara, te pusiste de lado.

Besé tu sien,- y éste es el problema, comenté, - éste es el problema realmente, susurré en tu oído.

Respirarte, entre, cortada, mente;
sus-pi-ran-do-te tan cerca,
mientra vos,
sin siquiera mirarme,
sin dejarme despegar a mi frente ahora apoyada en tu sien, o
a mis labios cercanos a tus mejillas,
soltaste tu única respuesta a mi conflicto.

- No puedo,
ya tuviste tu tiempo,
ahora no puedo.

Y algo herida por dentro agregaste al cabo de mil dolores agolpados, -perdoname, no puedo.

Nunca te voy a poder perdonar, dije casi sin pensarlo, ya ni siquiera me esforzaba, ya ni siquiera me costaba, ya te daba por perdida.

- Jamás podría haber llegado hasta acá antes, en ningún momento previo, jamás podría haberme anticipado a la cura, me curaste en el camino -volví a envolverte entre mis brazos-, en algún punto te usé para curarme, pero no es un uso, diferenciá mi haberme curado en vos con haberte usado como el usar sencillamente. Vos eras el camino a mi cura, y el haberte cruzado antes, hubiese sido eliminar cualquier probabilidad de mi destino. Pero de igual forma, no puedo perdonarte, que me digas no puedo, no es más que resfregar en mi cara una mentira, decime no quiero, jamás podría atentar contra que vos no quieras. Pero que no puedas, es algo descarado.


Lo cierto es que jamás dijo no quiero.

Me alejaste decidida y lentamente, la llave abría aquella puerta, yo sabía que la abría, pero la llave que abre a la puerta no sirve de nada si la puerta no tiene ganas de abrirse. Y se podrá criticar enormemente esta última frase, pero cuando lleguen ante una puerta desganada se van a acordar de todo.

Nuestro camino mi cura, jamás dijiste no puedo, y en la noche ya caída en mi derrota antagónicamente Victoriense te dejé ir, sabiéndote imperdonable, agradeciéndote por todo. Tirando la llave por una ventana, silbando bajito mientras miraba tu espalda, tu pelo rebotar, tu cabeza a gachas sobre pensando mil cosas que jamás pude enterarme.

Tu partida mi cura, susurré, y te dejé ir tranquilamente, cuando ya avanzaste una cuadra, caminé hacia el otro lado. E imaginé que volteaste en aquel momento, miraste mi espalda algo encorvada, mi pelo inamovible, me pensaste desubicado y me agradeciste por todo, ¿tu cura mi partida? Jamás lo supe, jamás lo sabre, jamás lo sabra Victoria ni las calles de adoquines, jamás lo sabremos nosotros. Camino nuestro jamás existió.

Sólo fui consciente del camino cura, y aunque se había vuelto lo suficientemente largo, lo vi otorgarnos un buen recorrido a la vez que fuimos entendiendo un millar de cosas; así como nos íbamos, de espaldas sin siquiera mirarnos, quizás pateando piedritas como ambos sabíamos que hacía Sofía cada vez que la invocamos, invitamos, era lo mismo. Nos fuimos de espaldas en direcciones opuestas para alejarnos rápidamente, no sabernos en llanto, nos fuimos sin pertenecernos, recordando los desintereses que tanto nos habían gustado. Y cuál era la correcta expresión para aquellos más que esta última historia que jamás iría a escribir. Jamás.

En algún momento las pretendiste de regalo, a todas ellas, las querías envueltas (como si envidiases a Sofía), la querías para vos sola, y te gustaba recorrerlas y contarme cosas que aparecían entre las líneas y las palabras. A veces alusivas, a veces tan obvias.

Y quizás nos fuimos de espaldas pensando en que si caminábamos lo suficiente nos encontraríamos al otro lado del mundo. Ahora éste fue mi consuelo, ahora te imaginé buscando el tuyo entendiendo así lo que nos marcó el recorrido.

Lo cierto, es que jamás dijo no quiero.

Ahora lo entendí, más detenidamente.
Me reí tibiamente, me fui silbando bajito.


Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora