'001.

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La luz amarillenta que se cuela entre las cortinas carcomidas es particularmente molesta, pero como si una pauta masoquista me consumiera, no me muevo de la ventana. Nunca lo hago en realidad. Mis brazos cruzados y reposados a lo ancho del respaldo son el colchón perfecto para evitar que mi barbilla se hunda entre los agujeros por los que resalta la goma espuma (amarilla, para variar) llena de polvo y mierdas sobre las que prefiero no indagar en lo absoluto.

Miro la hora y a pesar de que no debería sorprenderme, lo hago. Son las diez con treinta y ocho de la noche. No queda mucho para tener que encerrarme a capa y espada, incluso trancando la puerta. Mis cejas se arquean cuando vuelvo la vista afuera y noto que la luz se enciende en la ventana de enfrente. Es blanca, de esas que no molestan. Por un momento pienso en lo agradable que parece cuando una figura se forma difusa entre las cortinas que parecen tan traslúcidas y jodidas como las de este apartamento.

Se me revuelve el estómago porque, como si se tratara de una película que era obligada a ver noche tras noche, sé lo que viene.

Jamás hay un plot twist.

Se mueve de la ventana cuando una figura más pequeña aparece detrás, vacilante. La sombra más alta gesticula, mueve las manos y camina violentamente por la sala que, bajo la experiencia del espacio propio, sé que no mide más de tres por tres metros. Se balancea feroz, como un animal hambriento. Llega un punto en el que dejo de ver la otra silueta porque parece que se ha caído al suelo. Quizá se ha arrodillado. La garganta me tiembla.

—Corre —susurro como si quisiera meterme en su cabeza a sabiendas que es inútil.

Una tercera figura se une a la escena. La conozco. Es tan alta como la primera (o incluso un poco más) pero más esbelta, estilizada. Su forma ligeramente encorvada me saca una sonrisa diminuta. Veo cómo se acerca y de pronto la imagen más pequeña vuelve a aparecer, como si la hubiese levantado del suelo. Pero al momento que se levanta, empuja a la última silueta con rabia. Le aleja y yo tuerzo los labios porque, como cada noche, el final no ha sido diferente.

La falta de sonido en mis auriculares me distrae y volteo a mirar el móvil que parece que se ha trabado en el reproductor de música como agregando tensión al momento. Le doy un par de golpetazos con la palma abierta y entre el silencio inmediato distingo un grito. Uno femenino. Levanto la cabeza y al bramido se le une otro, esta vez masculino. Las voces se combinan y lo único que diviso es la silueta más alta, la última, retrocediendo en su lugar.

La figura manotea cuando los chillidos femeninos se callan, queriendo sacarse de encima a la primera imagen que, diría, es como un molesto manchón de tinta de esos que se derraman cuando el bolígrafo se rompe sobre un impecable cuaderno a rayas.

Consumiendo, desaliñando, estropeándolo todo.

La música vuelve repentinamente, cortándose al inicio como una radio vieja. Se reproduce una canción que, a pesar de que me gusta mucho, es de una banda cuyo nombre no puedo pronunciar. No surprises es el título de la tonadilla que sí puedo vocalizar en mediocre inglés. Y es tan acorde a la situación que parece que soy yo la que está creando el filme.

La silueta larga logra alejar terminantemente a las otras dos (la más pequeña parece que ha decidido unirse a los empujones otra vez). Mastico el labio inferior entre mis dientes cuando la puerta del apartamento se abre y él sale, dejando las dos imágenes de mayor edad detrás luego de un portazo que alcanzo a distinguir incluso por encima de la música.

Es otoño pero hace frío. Parece que se ha preparado para salir nada más terminar la discusión, porque trae dos chaquetas puestas. Aunque son delgadas, el detalle de que ya las traiga encima me dice que, como yo, conoce bien el final de la historia. Y si lo sabe de memoria no puedo evitar preguntarme por qué sigue repitiendo la misma acción día con día.

brats » bts; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora