Se sentía rota, como un vaso de cristal tras caer al suelo. El impacto que le causó su pérdida fue tan fuerte que le rompió el corazón en miles de pedazos. Por un momento se le olvidó hasta como respirar.
Antes le tenía, él era suyo o decía serlo, pero todos sabemos que nadie le pertenece a nadie; de un día para otro y sin explicación alguna él se fue, no físicamente, en cuerpo seguía a su lado pero su alma ya no danzaba con la de ella. Sus sentimientos ya no eran los mismos o dejaron de existir.
Vacío. Era lo único que quedaba. Un vacío interior, un vacío en su cuerpo, un vacío en su cama.
Sentía y aún siente hacia él un amor incondicional que le hizo entregar todo de sí pero ahora se ha quedado sin nada.
Sin él la vida no se detiene pero le está costando mucho más seguir adelante. Los días avanzan tan lentamente como si estuviera tirando de un enorme peso, el dolor y la tristeza se encargan de esto. Durante el día parece estar bien pero solo ella sabe que por la noche se ahoga en su propio mar de tristeza hasta quedarse dormida.
Llega un momento en el cuál, por fin, la realidad le golpea y decide limpiarse de toda la angustia, arrancar el dolor que hay en su pecho, abrazar la felicidad y llenar el vacío que siente, no con otra persona, si no con ella misma, pues antes estaba ciega y creía que él era su mitad, sin darse cuenta de que ella ya estaba completa sin necesidad de nadie más, ya era feliz por sí misma solo que se sentía algo mejor estando acompañada.