Sara

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¿Alguna vez habéis sentido la necesidad de escapar de dentro de vuestro propio cuerpo, de dejarse arrastrar por el viento y no preocuparos por nada; tan solo de dejarse llevar por la corriente? A veces, a mí me gustaría ser algo tan simple como una mota de polvo, invisible ante los ojos de los demás. De crear una realidad diferente a mi alrededor, donde viva en un mundo que abunde de vida y no agachemos la cabeza de vergüenza ante nuestros actos. Un mundo donde podría respirar el aire puro; donde podría alzar la vista y poder ver un simple cielo azul extendiéndose hasta el horizonte. Un mundo, donde todos los humanos solo seríamos simples motas de polvo que son arrastradas por el viento.

Sin embargo, ya no se ven pájaros por el cielo azul, ahora ya ni es azul, ni se ven las estrellas brillar en los confines del universo. La verdad es que yo nunca llegué a conocer y apreciar un mundo así.

En mi vida me limito a cuidar de mi madre, que es lo último que me queda, tomar el metro e ir a limpiar a cualquier lugar donde me hayan contratado. Actualmente trabajo desde las seis de la mañana en diferentes casas de gente que se lo puede permitir, que son como mucho el 5% de la población de Barcelona. Yo estoy dentro del 95% de la población que con duras penas llega a finales de semana, que apenas come dos veces al día y que se mata todo el día a trabajar y gana un sueldo pésimo.

Antes, según me han contado, la gente no tenía que ir con una mascarilla por la calle, por miedo a intoxicarse con el aire de las fábricas que cubre toda la biosfera. Que es exactamente lo que hago ahora. Salgo de la boca del metro y sigo calle abajo. Nadie se para, nadie se mira, absolutamente nadie se quita la mascarilla. A pesar del peligro que corresponde estar expuesto al aire y la radiación, en ningún momento del día en que el sol aún brille las calles no se vacían de gente caminando a paso ligero. Eso sí, por la noche, nadie quiere encontrarse en la soledad de las calles de la ciudad. Porque por la noche todo es más peligroso. Todo de bandas y criminales salen a las calles, hacen fogatas, incendian coches e incluso ha habido algún asesinato, aunque nadie hace justicia ni le presta importancia. Todo ha perdido su valor, incluida una vida.

Giro a la derecha y bajo por otra boca de metro. Una vez abajo, espero unos pocos minutos y llega el metro. Dentro hay oxígeno más o menos puro, pero igualmente casi nadie se quita nunca la mascarilla. El día va pasando y yo paso de casa en casa, teniendo que tomar el metro cada vez. Siempre termino a falta de una hora para que se ponga el sol, que es lo que aproximadamente tardo en llegar a casa. Subo el metro de vuelta, es cuando está más lleno. Ya que es el último que sale hasta el día siguiente en cuanto sale el sol. Me cuelo entre la gente como puedo y me coloco en una esquina. Noto que alguien me observa atentamente, miro a mi alrededor, pero no veo a nadie que me esté observando. Al cabo de treinta minutos, llego a la última parada. Debo ir a paso rápido porque tengo que pararme en la farmacia a recoger los medicamentos de mi madre, tardaré veinte minutos más, y faltan treinta para que el sol se esconda.

Al salir de la farmacia suena el tono que todo el mundo conoce del Proyecto Mente. Para todas las pantallas repartidas por los edificios aparece el rostro de Daián Rouse, la elegida 42. Tan sólo quedan por elegir ocho.

El Proyecto Mente, tal como lo explican, es el futuro para la humanidad, una nueva vida. Dicen que han encontrado un planeta con condiciones similares a la Tierra. Los elegidos son cincuenta jóvenes, quienes serán entrenados y preparados para ir al otro planeta. Los elegidos deben estar dispuestos a renunciar a todo cuanto eran y tenían. Por supuesto que me gustaría ir, pero aparte de que no dejaría a mi madre aquí tirada, nunca escogerían a alguien de mi nivel social, que además no tiene nada que aportar a esa "nueva vida".

Llego a casa y me quito la mascarilla, que siempre es un descanso.

- Hola, Sara -dice mi madre tumbada en su cama. Cada día la veo peor. Está muy débil, se le nota sólo escuchándole la voz.

En ÓrbitaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum