Sobre mi fracaso táctico.

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 Fracaso incansablemente porque mi táctica es tan simple como fracasar; es como si un comandante insistiese ante todos sus soldados con una arremetida absurda, como si los mandase casi sin defensas a la boca del lobo, y luego, una vez destruidos, sacase una bandera blanca de rendición. Para ir caminando entre miras altas que lo atosiguen, y a su vez le permitan el paso, entre cadáveres todavía tibios de sangre reciente, y entre ellos, entre un paso de huella tenue, un paso que disimula respeto en una masacre que le pesa, declare la derrota. Aquella que se supo desde la primera orden, pero que terminó por decantar con varios centenares de escuadrones muertos y un actuar de comandante rendido. Nuestras tácticas son fracaso, y yo camino también entre la tibieza de cuerpos destruidos, entre una playa extensa donde caen incansablemente fotos de distintas versiones mías, en las que cada cuerpo agoniza hasta que muere en el instante en que paso, cada cuerpo con mi cara, cada cuerpo con mi cuerpo, con mi recuerdo y olores, cada cuerpo en sacrificio para mi rendirme desalmado. Por qué tácticamente somos tan crueles, porque nos desalmamos de tantos para caer rendidos, por qué la mano fracaso nos sirve tanto de consuelo.

Mi táctica se pierde en la idea, se pierde en la abstracción; el comandante sabe que atacar por las playas a cielo abierto no dejará cobertura, pero otra parte sabe que aniquilando sus tropas él podría caer rendido, y así salvarse. Y yo me salvo, yo salgo intacto de estas aniquilaciones porque el desarme termina seduciendo. Yo agarro a las ideas, las llevo inalcanzables, las despego de las reales personas que caminan estos mundos como si de drogas se tratasen, y mientras existe en mi cabeza la idea caminante cada paso es hermoso, cada persecuta, seducción, sentimiento; de pronto el soldado llega hasta la playa en el barco, se tira a la arena todavía mojada y siente que no se hunde por completo, soldado fragmento, soldado ente-pieza-mía, soldado y una de mis versiones corriendo por playas por no habernos visto perdernos en arenas movedizas. Entonces corremos como si la guerra dependiese de un acto heroico, creyendo de a ratos y de a fondos que nuestra voluntad es real y suficiente para ganar las batallas. Y una balacera, un beso, que nos tire a la realidad de una táctica suicida. Un campo descubierto, una mujer real, humana, y el ideal victoria/ideal mujer perfecta nos va deshaciendo, y va rompiendo con las balas todos nuestros tejidos, a beso bala, a beso beso, lo importante es que ambos nos destrozamos hasta caer rendidos. Sabiendo en el fondo, que pasará el comandante con su desdén, con su cinismo, y que nosotros no somos más que una piecita del juego. Pero cuánto orgullo en aquel pequeño desvelo.

En la rendición, en el fracaso, una ironía. Un dejo de victoria por sabernos vivos, por saber que podremos invocar otra guerra, otro ideal, y como la droga precisa más cantidades nosotros precisaremos más ilusiones, la pena, nuestra gran amiga que nos esperará en el espejo. ¿El comandante pierde cuando su escuadrón cae en guerra? ¿Pierdo yo con la muerte de mis versiones?

Sigo idealizando, sigo siéndome infiel tácticamente, sigo siendo un buscador atrás de lo imposible, de lo inalcanzable. Sigo siendo una paradoja que busca lo que no hay, que sabe que no va a encontrar y no va a cansarse de buscarlo, y va a recaer en la idea de que el conformismo sería el más horrendo de los pecados; porque rendirme con las tropas intactas sería tan poco sensato como el conformarme con la mediocridad, y mi soberbia se resquebrajaría en un instante. ¿Vale entonces mil muertes de soldados y mis versiones?

No quiero responderme, no quiere responderse, queremos seguir creyendo que la lucha por la utopía debe valer los sacrificios, y que cada vez morirán menos soldados, menos versiones, y nuestro inalcanzable quedará cada vez más cerca y más callado. Vale las penas, las soledades, las muertes; lo valen porque yo soy mis versiones, el comandante es sus soldados, y a pesar de que ambos entendimos perdida a la guerra de ante mano, bajamos del bote corriendo con arma en mano y esa idea perfecta de no caer entibiecidos.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora