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'008.

Yoongi parece un fantasma misterioso e indescifrable. A veces se aparece por el lugar, a veces no se le ve por días. Ni Taehyung ni yo sabemos algo de él salvo que es bueno jugando al billar. Taehyung también lo es; lo descubrimos esa noche cuando lo conocimos. El duelo entre ambos se resume en varios partidos que no finalizan hasta las cinco y treinta de la mañana, cuando el paliducho anuncia que tiene que irse con una mueca en los labios. Para ese punto ya está borracho y parece que no le importa, pues sale del billar luego de pagar su cuenta como si fueran las tres de la tarde: fresco, tranquilo y sin verse afectado ni un poco por el frío.

Pasan los días; sin saber bien por qué se vuelven menos pesados y mis moratones se han curado casi en su totalidad. Creo que más allá del ungüento se debe a las caricias y pequeños besos que Taehyung me regala cuando Jeff nos deja dormir en el sillón que tiene dentro del reducido despacho junto a la cocina.

Me he adaptado bien al billar y al trabajo. Aunque me ha costado y he cometido errores, Jeff es paciente y me ayuda con un gesto condescendiente. Creo que me tiene aprecio; yo a él también le quiero. Se preocupa por mí y por Taehyung. A veces me pierdo y en mis tiempos muertos divago cómo sería si hubiese nacido con alguien como Jeff en casa. No importa si no es mi sangre directa, el tipo en el apartamento tampoco lo es y desde hace años estoy bajo su "cuidado" porque la mujer que me dio la vida está desaparecida. No sé si vive o está muerta, pero tampoco lo pienso. Ya no me acuerdo de ella, quizá mi cabeza ha borrado las memorias para hacerlo todo menos doloroso.

Aquella tarde las gotas golpean la ventana de la tienda de conveniencia con fuerza. Se vuelve imposible mirar hacia afuera entre los afiches mal arrancados y lo desgastado del vidrio. Tan sólo se perciben puntos de luz muy borrosos que logro reconocer como las luces encendidas de los autos que circulan sobre la carretera aledaña.

Taehyung tiene mi mano entre las suyas y su cabeza está en mi hombro. Sus dedos me acarician las palmas y el antebrazo con mucha suavidad, como si quisiera que me quedase dormida. Los colores cambiantes de la televisión vieja nos iluminan un poco más pues la luz de las lámparas baja aleatoriamente de intensidad debido a la lluvia.

A momentos está estable y a momentos parpadea. Me recuerda a mi nula firmeza; la forma en la que de pronto me siento pendiendo de un hilo tan delgado como un cabello, sin embargo sé que soy afortunada de tener a Taehyung a mi lado. De pronto me pregunto qué ocurriría si se va la luz, de pronto me pregunto qué ocurriría si caigo. A Tae no parece preocuparle pues está muy atento al programa que muestra los mejores lugares para comer en Seúl (y luego se aferra a mi mano con mucha, mucha fuerza). Yo entiendo que debo dejar de pensar en metáforas tan absurdas cuando no ha ocurrido nada que deba hacerme preocupar, pero es más fácil decirlo que olvidarlo.

"Algún día vamos a ir ahí", susurra varias veces entre las vivas imágenes del otro lado de la pantalla; yo asiento porque le escucho esperanzado, me da ternura y emoción en partes iguales. Repentinamente mi mirada se desvía de la televisión pues la puerta rechina para anunciar que ha entrado alguien. La figura que aparece frente a los empañados cristales me arranca por completo de mis alegóricas reflexiones, ocasionando incluso que mis labios se despeguen para inhalar corto, con escepticismo.

Es Yoongi.

Su cabello está mojado sólo un poco al igual que los hombros de su chaqueta. Da la impresión de que acaba de bajarse del autobús (o su coche, si es que tiene uno), de lo contrario estaría empapado. Alza una ceja y nos detalla con media sonrisa en el rostro, como si no pudiera creerse que somos nosotros. Se pasa la lengua por el interior de las mejillas escurriéndola hacia sus labios y genera un sonido parecido a un plop ligeramente húmedo.