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El ambiente vibra con violencia. Es como una telaraña tejida de hilos e hilos invisibles que representan las sensaciones y problemas; los pensamientos nublados por el alcohol y demás sustancias de procedencia dudosa. Estoy segura de que no soy la única con la consciencia perdida. El olor a incertidumbre se pega a mi ropa como una mancha oscura que no quiere dejarme ir pero me he vuelto experta en ignorarla, en convivir y bailar con ella. Quizá hasta me siento lista para invitarle una copa y dar vueltas hasta hundirnos bajo la tierra mano con mano, con la sonrisa desgastada y la adrenalina a tope.

Hay miradas, hay respiraciones; hay roces. Hay mucho sudor, mucha atención y mucho amarillo. Parpadeante. Va y viene, viene y va. Me sonríe, me acaricia y se larga. Me empuja, me grita y me sacude. Me hace reír a la misma intensidad que me aterra... o me aterraba, en realidad. Ahora estoy bien ahí, brincando entre cuerpos y caras irreconocibles que son como tachones mal hechos por un niño jugando a ser Dios.

Nada importa en realidad cuando siento las manos de Taehyung sosteniendo mi cintura mientras seguimos moviéndonos al ritmo de la música en idioma extranjero. Estoy segura de que no es inglés; es agradable al oído, me gusta. Siento que me hechiza.

Estoy flotando. La respiración de Yoongi está cerca de mi oído; me causa cosquillas. Giro la cabeza un poquito y le veo ahí, con los ojos entrecerrados a punto de querer recargar su mentón sobre mi hombro. Y me río. Me gusta que me mire así, cómplice. Como acto reflejo mis manos bajan de querer alcanzar el techo a los hombros de Taehyung quien me mira mordiéndose el labio inferior, dispuesto a recargar su frente con la mía. Me gusta la manera en que me ve porque no noto miedo ni desazón en sus pupilas dilatadas. Creo que me observa él y no un fantasma de la angustia como cada noche que me escapaba por esa puta ventana para huir del hombre.

Ese hijo de puta.

Me paso la lengua por los labios y entrecierro los ojos, recordando. ¿Es eso un hombre? Mis movimientos descienden; mis brincoteos se merman. El parpadeo amarillo es fuerte, más fuerte y siento que toma la forma de un ente frente a mí que vuelve a sacudirme, a gritarme, a acariciarme; todo a la vez. Y no me desagrada.

La canción se vuelve repentinamente más lenta, como invitándome a introspectar. Hay más miradas. De mi esófago se escapa una pequeña risa amarga, como si todas mis células estuviesen vibrando para hacerme sacar ese veneno amargo que me quema el estómago. Ese hijo de puta. Hijo de puta. Hijo de puta. ¿Ese hijo de puta es un hombre? ¿Podría ser Taehyung? ¿Podría ser Yoongi? ¿Podría ser cualquiera de los presentes?

Paseo mi mirada perdida (que no está ni aquí ni allá, creo que está en alguna parte del universo) por todo el lugar. Las chicas que brincan, que besan muchachos y se mueven. Los chicos que beben, que fuman y observan. Y él no está ahí. Él no está ahí. Él puede no estar en cualquier parte ya que me han crecido alas para volar.

Para huir.

¿Ese hijo de puta es un hombre? No. Es una bestia.

Las bestias pueden ser domadas.

Se me escapa una nueva risa pero esta es viva, casi liberadora. Siento las lágrimas acurrucándose detrás de mis párpados y la sensación de flotar es aún más amplia. Me muerdo la lengua fuerte, muy fuerte. Un cosquilleo en mis caderas se hace presente a la vez que el pecho quema como si alguien me hubiese encendido fuego desde adentro. Y duele, pero también me gusta. Me gusta tanto que cierro los ojos para sentir las llamas, el gas escapándose por cada uno de mis poros mientras me separo de Yoongi y de Taehyung quedando como un fantasma ahí inerte en medio de ellos.

Ladeo la cabeza con una sonrisa. Mi cerebro es un globo de helio volando hacia el cielo y está a punto de explotar. Los dedos me hormiguean. La garganta me cosquillea.

brats » bts; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora