Sobre nuestro viaje

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La nevada en el sur de la Argentina <<siendo lo más preciso que puedo ser en cuanto a ubicación>>, había nacido repentinamente en nuestro viaje mientras yo me dedicaba a leer en el salón comedor. Sofía dormía sobre un sillón de cuero rojo a unos pasos de donde yo estaba sentado, y el tren se adentraba enérgicamente a una llanura extensa y ennegrecida (que únicamente dejaba entrever olvidos, melancolías y perdones si detenías la vista un rato) lejos de las ciudades, donde quise mostrarle a Sofía el real valor del cielo lejos de la civilización, pero la tormenta lo impedía, y no me quedaba para ese entonces mucho más que la luz tenue del salón y sus quejas por algún que otro sueño ingrato.

En el momento en que noté la nevada (justo cuando posé mis ojos por sobre unos curiosos árboles situados en aquel páramo, y así supe de la tormenta y de aquel impedimento en mis deseos por los reflejos de las luces del ferrocarril, en medio de la nada de pronto emergía inexplicablemente un reflejo blancamente violento, y desaparecía a los pocos soplidos de Sofía, y al rato volvían a reiterarse. Por un instante dejé el libro y me puse a ver la sucesión de nadas y blancos, de blancos, más blancos y nadas, y la nieve tibiamente << qué extraño >> cayó del cielo para concretar lo que había comenzado) supe que ya estábamos muy lejos, que habíamos empezado el viaje hace un largo tiempo, y que a pesar de los retrasos e impedimentos nos fuimos acercando siempre a nuestro destino. Tanto tiempo en estas vías ya las había vuelto una casa, acaricié a Sofía, y también la noté muy lejos de aquella Sofía que había comenzado el viaje.

¿Qué estaría pasando en aquella pequeña cabeza?, pequeña de tamaño, pensó, y quiso que no la confundamos vagamente con la falta de suficiencia, como también quiso que no confunda al relato este cambio de narrador. En el medio del viaje, ya muy lejos de casa, de pronto él y Sofía precisaron un tiempo lejos de las historias, lejos de la vida, lejos de todo lo que los involucraba. Un poco más lejos del mundo, un poco más en casa <<se dijo a sí mismo>>. Lo comprendió primero él, apagando algunos de los veladores, tapando a Sofía con una campera, y luego, con cuidado de no despertarla, acostándosele cerca para acompañarla. Y luego le llegó el turno a ella, que en un cuidadoso gesto le cedió un pedazo de aquel sillón rojizo haciéndose la dormida <<mientras todos se sabían despiertos; Sofía a Sofía, él a él, él a Sofía, Sofía a él, la nieve a ambos dos que se desvivían por no mostrarse despiertos, por quedarse en ese sueño tan cálido que les otorgo la nieve tibia, y a la vez helada>>. Y fue por ese preciso motivo que yo tomé su relato. Entonces prosigo, en medio de un campo extenso, en medio de la nevada, por sobre una casa que seguía rieles, con aquellos dos dormidos <<siendo tan sutil como para no molestarlos>>. Pero no va a ser para Sofía:

Sobre un artista, para ambos: Tallaba con fuerza, marcaba y delineaba el mármol que siempre terminaba en desperdicio, pero aquel escultor no bajaba sus armas, y no las bajó jamás, por un periodo de unos veinte años. Aquel escultor había sido siempre muy adinerado, y gracias a no tener que dedicar su vida al trabajo, la dedicó íntegramente a perfeccionarse. Y decidió un día, emprender un viaje con un pedazo enorme de mármol que fue llevando consigo a cada lugar que iba. En las primeras instancias, pensó que sería una mala idea emprender este recorrido, pero imaginó, que a la vez que fuese adquiriendo más y más conocimientos de los escultores de las diferentes tierras lejanas, aquel pedazo de mármol dejaría de ser tan pesado, e iría progresivamente perdiendo su forma de pedazo e iría siendo a su vez aquella tan preciada estatua. Ambos dos seguían haciéndose los dormidos, pero por dentro, casi en el sueño compartido, sé que oían atentamente sobre esta historia. A ambos, entonces quiero decirles que el hombre emprendió inciertamente el camino con aquel bloque increíblemente grande, y fue el camino, el que los fue moldeando. Dos pedazos de una frágil obra de arte antigua, la obra, y el creador; las dos partes de una fragilidad que había nacido en la incertidumbre, y en la dureza; que lo frágil siempre traía cosas grandes, ambos. Hablé de la perseverancia, ya lo sé, pero la perseverancia no sólo recae en el creador, la obra también tuvo que ser tan o más tolerante que quien esculpía, y quisiera contarles que aquel hombre se volvió diez veces más adinerado, quisiera contarles que al poco tiempo adquirió una fama mundial, quisiera decirles que aquella obra había quedado impecable al poco tiempo de haberla comenzado; lo que ninguno supo, es que a veces el camino que nos moldea, no tiene un tiempo definido, y que a veces tanto la obra como el creador, no buscan ni dinero, ni fama, ni reconocimiento alguno. Y fue así, como veinte años después, todo llegó a su final. La obra más increíble que claramente yo no puedo describir, el tallador, escultor, y artista más exitoso que pude haber encontrado. De un pedazo de mármol resistente a una obra que podía partirse en mil pedazos con un soplido, de unas manos que podían partirse con una caída a unos brazos enormes y entrenados que podían cargar pesos inexplicables. El molde camino fue para ambos, y no es curioso, esto es el detenimiento y la contemplación. La condición potencial de arte, o de artista prodigioso, es producto de todos los involucrados; la obra que mármol sin artista, el artista que sin mármol hombre, el hombre que sin camino y arte nada.

Aquellos dos dormían, y para este entonces las cosas ya no les pesaban tanto. Y yo me quedé detenidamente a contemplarlos, a ver sus condiciones, a taparlos porque seguía haciendo algo de frío y la frágil Sofía lo sentía bastante más que él. Y mi abrigo fue la historia, fue verlos pasar, fue darles aquella nieve para hacerlos sentir en casa, sabiendo, casualmente, que estaban muy cerca de su destino y que únicamente, precisaban una pausa para seguir su largo camino hasta aquellas tierras lejanas.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora