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2.0

- No... -tomé aire-

(me imagino diciendo algo acorde a la normalidad, y de pronto me imagino asustándome en ella, mirándome las manos, dudándolas mías. Y me imagino acorde a la situación por extraponerme (no te pidas perdón por la palabra, ni por su uso indebido, ni por atentar la normalidad (¿norma quedaría mejor? ( y hacés esto para verte lejos, por tu confort, porque lo mismo pasa en todos los delimitados milisegundos en que espera mi respuesta) No, no quedaría mejor, la normalidad es mi anti-norma), en serio, no está mal, como tampoco lo está el abuso de todos mis divagues para seguir sin decirte todo lo que sabés (pero, ¿yo lo sé?), lo que está mal es eso mismo. ¿Qué de todo? El problema, no el recurso. Mi duda (la duda en sí). Si pudieses empujarme al precipicio para saber que en realidad no me caigo a ningún lado, cuánto más te querría. Qué mejor definición de precipicio que estas líneas, en donde leí mil veces que te quiero, en donde no te dije nada (no sólo evité quererte, en serio, no te dije nada).
¿Cerraste todas las puertas? ¿Las ideas están conectadas? Pero ves, ése no era el punto, ya no tengo sentido y vos ya estás probablemente en otro bar, en otra mesa, en otra casa)

.. sé. - volví a respirar normalmente (triste también).

2.1

- Entiendo al frío como una de nuestras más pobres preocupaciones, pero a la vez, creo que es la que más probablemente puede matarnos, ¿no es raro? - le dijo mientras soplaba aire caliente por entre sus manos esperando ver flotar aquel humo.

- Sí, me pasa lo mismo, me preocupa también el frío, no lo dejo de lado, pero hay otras cosas de las que tenemos que cuidarnos, tengo hambre, ¿viste algo por allá?

- No, no hay nada.

Aquello fue lo último que se dijeron por aquella hora, luego, volvieron al camino embarrado y sinuoso entre los filos del acantilado y las piedras, aquella isla tan distante era el reflejo de ello. Ambos soldados habían escapado de una captura, un granero perdido en la nada, muy cerca de las frías costas, algunos disparos que pasaron cerca, otros lejos, unas corridas en la noche y un refugio saltando a las aguas heladas. Una recuperación digna de cuento, pero ahora, de nuevo la incertidumbre. La vida o la muerte, decían a veces a gritos, pero no nos dejes en el medio.

Caminaron aquel día hasta que el sol cayó violentamente entre la niebla, se sentaron un rato, contemplaron las aguas inquietas, uno de ellos lanzó una piedra, volvió a forzar un grito, un grito tan peligroso como desahogante, ¿y si alguien estuviese escuchando? ¿acaso alguien escuchaba?

El tercer día siniestro, no tenían un recuerdo certero de cuándo habían probado un último bocado, y a veces comían últimos recursos para saciar una necesidad con cualquier cosa (por la manía de saciar necesidades de esta forma, aunque con ésta el resultado podría ser alarmante). A los terceros días las piernas siempre pesan bastante, los brazos duelen en demasía y los estómagos no apagan sus quejas, ¿cómo saciar desde la nada? Siguieron caminando.

El supuesto mediodía de aquel tercero, a lo lejos se vio un alambrado, y tras él, se dejó ver la esperanza.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora