Pero cuando atentamos contra el dolor, cuando creemos en el olvido, no estamos haciendo más que imposibilitar el disfrute de todo lo vivido, no es más que una masacre, no es más que desentender un pasado que a su tiempo fue nuestra vida, y no sólo como vida, vida como realmente vivido con las ganas que debería vivirse una vida. Estamos del otro lado de la puerta, todavía nos siento cuando a alguno se nos escapa un suspiro, una queja, cuando tapamos la línea de luz que debería de ser un horizonte para aquellos que se recuestan en el suelo. Estamos tan jodidamente lejos del otro lado de la puerta, y es cierto que para quienes ven todo de afuera sólo basta con abrirla, la cuestión es cómo se hace para golpearla, para llamar, con el miedo, fulminante, de no saber si nos van a querer abrir (y esta vez únicamente hablo de la voluntad, dejando de lado, las millones de variables posibles). No estoy dispuesto a golpear la puerta llamándote, Sofía, ya no más.
Mi disposición a contarte historias, esta mañana me senté en la puerta sin poder recordar precisamente cuándo fue nuestro último encuentro, el tiempo era algo complicado, y únicamente me regocijé en el sentimiento, en revivir aquello que habíamos sido en aquel último encuentro. De un lado no lo ubico, de otro lo sigo viviendo, y en el medio, la misma puerta de mierda.
La concepción máquina del tiempo: le dije al picaporte. Una vez habíamos hablado de una máquina del tiempo como si fuese un congelador temporal, que no permitiría viajes, sino, permitiría revisar puntos específicos de nuestra historia, y vivirlos, tan vívidamente como se deben; esta mañana noté un detalle, cuando unía las piezas para buscarte (antes de mi bruta negación por hacerlo), cuando quitaba de mis neuronas los rastros que me llevarían hasta vos, y la máquina no precisaba mucho más que un quite de recuerdos, que una violación a nuestras neuronas, que aceptemos el desprender aquellos recuerdos tan encarnados a nosotros para poder ubicarlos en un pequeño cubículo dentro de una caja, de plata y metales decorados, cercana a unos engranajes que girarían como nuestros impulsos. Desprenderse de un recuerdo sin el atentado del olvido, sabiéndolo nuestro mientras reposa en una máquina que gira, girará violentamente frente a nuestros ojos sin poner en peligro nuestra integridad. Y es así como el tren de los recuerdos no precisaría lágrimas ni angustias de pechos fríos como combustible, y es así que todo no sería más que volver a la risa. ¿Pero si aquella tuviese como puerta, en el medio, a una muerte? Tuve que contemplar esta teoría jugando con alguna migraña.
El tiempo tiempo y el tiempo máquina fueron conceptos que tuve que aprender; si yo quisiera volver, hasta aquel tiempo tiempo que te conocía, que te sabía caminante de un mundo completo, no estaría haciendo otra cosa que caer en la vaga ilusión de un tiempo real, y aquello, aquel jugueteo de la máquina me pesaría un poco.
El tiempo congelado como posible solución: sería un desperfecto; imaginemos dos personas que se conocen a lo largo de quince años, y en el año séptimo, sufren una pelea que los distancia y los deja a cada uno de un lado, para ir desprendiéndose lentamente hasta verse sin compromisos por las ventanas de un pasillo que ya los mantiene lo suficientemente distanciados como para únicamente reconocerse y quizás brindarse un saludo. Cuando alguno de los dos quisiera acceder a nuestra máquina, So, pasaría algo curioso. La máquina crearía el entorno, el contexto, aquella porción de vida, pero a la hora de recrear a quien estuvo involucrado, no sabría cómo funcionar y entraría en desperfecto. Sé que es complicado y precisa una aclaración, pero imaginá que quisieran regresar hasta un punto cinco años perdido en el tiempo tiempo, el tiempo máquina pediría un registro que entraría en conflicto con aquel tiempo real, a la hora de recrear a las personas, ¿qué imagen debería usar?, la de aquella persona también hace cinco años en el tiempo, ¿o la imagen de la persona que seguimos viendo por las ventanas y nos sigue siendo contemporánea? No es tan claro verlo así, por eso preciso regresar hasta la muerte, imaginá que alguno de ellos murió en el año séptimo, y el otro, quiere recuperarlo al paso de un año, al paso de dos, al paso de quince, de veinte. El tiempo tiempo seguirá su curso, el tiempo máquina jamás podrá alcanzarlo, y creceremos, mientras la imagen de aquel recuerdo danzante en la máquina quedará atorado, atrofiado, no avanzará.
El perfecto funcionar de la máquina es el recuerdo que no interfiere con lo temporal, el perfecto funcionar del recuerdo es ser vívido a través del tiempo sin poseer la capacidad de destrozar el presente. Recordar no debería ser más que un viaje hasta la felicidad, y que el dolor, no sea más que un decorado sin capacidades modificadoras.
¿Pero cómo lograr que la gente confíe en nuestra creación?¿Cómo explicar que la mejor forma del recuerdo es desprenderse de él? Y quizás sea explicando, sea contando que el desprendimiento no es necesariamente una pérdida, y menos en este caso; habrá que entender al recuerdo como un pedazo de viaje, de recorrido, de vida, como un pedazo que quedó atrás para servir de sustento, como si fuese un párrafo de nuestra historia que podríamos revisar mil veces, y que a partir de éste, podríamos reescribirnos mil veces, sin la necesidad de eliminarlo violentamente con una quema de páginas. Desprender al recuerdo Sofía, sentarla ya lejos, entenderla como un camino que estará entre las ventanas, dejarla crecer, esperar sus saludos sin sentir las angustias, y quizás, riéndonos un poco.
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Para Sofía
Poesia¿Quién era Sofía? Esta pregunta costaba responderla, resumir a Sofía a unas pocas líneas sería limitarla tanto; y si tuviese que plasmarla por completo no podría terminar por algunos años, y sería una pérdida de tiempo, Sofía en los años en los que...