Para Sophía, Sofía.

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Sophía; literalmente soñaba, y de forma descarada, que figure por sobre el vaso térmico aquel nombre alterado. Todo había comenzado en mis deseos de desencantarla << y un poco de encantarme >> con el mundo, un perverso y al mismo tiempo inocente placer en la molestia, en la reiteración de faltas cada vez que habituaba aquel café. Un márketing particular, Sofía (nuevamente hablándote a vos porque empecé a darme cuenta que el alrededor no importaba cuando se trababa de nuestras historias, de nosotros, de aquel enlace particular que nos unía más allá de cualquier vínculo), que llegué a criticar reiteradas veces oliendo a superficie, a no ver más allá de las cosas, a ser un ingrato columnista de un diario que ya nadie lee hace unos cuantos años dedicado a criticar un simple vaso, con un nombre (soñadamente mal) escrito en tinta negra, en una cafetería norteamericana que por alguna extraña razón había llegado hasta Martínez y se había cruzado conmigo.

Sobre el valor (invaluable), la puesta en escena, y las apuestas insensatas:

Hay una contradicción en el principio de esta historia, en el título de esta historia, que vas a terminar por comprender con el tiempo y no tanto con lo que yo te diga, pero esta vez, quiero que escuches atentamente sobre una instancia entre las personas cada vez más habitual en el mundo que nos rodea <<pensé algún tiempo llamarla órbita, pero no, Sofía, esta instancia jamás sería tan distante>> y un grave fallo emocional en el que podemos perdernos, nosotros, sin precisar de nadie más.

- La puesta en escena:

Una vez, hace ya un largo tiempo, en una estación espacial internacional, hubo un astronauta que solicitó un descanso en medio de la rutina e instantáneamente miró hacia la nada a través de una pequeña ventana que daba al vacío (diferenciando a la nada del vacío íntegramente) en vez de ojear la habitual que daba a la tierra. En una especie de reflejo se frotó los ojos, tronó sus dedos, miró hacia todos lados dentro de aquel salón intentando hallar la calma que había perdido en el infinito, pero aquel cuarto repleto de máquinas y cables no logró tranquilizarlo, y se sintió, como tantos otros humano lo habían hecho en la historia, completamente solo, a diferencia que esta vez, era literal, esta vez pudo sentirlo, no supo encontrarse.

Aquel hombre, único tripulante de la estación por unas tres semanas, había asumido justo en aquel instante lo particular de todo lo que estaba viviendo, y como una carga insostenible, comenzó a hundirlo rápidamente.

Al otro lado de esta relación, se encontraba reunida la comisión espacial en una junta de urgencia a razón de este peculiar cambio en el libreto, y como decisión y acción crítica, comunicaron aquella tarde terrestre a aquel hombre con un número inimaginable de vidas. Una campaña viral, un llamado a toda la humanidad que en un hipotético conjunto se desvivió por acompañar a ese hombre solitario. Al pasar de una hora en la tierra, unas miles en aquella porción del espacio, un millar de voces, videos, canciones, saludos e insistencias llenaron la estación. Para ese entonces el solitario sujeto se encontraba recostado en medio de la inacción absoluta, y la irrupción de todo aquello supo abrumarlo un poco. Volvió al ritual, tronó sus dedos, miró hacia todos lados dentro de aquel salón y comenzó a acercarse a aquellas pantallas y parlantes que reproducían millares de vidas y personas. Se le cayeron las lágrimas, sonrió, pero de pronto volvió a teñir su cara de espanto, de perdición, de abismo nuevamente distante.

Las voces de un millar de personas se perdían, se superponían, se pisaban y se esfumaban en micro videos que ni siquiera llegaba a ver a causa de otros nuevos que llegaban y llegaban sin cesar. Se sintió abolido, se agachó un poco y en un acto impensado terminó por desconectarlas. Luego, secó sus ojos de una extraña mañera mientras las lágrimas flotaban, y habiendo finalizado su descanso, regresó al trabajo ya sin quejas, ya sin peso, nuevamente con un objetivo. Por dentro, aquel hombre solitario, se sintió repleto en una especie de consuelo; en la tierra, aquella tarde, entre billones y billones de almas, se hubiese sentido tan o más solo que en la estación. Aquello lo hizo sentirse como en casa, lo tranquilizó nuevamente y le alcanzó las herramientas necesarias para continuar con sus labores.

- El valor invaluable y las apuestas insensatas:

Habíamos partido desde un punto inexistente para hoy encontrarnos en una mesa donde seguía imaginando que aquel vaso no decía su nombre y que aquella se irritaba, cuando yo, en medio de mi crisis existencial, debía ser el irritado por los motivos más sutiles de la existencia. <<Pensé en una órbita primero por ser lo más simple, por pensar vagamente en una forma de sabernos vinculados por una fuerza particular que no dejaría libre camino al desencuentro; y ahí mi error, no tuve en cuenta las apuestas insensatas ni a las estupideces.>>
La sensibilidad a veces se nos va de las manos, Sofía, y en los periodos donde desconectamos todas las voces emerge una en medio de la nada (y diferencio a la nada como algo propio, como una construcción, y no como un vacío condición de una porción de espacio deshabitada) que tiende a susurrarnos de alguna forma incomprensible lo que en verdad es la calma. El problema está propiamente en apagar todo, en no escuchar nada.

¿Y si aquel hombre solitario hubiese dejado encendida una sola comunicación?

Y no por el número, digo que a veces, escuchar la voz correcta en medio del caos trae a la paz, pero no es fácil. Y las apuestas insensatas nos ofrecen sus manos firmemente, nos hacen apostar a aquellas voces por un precio irrisorio, insignificante, descarado, que por alguna falta de consciencia nuestra mente lo toma sin analizar. Y apostamos a este tipo de personas como monedas de cambio << de forma inocente e inconsciente, que es incluso más triste que si se tratase de un acto vil y cruel.>>.

Estábamos de frente, desperdiciando (en la mejor de las formas) un palabrerío inconexo que nos alejaba de cualquier cosa, pero entre las luces, entre las pausas, entre los momentos de raciocinio yo pensaba, ¿cómo pude haberte puesto en juego?

Las apuestas insensatas son aquellas donde ponemos en riesgo condiciones, personas, y hasta a nosotros mismos contra la misma nada (aquella que ya acusé reiteradas veces), y justificar nuestro accionar a razón de sutilezas (mal humores, ofensas, frases desentonadas) comienza a volverse insulso cuando uno lo plantea desde la calma (que casualmente suele ser la consecuencia de la aparición anterior a lo insensato (llámese ella precisamente en mi relato)), desde la primera calma en un tiempo eterno justo en aquella mesa donde me reía de un nombre bien escrito, donde el vacío flotaba alrededor (porción inexistente del espacio para esta altura), donde aquella resultante <<ahora irresultante por su propia voluntad, y le agradezco por eso>> de una apuesta injustificada me daba la mano nuevamente, aunque esta vez, era literal, esta vez pude sentirla, esta vez pude encontrarte (me).

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